Sin restricciones…

**Sin más dilación…**

Alejandro se sentó en la habitación oscura, escuchando los ruidos de la noche. Un coche se detuvo bajo la ventana, la puerta se cerró con un golpe suave, el taconeo corto se apagó tras la puerta del portal. Finalmente, la llave giró en la cerradura con lentitud y precaución…

Contuvo la respiración para captar cada matiz de sonido. Un roce de ropa, pasos sigilosos. *”Tiene miedo de despertarme, ni se ha puesto las zapatillas”*, pensó con ironía.

La puerta se abrió sin hacer ruido. Marina entró en puntillas al dormitorio. La luz de la calle era suficiente para ver la cama intacta, vacía. Ella se detuvo un instante, sintiendo su mirada penetrante, y se volvió.

—Me asustaste. ¿Por qué no estás durmiendo? —preguntó con brusquedad.

—Te estaba esperando. —Alejandro se levantó, se acercó a la puerta y encendió la luz.
Marina entrecerró los ojos ante el destello repentino.

—¿Dónde has estado? —Él observó su rostro pálido, el maquillaje medio borrado.

—Lo siento, se me olvidó avisarte… —Marina bajó la mirada.

—No me digas que estabas con tu amiga. Dime la verdad, será más fácil para los dos. ¿Hace mucho que me engañas?

Ella se estremeció, como si quisiera huir. Luego negó levemente.

—Dos meses —murmuró, alzando los ojos por un instante—. Quería decírtelo, pero… Lo siento. Me voy ahora. —Salió rápidamente del dormitorio.
Alejandro oyó cómo movía algo en el recibidor.

Regresó con una maleta, la dejó sobre la cama, abrió el armario y empezó a sacar su ropa. Las perchas tintinearon, chocando entre sí, mientras los vestidos y blusas caían al lado de la maleta.

—¿No podrías hacerlo mañana, cuando yo no esté? —Alejandro tomó una almohada y salió del cuarto.

Se acostó en el sofá de la otra habitación, sin desvestirse, cubriéndose con una manta. No tenía sueño. Quería destrozarlo todo, golpearla, borrar los restos de maquillaje y los besos ajenos. Respiró hondo, intentando calmarse.

***

Habían decidido celebrar el fin de exámenes en la playa con sus amigos. Se quitaron la ropa y corrieron al agua. Después, Carlos y Óscar fueron por cervezas, y Alejandro se quedó vigilando las cosas.

Sentado sobre sus vaqueros, observaba a los niños chapotear cerca de la orilla. Una chica salió del agua y se dirigió hacia él. Tomó una toalla de una manta cercana y se secó el pelo mojado. Alejandro no podía apartar la vista de su piel morena, brillante por las gotas. Su cuerpo esbelto estaba tan cerca que sintió el impulso de tocarla.

Ella notó su mirada y se volvió de golpe. Él no tuvo tiempo de disimular. Debía parecer un niño pillado en falta, porque ella sonrió. Cuando Carlos y Óscar regresaron, ya estaban charlando animadamente.

Al verlos, Marina se apresuró a irse. Se puso un vestido por la cabeza, desapareciendo un instante bajo la tela. Carlos captó la mirada de Alejandro y sonrió con complicidad, mientras Óscar levantó el pulgar.

El vestido resbaló hacia abajo, Marina lo ajustó, recogió sus cosas, sonrió a los chicos y se alejó.

—Despierta —dijo Carlos, dándole una palmada en la espalda.

—¡Marina, espera! —Alejandro reaccionó y se puso los vaqueros a toda prisa.
Sin despedirse, salió corriendo tras ella.
Llegó a casa tarde.

—¿Dónde estabas? ¿Por qué no contestabas? Casi nos volvemos locos… —le recriminó su madre.

—Perdonad, se me olvidó encender el móvil después del examen. Me caso —soltó de repente.

—¿Qué? —repitió su madre.

—Dice que se casa. Buen momento, ¿no? Tercer año, veinte años. Para cuando acabe la carrera, nos dará un nieto —dijo su padre con calma.

—No, no es así. Conocí a la chica de mis sueños y me casaré con ella —se corrigió.

—¿Acabas de conocerla? —su madre se indignó—. ¡Pablo, ¿estás escuchando?! —Miró a su marido, desconcertada.

—Tania, tranquilízate. Solo está enamorado. Y los enamorados sueñan mucho. Está vivo, sano y feliz. Todos a dormir, hablaremos mañana —su padre la llevó a rastras al dormitorio.

—Gracias —gritó Alejandro.

Dos semanas después, llevó a Marina a casa. Su madre descubAlejandro colgó el teléfono, arrancó el coche y supo que, por primera vez en mucho tiempo, estaba exactamente donde debía estar.

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MagistrUm
Sin restricciones…