Mamá, ¿pero qué cosas dices? ¿Cómo que no tienes con quién hablar? Si te llamo dos veces al día, suspiró su hija, exhausta.
No, Carmen, cariño, no me malinterpretes, respondió con un suspiro triste doña Inés Fernández, simplemente ya no me quedan amigas ni gente de mi edad. De mi tiempo, ¿sabes?
Mamá, no digas tonterías… ¡Si tienes a tu amiga del colegio, Elena! Y además, tú eres muy moderna y pareces mucho más joven. Mamá, ¿qué te pasa?, se alarmó Carmen.
Sabes de sobra que a Elena la tiene la dichosa asma, apenas puede hablar por teléfono porque le da la tos. Vive lejos, en Vallecas, en el otro extremo de Madrid. Antes éramos tres buenas amigas, ¿te acuerdas que te lo contaba? Pues hace años que Consuelo no está… Ayer vino a verme Teresa, la vecina de al lado. Le invité a un café, es buena mujer, siempre me hace una visita de vez en cuando. Bajó corriendo, trajo unas magdalenas que había hecho para los suyos. Me habló de sus hijos, de los nietos… También ella tiene nietos, aunque es como quince años más joven que yo. Pero los recuerdos que compartimos son completamente distintos, de otra época.
A mí lo que me gustaría es poder charlar con gente de mi quinta Inés Fernández le decía todo esto a su hija, aunque bien sabía que Carmen nunca llegaría a entenderlo del todo. Era aún muy joven. Su tiempo, su vida, estaban ahí fuera, no apagados aún. No era cuestión de cariño, Carmen era una hija excepcional, siempre preocupada.
Mamá, tengo entradas para el martes para el recital de zarzuela. ¿Recuerdas que querías ir? Y no quiero más melancolías, ponte ese vestido burdeos, el que te sienta de maravilla, ¡y verás qué guapa vas!
Vale, Carmen, sí… estoy bien, no sé ni de qué me ha dado por decirte todo esto. Buenas noches, mañana hablamos. Vete a la cama temprano, que nunca descansas bastante, Inés desvió la conversación.
Sí, mamá, hasta mañana, y Carmen colgó.
Inés Fernández se quedó mirando en silencio las luces titilando en la noche madrileña, tras la ventana…
Año sesenta y seis… la primavera también. ¡Cuántos planes! Le parecía tan reciente… A su amiga Elena siempre le gustó Antonio Lozano, aquel compañero de clase. Pero Antonio sentía algo por Inés, le llamaba muchas tardes al fijo de casa, la invitaba a pasear. Inés nunca quiso dar esperanzas, solo lo veía como amigo.
Luego Antonio se marchó a la mili. Cuando volvió, se casó. Vivía cerca de la antigua casa de Elena. Y entonces tenía… sí, aún usaba teléfono fijo. El número… Inés lo marcó, de memoria, casi temblando. Al principio no dio señal, luego se escuchó el ruido de fondo y finalmente contestó una voz de hombre, suave y casi lejana:
¿Sí? Dígame.
¿Será muy tarde? ¿Por qué me ha dado por llamar ahora? Quizá ni me recuerde, ¡igual ni es él!
Buenas noches, la voz de Inés Fernández temblaba entre un hilo de alegría y nervios.
De nuevo el susurro de fondo, y de repente escuchó sorprendida:
¿Inés? ¡No me lo creo! Eres tú, claro, tu voz la reconocería hasta dormido. ¿Cómo me has encontrado? Si estaba a punto de salir…
¡Antonio, claro que eres tú! se le agolparon los recuerdos y la emoción. Hacía años que nadie la llamaba por su nombre, solo mamá, abuela o Inés Fernández. Solo Elena la llamaba, a veces, simplemente Inés.
Y aquel simple Inés le sonó primaveral, jovial, como si los años no hubieran pasado.
¿Cómo estás? Me alegra tanto oírte, aquellas palabras sí que le alegraron el alma. Temía que no la reconociera o que la llamada fuera inoportuna.
