Sin tu pareja, ¿te lanzaste a por la ajena? Amiga, no quiero verte más en mi casa.

**Diario de un encuentro inesperado**

—¿Como no tienes hombre propio, te lanzas al ajeno? ¡Menuda amiga! Que no vuelvas a poner un pie en mi casa —dijo Lucía con rabia.

No quería bajarse del autobús. Paula vivía en una urbanización nueva, donde aún no llegaba el transporte público. Desde la parada hasta su casa había un buen trecho, y con este tiempo… En fin, de paso entraría al supermercado. Habían prometido abrir uno cerca, pero quién sabía cuándo. Pagaría por su pereza de ayer: la nevera estaba casi vacía.

Al bajar, un golpe de viento le arrancó la capucha y le lanzó a la cara un mechón de pelo junto con un puñado de nieve fría. El viento soplaba de todas partes, empeñado en cegarla. Paula se ajustó la capucha, agachó la cabeza y avanzó como una viejecita, sujetándola con una mano. Casi corrió al entrar al supermercado, deseando escapar del frío.

Dentro, el silencio relativo del local la alivió. Se sacudió el pelo, tomó una cesta y empezó a recorrer los pasillos, cogiendo solo lo imprescindible para que cupiera en una bolsa. Mañana compraría más. Hoy necesitaba una mano libre para sujetar el abrigo.

Al fondo vio a una mujer empujando un carrito con un niño de unos seis años, abrigado como un astronauta. Iban despacio, bloqueando el pasillo. Paula optó por esquivarlos y se desvió hacia la sección de lácteos. Eligió una botella de leche y se dirigió al pan.

Pero allí estaba otra vez la misma mujer. Justo cuando Paula iba a evitarla, un peluche cayó del carrito. Lo recogió.

—¡Esperen, se les cayó! —gritó.

La mujer se detuvo y se volvió.

—Toma… —Paula le tendió el juguete y entonces la reconoció—. ¡Lucía! —exclamó, sorprendida y contenta.

—¡Paula! —Lucía también sonrió—. ¿Qué haces por aquí?

—Pensé: “Valiente mujer, salir con los niños en este temporal”.

—Vivo en el edificio de al lado. Quería hacerlo rápido, pero la pequeña se puso imposible.

Paula contuvo la pregunta sobre el marido. Quizá aún estaba trabajando. Bajó la mirada hacia el niño, que observaba absorto unos paquetes de galletas.

—Mi ayudante —dijo Lucía con orgullo—. Seis años. En otoño empieza el cole.

—Mamá, quiero ver los dibujos —protestó el niño.

—Ahora vamos —contestó Lucía, firme—. Perdona, Paula. Apunta mi número, llámame. Los niños suelen dormir a las diez.

Paula buscó el móvil. Mientras Lucía se marchaba hacia caja, recordó el peluche.

—¡Eh, el juguete!

El niño corrió a recogerlo sin dar las gracias. Paula sonrió. “Nunca imaginé que Lucía tendría dos hijos”, pensó. “¿Y yo? Sin pareja, sin hijos…”.

En casa, se hizo una tortilla y contempló su cocina nueva, orgullosa. El resto del piso aún estaba vacío, pero la cocina era su refugio. Algún día tendría familia. Mientras, miraba por la ventana las luces de los edificios vecinos, imaginando cenas en familia.

Recordó a Lucía. “Ella no tiene tiempo para esto”. En el instituto, Lucía decía que no quería hijos. “No gastaré mis mejores años en niños ingratos”. Ahora tenía dos. La vida era irónica.

Antes de dormir, la llamó. Hablaron hasta que un llanto infantil cortó la conversación. Al colgar, Paula imaginó a Lucía meciendo a su hija, con su marido—el pilar de la familia—en el salón. Sintió una punzada de envidia, pero luego pensó: “Si fue al supermercado con los niños en este frío, quizá ese pilar no es tan firme”.

Dos semanas después, Lucía la invitó al cumpleaños del niño.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Paula.

—No, mi marido me ayuda —respondió Lucía, con voz alegre.

Al llegar, Paula encontró a Lucía llorando en la cocina, sin fiesta ni marido.

—¿Dónde está Javier? —preguntó.

—En Málaga —gruñó Lucía—. Llegó borracho, diciendo que él trabaja y yo solo “descanso” con los niños.

Intentaron animar la tarde. Cuando los niños se durmieron, Lucía confesó su agotamiento.

—Él cree que mi única misión es criar. Ni una palabra de ayuda…

—Por eso yo no me caso —rio Paula.

—¡No digas tonterías! Los niños son lo mejor —protestó Lucía, contradictoria como siempre.

En ese momento, Javier llegó. Bebieron juntos, pero Paula notó sus miradas. Al irse, él insistió en acompañarla.

—No hace falta.

—Que se airee —dijo Lucía.

Por elMientras caminaban bajo la luz tenue de las farolas, Javier intentó besarla, pero Paula lo apartó con firmeza, recordando que algunas decisiones, aunque duelan, son necesarias para no perder el respeto por una misma.

Rate article
MagistrUm
Sin tu pareja, ¿te lanzaste a por la ajena? Amiga, no quiero verte más en mi casa.