En segundo de carrera, Daniel se enamoró de Aitana, una rubia encantadora de ojos grises que estudiaba en otro grupo. Sus mejillas siempre sonrosadas y esa mirada cálida lo tenían intrigado. Pero fue en una fiesta de la universidad cuando al fin se acercó a hablarle y la sacó a bailar.
—Bailas genial—le soltó, mientras ella reía sin parar.
—¿Tan difícil es? Mueve los pies un poco más rápido y listo—respondió ella, siguiendo el ritmo con alegría.
Esa noche marcó el inicio de su relación. Un romance apasionado que terminó en boda. Vivían en una residencia universitaria, compartiendo una habitación pequeña, pero se las arreglaban. Hasta que, de repente, llegó una cuna. Aitana estaba embarazada.
—Dani, ¿cómo vamos a seguir estudiando con un bebé? Tal vez debería pedir una excedencia…
—Aitana, no nos agobiemos antes de tiempo. Ya veremos cómo lo hacemos. No somos los primeros ni seremos los últimos. ¡Mira a Álvaro de mi clase, tiene gemelos y no abandona!—decía él, intentando tranquilizarla.
Nació Hugo, un niño tranquilo que casi nunca lloraba. Tanto Daniel como Aitana se volcaron en él. Turnaban clases, estudiaban a deshoras y, cuando Hugo enfermaba, la madre de Aitana venía desde el pueblo a ayudar.
—Hija, ¿por qué no lo dejáis conmigo un tiempo?—proponía su madre.
—No, mamá, saldremos adelante. Si hace falta, ya te avisaremos.
Y así, contra pronóstico, terminaron la carrera. Parecía que las dificultades habían fortalecido su matrimonio, pero no. Cuando la abuela de Aitana les dejó un piso en herencia, todo cambió. Ella se volvió fría, distante.
—No sé si lo nuestro fue amor o simple atracción—reflexionaba Daniel—. Ahora solo nos une Hugo.
Aitana, por su parte, se había enamorado de otro: Adrián. No tenía casa propia, pero estaba dispuesta a dejar a Daniel.
—Tenemos que divorciarnos. Te quiero como padre de Hugo, pero ya no como marido—le soltó un día.
—¿Y qué pasa con Hugo? ¿Prefieres que lo críe otro?—replicó él, indignado.
—No dejarás de ser su padre por vivir separados.
Daniel se negó, pero un abogado le dio la cruda realidad:
—Si no aceptas, será peor para el niño.
Tras hablar con su madre, entendió que el amor verdadero no era luchar por quedarse, sino soltar por Hugo.
—Acepto el divorcio—le dijo a Aitana—, pero veré a Hugo cuando quiera.
—No habrá problema.
Se separaron. Daniel le alquiló un piso cerca y le explicó a Hugo:
—Viviré solo, pero seguiremos viéndonos. Te quiero mucho.
—Lo entiendo, papá. No dejaré sola a mamá, pero estaré contigo también—respondió el niño con madurez.
—Eres un campeón.
Y así quedó la cosa: Daniel solo, Aitana con Adrián, y Hugo, el que los unía a pesar de todo.