¿Te acuerdas de segundo de bachillerato? Cuando Vítor y yo os llevamos a Elena y a ti a dar una vuelta por el Retiro en barca. Vítor acabó con las manos llenas de ampollas de remar y lo disimulaba. Luego fuimos a por helados a la Gran Vía, con música de fondo…
Claro que me acuerdo, Inés rió como una niña , ¿y la acampada con la clase en la sierra? Cómo costaba abrir aquellas latas, ¡y qué hambre teníamos!
Sí, y al final Vítor pudo, luego las canciones con la guitarra junto al fuego… por eso quise aprender a tocar.
¿Y aprendiste al final?, la voz de Inés, alegre, rejuvenecida, se le iluminaba en los recuerdos. Antonio reavivaba su juventud hilando anécdotas y sonrisas.
¿Y tú? preguntó Antonio, y contestó él mismo , bueno, por tu voz se nota que eres feliz. ¿Tienes hijos, nietos? ¿Sigues escribiendo poemas? ¡Claro que sí! Fundirse en la noche, y renacer al alba, ¿te acuerdas? Siempre positiva…
¡Eras un sol! Contigo a uno se le calentaba el alma. Tus hijos y nietos deben sentirse afortunados.
No exageres, Antonio. Mi época pasó, ya…
Él la interrumpió:
Venga ya, si siento desde aquí tu energía, ¡me estoy quemando el teléfono de calor! No me creo que hayas perdido la alegría de vivir, eso sí que no. Tu tiempo sigue aquí. Vive, Inés, y disfruta. El sol brilla para ti.
Y el viento mueve las nubes para ti.
Y los pájaros cantan para ti.
Antonio, sigues tan soñador como siempre… ¿Y tú qué tal? Que solo hablo de mí… se oyó de pronto un chasquido, y la llamada se cortó.
Inés se quedó con el teléfono en la mano. Dudó si volver a llamar, pero decidió que era tarde, que mejor otro día.
Sintió una dicha extraña por aquella charla; habían recordado tanto… Un repentino timbrazo la sobresaltó: era su nieta.
Hola, Lucia, no, no duermo. ¿Qué dice tu madre? No, estoy animada. Vamos al concierto, sí. ¿Mañana vienes? Perfecto, cariño.
Inés se acostó plena de ilusión. Mil proyectos le revoloteaban en la cabeza. Al ir cerrando los ojos, ensayaba los versos de un nuevo poema…
A la mañana siguiente decidió ir a ver a Elena. Unos paradas en el tranvía, que tampoco era tan mayor, por Dios.
Elena abrió la puerta y se iluminó:
¡Por fin! Llevabas días prometiéndolo. ¡Ay, has traído una tarta de albaricoque, mi preferida! Bueno, cuéntame… El ataque de tos la frenó, pero se repuso rápido . Nada, tranquila, con el inhalador, tirando. Ven, vamos a la cocina. Inés, hija, ¡te veo rejuvenecida! ¿Qué te pasa?
No me lo vas a creer, pero fue como una nueva juventud… anoche, sin querer, llamé a Antonio Lozano. Sí, sí, tu amor de segundo. Empezó a recordar cosas y hubo detalles que hasta yo había olvidado. ¿Por qué te quedas callada, Elena? ¿Te encuentras bien?
Elena permanecía muy pálida y miraba a su amiga en silencio. Finalmente susurró:
Inés, ¿no lo sabías? Antonio lleva un año muerto. Y tampoco vivía ya en ese piso; se mudó hace mucho.
¿De veras? ¿Cómo puede ser? ¿Y entonces con quién hablé anoche? Recordó todo de nuestra adolescencia Me levantó el ánimo, me hizo ver que la vida sigue, que aún puedo con todo
¿Cómo es posible? Inés no salía de su asombro . ¡Si era su voz! Y me dijo cosas preciosas: El sol brilla para ti, el viento mueve las nubes para ti, los pájaros cantan para ti
Elena negó con la cabeza, dubitativa. De repente, afirmó:
Inés, no sé cómo explicarlo, pero yo creo que sí era él. Esas palabras… ese estilo. Antonio siempre te quiso. Quizá quiso apoyarte… desde donde esté. Y parece que lo ha conseguido. Hacía mucho que no te veía tan vital.
Un día alguien recogerá los trocitos de tu corazón cansado… y entonces recordarás que, en el fondo, has vuelto a ser feliz.







