Siempre amaron a mi hermana, pero yo fui el error de juventud de mis padres…

Desde que tengo memoria, siempre fui la extraña en mi propia familia. Mientras a mi hermana la adoraban, yo era el error de juventud que mis padres nunca ocultaron. «Fuiste un accidente —me decía mamá con crudeza—. Me casé con tu padre solo porque quedé embarada. Ni siquiera queríamos vivir juntos». Esas palabras, repetidas desde la infancia, me quemaban el alma como cuchillos.

A los tres años llegó ella: Lucía. Mi hermana menor recibió desde su primer llanto toda la atención, los vestidos de flamenca más finos, juguetes de la Feria de Abril y monedas para helados cuando los pedía. Si rompía algo, mis padres reían. Si yo respiraba mal, me regañaban: «Mira qué perfecta es Lucía, y tú…».

Crecí invisible en Málaga, sombra de ese ángel de ojos verdes que todos mimaban. Aprendí a defenderme sola en el colegio, a estudiar en silencio, a tragar lágrimas. Nadie preguntaba cómo estaba.

A los veinte, escapé a Sevilla sin despedidas. Mis padres no llamaron. Cuando yo marcaba su número, solo escuchaba frases corteses, como si hablara con desconocidos.

Hasta que conocí a Javier. Me amó sin máscaras, me hizo su esposa en una boda íntima en Granada, me dio dos hijos que son mi sol. Por primera vez, sentí pertenecer.

Lucía seguía en casa de mis padres, exigente y soltera. Ningún pretendiente de Córdoba o Huelva la satisfacía.

Cuando papá enfermó, envié 300 euros mensuales desde nuestra humilde casa. Javier, bendito, jamás se quejó.

Un día, Lucía apareció criticando nuestro salón modesto: «Das migajas viviendo como reyes en Madrid. ¿Así pagas lo que hicieron por ti?».

Contuve el temblor: «¿Qué me disteis? Limpié casas ajenas por unas botas, cuidé niños por pan mientras vacacionabais en Marbella».

Intentó manipular a Javier, codiciando hasta los azulejos de nuestra cocina. Transferí 500 euros extra con un mensaje: «Ojalá esto borre vuestra memoria de mí. No pido amor, solo dejad en paz a mi familia».

Nunca hubo un «perdón», un «te queremos». Solo exigencias. ¿Perdonar? Quizá si algún día reconocen que existo. Mientras, soy madre, esposa, mujer. Y eso… ¿no merece respeto?

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Siempre amaron a mi hermana, pero yo fui el error de juventud de mis padres…