Sigo siendo tu hijo, mamá: la carta que no pude dejar de escribir.

Todavía soy tu hijo, mamá: la carta que no pude evitar escribir

Mamá, seguro que a veces te sientes sola en la cocina, repasando postales antiguas donde todos felicitan mi llegada. Esas sonrisas de personas que ya no están. Guardas mis pañales de bebé, un diente de leche, un mechón rubio, como si quisieras recuperar cuando era pequeño. Ningún álbum devuelve el tiempo, pero lo conservas como un tesoro. Porque soy tu hijo.

He crecido. Soy adulto. Tengo más de treinta, un trabajo, piso, esposa y responsabilidades infinitas. Pero, ¿sabes? Sigo siendo tuyo. El niño que volvía con rodillas raspadas, un suspenso en mates o lágrimas ocultas. Tú no preguntabas por qué, solo abrazabas. Sabía que quizá me regañarían mañana, pero hoy me amaban sin condiciones.

Ojalá supieras que sigo siendo ese niño. Ahora llevo corbata, pago facturas y llamo poco. No por olvido, sino por vergüenza de mostrarme cansado o frágil. En los peores días, vuelvo mentalmente a nuestra casa con olor a bizcocho y tu voz: «Lo importante es que estás en casa, lo demás lo superaremos».

¿Recuerdas aquel abrigo gris a cuadros que me compraste en sexto? Era enorme para que me durara años, y yo protesté porque me sentía ridículo. Hoy tengo uno igual, de marca cara, pero al ponérmelo sigo siendo aquel niño. El tuyo.

Nuestra infancia no son solo recuerdos, mamá. Son mi cimiento. Tú eres mi única testigo: sabes cómo deliraba con fiebre, temía la oscuridad o me escondí cuando murió Lobo, nuestro perro. Viviste cada instante conmigo. Por eso sigo siendo tu hijo.

A veces el mundo exige demasiado: ser el mejor en el trabajo, en casa, en todo. Solo un lugar me permite ser simplemente humano: tu hogar. No cuestionas ni juzgas. Preparas manzanilla, apoyas tu mano en mi hombro y susurras: «Descansa». Ahí no debo fingir. Ahí soy. Vulnerable. Y por eso, todavía soy tuyo.

Nada es seguro en esta vida, mamá. Socios que traicionan, amigos que se van, hijos que crecen. Tú eres mi roca, el suelo firme bajo mis pies. Jamás dudé de tu amor, ni cuando gritaba o me encerraba.

Tu cariño no es promesa ni contrato. Es como la luz de la farola en mi ventana: constante. Ha resistido el tiempo y mi carácter difícil. Es mi mayor fortaleza.

Te presento a Marta, mi mujer. Al principio no la entendías, preguntabas: «¿Qué os une?». Pues se parece a ti: guarda los dibujos de los niños, anota sus ocurrencias, nos abriga con su bondad. Los espera rotos, con notas bajas o llorando, pero suyos. Con amor.

Al mirarla, temo menos el futuro. Al recordarte, temo menos por mí. Crecí amado, y ahora transmito ese amor. Eso lo explica todo.

Gracias, mamá. Por cada calcetín guardado, noche en vela o «no pasa nada, saldremos adelante». Porque, a pesar de todo… sigo siendo tu hijo. Y siempre lo seré.

Rate article
MagistrUm
Sigo siendo tu hijo, mamá: la carta que no pude dejar de escribir.