“Si un hombre gana menos, ¿sigue siendo un hombre?”

Álvaro se quedó unos segundos frente a la puerta de su apartamento, con las llaves en la mano y la respiración contenida. No tenía prisa por entrar. Sabía exactamente lo que lo esperaba dentro. Ese aire pesado, ese silencio que gritaba más que cualquier discusión, esa mirada que últimamente parecía atravesarlo sin verlo realmente.

Cerró los ojos un instante, respiró hondo y, con el peso de la rutina sobre sus hombros, giró la llave en la cerradura.

Sofía estaba en la sala, sentada con los brazos cruzados, su móvil en la mano, pero sin mirarlo realmente. No levantó la vista cuando él entró. No hubo un “hola”, ni una sonrisa. Solo un suspiro largo antes de que su voz, firme y fría, rompiera el silencio.

— ¿Hasta cuándo piensas seguir así?

Álvaro dejó caer las llaves sobre la mesa y se quitó lentamente la chaqueta.

— ¿Así cómo?

Sofía por fin lo miró. Sus ojos, antes llenos de amor y admiración, ahora solo reflejaban frustración y cansancio.

— Así, Álvaro. Viviendo en este letargo. Pasan los meses y sigues en el mismo sitio. Yo me esfuerzo, avanzo, crezco… y tú simplemente sigues ahí, como si nada cambiara.

Álvaro apretó los labios.

Sabía que esta conversación llegaría otra vez. Desde que Sofía había conseguido su ascenso, todo era diferente. Antes, la cuestión del dinero nunca había sido un problema. Pero ahora, ahora que ella ganaba casi el doble que él, algo en su mirada había cambiado. Ya no lo veía de la misma manera.

Ya no veía en él al hombre que había elegido.

— Pensé que el dinero no lo era todo. Que nuestra relación no dependía de quién ganara más.

Sofía sonrió, pero su sonrisa no tenía calidez. Era una mueca de ironía.

— Eso es lo que dice la gente cuando no tiene éxito. Pero dime, ¿por qué el respeto siempre va para los que están en la cima? Si realmente fueras tan bueno en lo que haces, ¿por qué tu sueldo sigue igual?

— No todo el mundo quiere estar en una carrera constante por ganar más. Me gusta mi trabajo, es estable. ¿Qué tiene de malo?

Sofía dejó escapar una risa corta, amarga.

— ¿Qué tiene de malo? Que te dejas explotar. Tus jefes saben que nunca pedirás un aumento, así que te pagan lo mínimo. Tus amigos, igual que tú, se quejan de la vida mientras toman cervezas, pero ninguno hace nada para cambiarla. Y tú… tú simplemente sigues el mismo patrón, como si eso fuera suficiente.

Álvaro sintió un nudo en el estómago.

¿Era tan patético como ella lo pintaba?

Sofía se encargaba de la mayoría de los gastos, ella era la que organizaba el futuro, la que pensaba en lo que vendría después. Él… él nunca había sido de los que buscan más. Siempre le había bastado con estar cómodo, con tener estabilidad. No le interesaba la competencia, la ambición desmedida.

Hoy había salido del trabajo más temprano y había pensado en ir al gimnasio, quizás tomar algo con los amigos.

Pero ahora, viendo la mirada de Sofía, entendió que para ella eso solo era otra prueba de su mediocridad.

¿Se estaba engañando a sí mismo?

¿Era un hombre sin ambición?

¿Un hombre necesita ganar más que su pareja para seguir siendo respetado?

¿O hemos llegado a un punto en el que solo el dinero define el valor de una persona?

¿Qué opinan ustedes?

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“Si un hombre gana menos, ¿sigue siendo un hombre?”