**Sola entre los suyos**
—Mamá, ¡pero qué te pones ahora! —soltó Olga sin levantar la vista del móvil—. Vaya drama, si no han venido a tu cumpleaños. La gente tiene sus cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó Valentina con voz queda, apretando una servilleta—. Lucía prometió venir con los niños, Javier dijo que se despejaría, y hasta Mario aseguró que ya tenía el regalo comprado.
—¿Y qué? —Olga alzó la mirada, exasperada—. Lucía está con los niños enfermos, Javier tiene líos en el trabajo, y Mario se atrancó en un viaje. Nadie lo hizo a propósito.
Valentina terminó de poner la mesa en el salón. El mantel de encaje, la vajilla buena, la que solo salía en ocasiones especiales. ¿Setenta años no eran una ocasión especial? Llevaba una semana comprando ingredientes, cocinando los platos favoritos de sus hijos: ensaladilla rusa para Lucía, patatas con chorizo para Javier, el brazo de gitana que le encantaba a Mario.
—Oye, ¿y si les llamamos otra vez? —insistió—. A lo mejor aún pueden llegar.
—¡Mamá, por Dios! —Olga se levantó de un brinco—. Tengo que irme. Álvaro está solo con los niños y se agobia.
—Pero si ni siquiera hemos comido bien…
—¿Comer qué? Unos entrantes. Ya cenaré en casa.
Valentina la vio recoger el bolso con prisas, como si temiera perderse algo crucial.
—Bueno, mamá, no te pongas triste. La próxima vez se juntarán todos, ya verás.
Un beso en la mejilla, el portazo. Y Valentina, sola ante la mesa puesta para seis.
Se quedó mirando los platos vacíos. El silencio de la casa solo lo rompía el tic-tac del reloj de pared, el mismo que le regaló su difunto marido cuando cumplieron treinta años. Cuántas celebraciones en esa mesa: cumpleaños, Navidades, graduaciones, bodas…
Con un suspiro, empezó a recoger. Guardó la ensaladilla en un táper (mañana se lo daría a la vecina Carmen), las patatas al frigo, el brazo de gitana troceado en porciones. Demasiadas porciones.
Al terminar, se sentó en el sillón favorito de su marido y miró el móvil. Mensajes sin leer:
*”Mamá, ¡feliz cumple! Perdona que no llegara. Los niños con fiebre. Te visito el finde. Besos”* (Lucía).
*”Enhorabuena, mamá. Líos en el curro, me juego el puesto. Álvaro te llevará el regalo. Cuídate”* (Javier, lacónico como siempre).
*”¡Felicidades, ma! Atascado en Sevilla, cancelaron el vuelo. Te compenso. Te quiero”* (Mario, el pequeño).
Todos con excusas, todos cariñosos, todos prometiendo venir… *después*. Valentina apagó la pantalla y cerró los ojos. El cansancio le cayó encima, pegajoso.
Al día siguiente, la despertó el timbre. Era Carmen, su vecina, con un ramo de claveles.
—Valen, ¡feliz cumple atrasado! Ayer no pude, el niño tenía partido de fútbol.
—Gracias, Carmena —aceptó las flores—. Pasa, tomamos algo.
—¿Y cómo fue la fiesta? ¿Vinieron tus hijos?
Valentina puso la tetera y calló. Carmen no necesitó más.
—Otra vez no pudieron, ¿eh?
—Cosas de ellos —murmuró Valentina—. Trabajo, niños enfermos…
—¿Y les dijiste lo importante que era para ti?
—¿Para qué? Ya no son niños, deberían saberlo.
Carmen negó con la cabeza.
—Deberían, pero no saben. Los míos igual. Si no se lo dices claro, no caen.
Tomaron té con los restos del brazo de gitana. Carmen le contó anécdotas de sus nietos; Valentina escuchó y pensó que, irónicamente, se sentía más cómoda hablando con su vecina que con sus propios hijos.
—Oye, ¿y si nos apuntamos a algo? —propuso Carmen—. Taller de manualidades, baile de salón…
—Anda ya, qué voy a hacer yo con eso.
—Pues vivir, mujer. Tus hijos ya tienen su vida. ¿Por qué no te la das tú?
Tras la visita, Valentina rumió aquellas palabras. *¿Vivir para mí? ¿Cómo se hace eso?* Siempre había vivido para otros: padres, marido, hijos… Incluso después de quedarse viuda, seguía pendiente de ellos. Cuidando nietos, cocinando, lavando la ropa que dejaban “de paso”.
Por la noche, llamó Lucía:
—Mamá, ¿qué tal? ¿Cómo fue el cumple?
—Bien —mintió Valentina.
—Olga me dijo que estuvisteis solo vosotras. Ya sabes, Pablo con fiebre, Sara tosiendo…
—Lo entiendo, cariño. Los niños primero.
—No digas eso. Sabes que te quiero. Fue mala suerte.
—Claro.
—Oye, ¿podrías venir el sábado? Necesito ir al médico y con niños enfermos no me dejan entrar.
Valentina contuvo un suspiro.
—Vale, iré.
—¡Eres un ángel!
Colgó y se asomó a la ventana. Niños jugando en el parque, madres charlando en los bancos. Una escena cotidiana que, hoy, le resultaba ajena.
El sábado, los nietos estaban mejor pero seguían demandantes. Sara, la pequeña, se encaramó a su regazo:
—Abu, ¿por qué no vienes todos los días?
—¿Todos los días? ¿Para qué?
—Para estar juntas. Mamá siempre está ocupada, papá en el trabajo… Contigo me divierto.
Valentina la abrazó más fuerte. *Al menos alguien me echa de menos.*
Lucía volvió tres horas después, agotada.
—¡Gracias, mamá! El médico dice que es un catarro. Oye, ¿podrías venir mañana también? Tengo turno y Roberto sale de viaje.
—Mañana es domingo.
—Ya. ¿Y?
Valentina abrió la boca para decir que ella también quería descansar, que necesitaba tiempo… Pero vio la cara de cansancio de su hija y asintió.
—Vale, iré.
En el autobús, recordó la pregunta de su nieta: *”¿Por qué no vienes todos los días?”*. ¿Y por qué no? ¿Qué la retenía en casa? Un piso vacío, la tele, llamadas esporádicas…
Al llegar, la esperaba una sorpresa: Javier en la puerta, con una bolsa de regalos.
—¡Hola, ma! Perdona lo de ayer. Estaba hasta arriba.
—No pasa nada, hijo.
Javier dejó la bolsa en la cocina.
—Un juego de té, una bata y turrones.
—Qué bonito.
—¿Por qué esa cara? —frunció el ceño—. ¿Es por el cumple?
Valentina se sentó frente a él. Su hijo mayor tenía los mismos ojos grises que su padre, el mismo gesto de preocupación.
—Javier, dime la verdad: ¿os hago falta?
—¡Mamá! Claro que sí.
—¿Para qué exactamente?
Él se quedó bloqueado.
—Pues… eres nuestra madre.
—Eso lo sé. Pero, ¿qué aporto *ahora*?
—Nos apoyas —balbuceó—. Ayudas a Lucía con los niños, a Olga con la casa… A mí me das consejos.
—¿Y si dejo de hacerlo? Si quiero vivir para mí.
—¿Cómo “para mí”?
—Viajar, ir al teatro, conocer gente…
Javier la miró comoJavier se rascó la cabeza, confundido, y finalmente sonrió: “Mamá, si quieres una vida de película, empieza por echarte un novio… o llévame a mí de acompañante, que también necesito vacaciones”.