Sin opción alguna

En segundo año de universidad, Javier se enamoró de Ainhoa, una chica rubia y sonrosada de ojos grises que estudiaba en otro grupo. Su sonrisa cálida y su mirada lo desconcertaban. En una fiesta de estudiantes, por fin se acercó a ella y la invitó a bailar.

—Bailas de maravilla— le dijo, y ella soltó una carcajada.

—¿En serio? Solo hay que moverse un poco, nada del otro mundo— contestó Ainhoa, disfrutando del baile.

Desde aquella noche no se separaron. Su romance ardiente terminó en boda. Vivían en una residencia universitaria, compartiendo una habitación, pero se las arreglaban. Poco después, apareció una cuna en ese pequeño espacio: Ainhoa esperaba un bebé.

—Javi, ¿cómo vamos a seguir estudiando con un niño? Quizá debería pedir un año sabático…

—Ainhoa, no adelantes problemas. Cuando nazca, ya veremos. No somos los primeros ni los últimos en esta situación. ¡Mira a Pablo de mi clase, que cría a gemelos y no abandona!

Nació Mateo, un niño tranquilo que les permitía dormir y no les daba demasiados quebraderos de cabeza. Turnándose para asistir a clase, lograron graduarse sin que Ainhoa tuviera que pausar sus estudios. Cuando Mateo enfermaba, su abuela venía desde un pueblo cercano para ayudar.

—Hija, podríais traer a Mateo al pueblo— sugería, pero ellos se negaban.

—No, mamá, saldremos adelante. Si hace falta, te llamaremos.

Terminaron la carrera, y aunque las dificultades deberían haber fortalecido su matrimonio, no fue así. Ainhoa heredó un piso de su abuela, y allí se instalaron con Mateo, ya en el jardín de infancia. Pero algo se rompió entre ellos. Javier notó que Ainhoa se volvió fría, distante. Se preguntaba si su amor de juventud había sido real o solo un flechazo pasajero.

—¿Seguimos juntos solo por Mateo?— pensaba Javier.

Lo que no sabía era que Ainhoa se había enamorado de Álvaro, un hombre sin casa propia, y estaba dispuesta a dejarlo… pero no sin su hijo. Un día, lo soltó sin más:

—Javi, tenemos que divorciarnos. Te quiero como padre de Mateo, pero amo a otro.

Javier se quedó helado.

—No estoy preparado para esto. ¿Y Mateo? ¿Has pensado en él?

—Claro que sí. No es sano criarlo en una mentira— respondió ella con calma.

—¡No permitiré que otro hombre lo eduque!— gritó Javier, saliendo furioso de casa.

Caminó horas, reflexionando. Sabía que, legalmente, Ainhoa tenía ventaja: buen trabajo, piso propio… ¿Podría él privar a Mateo de su madre? Regresó decidido a negociar, pero Ainhoa no cedía.

—Javi, no es que dejes de ser su padre. Solo que viviremos separados.

—Pero ¿cómo voy a ayudarle con los deberes o leerle cuentos si no está conmigo?— protestó Javier.

La tensión en casa era insoportable. Usaban a Mateo como mensajero:

—Pregúntale a mamá dónde está mi jersey.

—Dile a papá que me recoja hoy del cole.

Mateo, confundido, notaba la distancia. Javier, desesperado, fue a ver a su madre.

—Hijo, estás pensando en ti, no en Mateo— le dijo ella con tristeza—. Si de verdad lo amas, déjalo ir.

Esa noche, Javier aceptó el divorcio, pero con una condición: ver a Mateo cuando quisiera. Ainhoa accedió.

Al explicárselo a Mateo, el niño, con inocente sabiduría, dijo:

—Papá, lo entiendo. Pero no dejaré sola a mamá. Nos veremos, ¿vale?

—Eres un campeón— sonrió Javier, orgulloso.

Ahora Javier vive solo, mientras Ainhoa, Álvaro y Mateo comparten su nueva vida… y él sigue siendo, ante todo, un padre presente.

Rate article
MagistrUm
Sin opción alguna