Lo cierto es que nada queda oculto para siempre. Desde hace tiempo sabía que mi esposo tenía a otra. Creía que lo disimulaba bien, con sus retrasos en el trabajo, el móvil apagado y los viajes “de negocios” de repente. Pero una mujer lo percibe. Y yo lo sentía. Permanecí en silencio. No por debilidad, sino porque estaba acumulando fuerzas. Porque necesitaba tiempo para asestar un golpe certero, frío y definitivo.
No quería escándalos, humillaciones ni lástima. Anhelaba una venganza que él recordara por el resto de sus días. Y la conseguí.
Primero, solicité el divorcio sin que él lo supiera. Lo hice discretamente, de manera legal y precisa. Las notificaciones llegaban por correo y yo las destruía, una tras otra. No vio ni una sola. Y cuando el juez dictó sentencia, él ni siquiera se dio por enterado. Oficialmente, ya no éramos marido y mujer. Rápido y sin ruido, tal como quería.
La segunda parte del plan fue más complicada, pero lo logré. Lo persuadí para que pidiera un préstamo, supuestamente para la entrada de nuestro nuevo piso. Dudó un poco, pero fui más convincente que nunca. Recibió el dinero y lo guardó en una caja en el armario, para que “fuera más fácil desembolsar toda la cantidad de una vez”.
Al día siguiente, me fui con nuestro hijo a casa de mi madre y, antes de salir, tomé el dinero de la caja sin que se diera cuenta. No entendió qué había pasado. Esa misma tarde me llamó, angustiado, diciendo que el dinero había desaparecido, culpando a su amante y rogando perdón.
Actué a la perfección el papel de esposa engañada: llantos, reproches, gritos. Y luego lo eché de casa. Se fue, sin sospechar que ya estábamos divorciados. En ese momento, ya había alquilado un apartamento acogedor en Barcelona, donde empezamos una nueva vida con nuestro hijo. El dinero de la caja cubrió varios meses de alquiler.
Al día siguiente regresó, con un ramo de rosas, llorando y llenándome de suplicas para que lo perdonara. Pero en lugar de abrazos, recibió los papeles del divorcio. Montó un escándalo, gritó que yo no podría sobrevivir sin él, que me arrepentiría en una semana.
Cerré la puerta en silencio.
Más tarde supe que intentó volver con aquella mujer, pero ella le dio la espalda al saber de sus deudas; las mismas que contrajo para nosotros. Mejor dicho, para él mismo.
Ahora vive con su madre, ahogado en deudas y soñando con recuperarme. Pero eso nunca sucederá. Me liberé de todo. Lo destruí como él una vez hizo conmigo.
Hoy tengo una vida nueva. Sin mentiras. Sin traiciones. Estoy con mi hijo en un hogar acogedor, haciendo planes y respirando a pleno pulmón, sin remordimientos por mi acción. La venganza no siempre es mala. A veces es una liberación. Y sí, mi plan funcionó a la perfección.
He ganado.