Sin Palabras

Rubén dejó los cubos de agua en el banco de la entrada de la casa de la abuela Concha, tratando de irse, pero ella lo sujetó por la manga, indicándole que entrara. Se sentó en el amplio banco cerca de la puerta, esperando instrucciones de su parte.

Concha, en silencio, sacó una cazuela del horno, señaló el reloj de pared para que viera que era hora de comer y vertió en un gran tazón un caldo de repollo fermentado, acompañándolo con un trozo de tocino, una cebolla y una rebanada de pan tostado. Luego, recordó y puso una botella de orujo sobre la mesa. Su espalda encorvada estaba cubierta con un chal de lana, y aunque hacía calor en casa, llevaba puestas unas zapatillas.

Con una voz suave, Rubén dijo:
– Nada como un buen caldito, pero del orujo no, prometí no beber más. Mira que el otro día en el bar hice un espectáculo, peleando por Celia de lo más borracho. Ni entiendo cómo no acabé en la comisaría. Los daños del local los pagué de mi bolsillo. Mamá me dijo que andas mal de la espalda, así que vine a traerte agua. Ahora disfruto de este caldo y te traigo leña. Igual tienes más tareas para mí, que a mi madre le encanta darme trabajo con solo verme descansar un rato frente al televisor.

Rubén se rió tanto de su propio ingenio que se atragantó. La abuela Concha empezó a golpearle la espalda, como si estuviera clavando un clavo en la pared. Rubén siguió disfrutando del caldo con el tocino y la cebolla, y después preguntó:
– Abuela, ¿y cuando te acuestas, logras enderezarte o sigues encorvada?

Concha lo miró con sus ojos azules y entrecerrados por la risa, haciendo un gesto con la mano.

– Cuando eras joven debiste ser muy atractiva, ¡mira qué melena debías tener, cejas arqueadas sobre una frente amplia y esos ojos que brillan como luciérnagas por la noche! Mi Celia también es preciosa. Mira, contemos sus virtudes y a ver si te alcanzan los dedos: hermosa, esbelta, modesta, generosa, trabajadora, ordenada, ahorrativa, canta bien, baila bonito, no es egoísta, nunca se ha casado, no bebe, no fuma. ¿Ves cuántas cualidades tiene?

Rubén observó que Concha reía con los ojos, aunque no emitía sonido alguno.
– ¡Qué ojos tan claros y bellos tiene como para su edad! – pensó el joven. – Abuela, ¿conoces a Celia?

Concha levantó las manos y los hombros, indicando: “¿Cómo saber cómo son ustedes?”.

– Claro que no somos como antes. Ustedes respetaban a sus padres; nosotros, si algo no nos cuadra, nos rebelamos. Dad siempre consulta conmigo antes de cualquier decisión, y mamá me considera el hombre de la casa. Todos mis hermanos se han ido y, siendo el menor, me quedo aquí hasta que me case. Quiero casarme y tener muchos hijos. Celia es robusta y yo, como veterinario, digo que puede tener todos los hijos que quiera. Y está sana. ¿Ves que no te bastan los dedos para contar?

Rubén estaba satisfecho, el calor del horno le había dado sueño. Aunque Concha tenía problemas de espalda, la casa estaba inmaculada. Destacaba una gran cama con una colcha gruesa y muchas almohadas.

Rubén comentó en voz alta:
– ¡Qué lujo tener una cama así en la noche de bodas! Aunque a lo mejor acabo cocido entre las mantas y me olvido de todo.
Siguió diciendo:
– Cuando Celia termine sus estudios, regresará al pueblo y celebraremos nuestra boda. Está estudiando enfermería. Fíjate qué casualidad: yo cuido a los animales, y ella, a las personas. Aunque mamá a veces llama animal a papá. Todos somos un poco animales. Como cuando Carlos robó la moto de Pedro y la hundió en el lago. ¡Qué barbaridad! Y Víctor casi quema el granero fumando. ¡Otro insensato!

Pero el mayor de todos fue Eduardo. Salía con Ana, la engañó, la dejó embarazada y luego trajo una novia de la ciudad. Ana casi pierde la razón, creímos que haría una locura, pero ahora anda contenta, feliz de que vaya a tener un niño, un regalo de Dios. Me pregunto, ¿cómo puede ese insensato pasar por su casa sabiendo que su hijo vive allí? Yo a Celia nunca la dejaría. Cada vez que la veo, solo quiero abrazarla hasta que se fusione conmigo. Tan modesta como es, no cruzará esa línea antes del matrimonio. Será una buena enfermera, te enderezará rápido la espalda si lo necesitas. Da inyecciones que ni se sienten. Yo me pregunto, cuando nos den la casa del pueblo, si te extrañaré, abuela. No viviremos lejos, ya verás que estaré pendiente de ti, de ayudarte y charlar de vez en cuando. ¿Tienes algo más por ahí para probar?

Con destreza, Concha sacó una cazuela con carne y trigo sarraceno. El aroma era irresistible y Rubén, como un niño, empezó a golpear la mesa con la cuchara. Concha sonreía, viendo que su comida había conquistado al joven.
– ¿Te echas un rato en la cama mientras como, o solo es para gusto? Ya le daremos buen uso cuando Celia venga.

Rubén volvió a atragantarse, pero Concha no lo golpeó. Quería acariciarlo y agradecerle por su compañía y sus palabras, por el tiempo que le dedicó. Le acarició suavemente la espalda y lo besó en la coronilla.
Rubén se levantó de la mesa diciendo:
– ¿Cómo trabajar con la barriga llena? Lo mejor es descansar en la cama.
Se rió y salió al patio, trayendo algunos brazos de leña, barriendo la entrada y revisando la pocilga antes de despedirse de la abuela con un gesto de gratitud.

– ¿Dónde has estado, Rubén? Celia te ha llamado varias veces, parece que estabas entretenido con Concha.
– ¡Es difícil marcharse de allí! Siempre quiere saber esto o aquello – respondió Rubén con una risa.

– Oye, mamá, ¿Concha siempre ha sido muda?

– No, hijo. De joven, durante la guerra, cantaba como una estrella. Iba casa por casa cantando, hasta que los invasores le cortaron la lengua por cantar canciones patrióticas. Los partisanos la salvaron. El alcalde nos contó su historia, y por eso el pueblo la acogió. A veces somos peor que animales, cada uno en su burbuja, sin preocuparnos por los demás. Aunque sea callada, entiende y habla con los ojos. Cuando hablas de Celia, se ilumina, y si hablas mal de alguien, sus ojos lanzan chispas. Su tacto sorprende, siendo tan suave. ¿Mamá, sabes por qué me gusta hablar con ella? Porque tiene bondad en su alma, no necesita palabras ni gestos para comunicarse. Mañana le prometí ordenar un poco el establo. No me busques tarea, que estoy ocupado ya.

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