Si te interesa, hazlo tú

Si te toca, hazlo tú.

Mamá, me tuviste para ti, no para mí, así que ocúpate tú de tu pequeño Juanito. Yo necesito dormir antes de clase.

Álvaro, no te pido tanto. Solo que lo lleves al colegio hoy. Es su primer día, todos irán con sus padres…

Exacto, con sus padres interrumpió Álvaro. ¿Dónde estaban los míos cuando yo tenía actos escolares? Siempre con el pequeño. Que vaya solo, no se morirá.

No fue siempre… Solo un par de veces. Y no fue a propósito…

Pues hoy tampoco lo es respondió él con calma, tomando un sorbo de té.

Marina se quedó desconcertada. No esperaba esa resistencia. Después de todo, ellos lo mantenían, y él no quería ayudar en nada.

Mira dijo Marina, frunciendo el ceño. Disculpa, pero vives en familia. Y en una familia todos se ayudan. Tu padre y yo te damos de comer, dinero para tus gastos, limpiamos… hasta tu cuarto. Lo mínimo es que colabores.

Yo no pedí que limpiaran mi cuarto. Y sin vuestra ayuda también puedo vivir. Tengo dieciocho años, no soy un niño ni una niñera. Mi opinión también cuenta.

Dicho esto, Álvaro cogió su taza y se encerró en su habitación. Marina se quedó sola, con el corazón apesadumbrado y la molesta sensación de que su hijo era un egoísta.

¿Cuándo se había vuelto así?

Su primer matrimonio fue un fracaso. El padre de Álvaro nunca maduró, prefería el sofá, los videojuegos y el móvil antes que formar una familia. A veces trabajaba, pero ganaba apenas para él. Un día, Marina decidió no esperar más: se divorció y se mudó con su madre.

Cuando se casó por segunda vez, Álvaro tenía cinco años. Una edad en la que aún acepta a un nuevo padre. Andrés conectó rápido con él y pronto se convirtió en su “papá”.

Y cuando Álvaro cumplió diez, nació Juanito. Quizá ahí empezó todo, aunque Marina no lo notó entonces.

Ese año, Álvaro fue solo a su primer día de colegio. Marina acababa de dar a luz y no estaba bien. Andrés trabajaba para mantenerlos, y los abuelos vivían lejos.

Cariño, ya eres mayor, ¿verdad? le dijo con culpa. Yo querría ir contigo, pero ya ves cómo estoy…

Lo entiendo susurró él. No pasa nada.

En ese momento, Marina pensó que todo estaba bien. Pero Álvaro lo recordaba todo.

Tres años después, se repitió. Esta vez, no pudo ir porque Juanito se enfermó.

El pequeño enfermaba seguido. Una vez, trajo varicela del jardín de infancia. Justo antes de que Álvaro viajara con sus compañeros a Madrid. Al final, se quedó en casa.

Mamá, ya sé que no es su culpa, pero estoy harto de enfermar. ¿No podríais aislarlo un poco? preguntó molesto mientras ella le ponía loción.

Álvaro, somos una familia. No podemos separarnos.

Marina lo entendía, pero también creía que era inevitable.

Poco a poco, Álvaro empezó a negarse a ayudar en casa. Al principio, no lo decía abiertamente, pero hacía las cosas mal para que Marina prefiriera hacerlas sola. Ella se enfadaba, pero lo atribuía a la adolescencia. Hasta que llegaron los conflictos.

¿Por qué debo limpiar el salón si nunca estoy allí? Vosotros lo usáis con Juanito, vosotros limpiad.

Pero comes en la cocina replicó ella. Y yo limpio y cocino.

Eres tú la que quiere todo impecable. Si viviera solo, no me importaría. Si te gusta así, hazlo tú.

A veces, Marina lo obligaba. Otras, lo dejaba pasar. Hasta que llegaron a esto: no había nadie para llevar a Juanito al colegio. Los abuelos lejos, Andrés de viaje, y a ella no la dejaron salir del trabajo. Álvaro, libre ese día, se negó rotundamente.

¿Qué hacer?

Primero, llamó a Andrés.

Quiere independencia, ¿eh? Bueno, cuando vuelva hablaremos. Si la quiere, que la pruebe dijo él, serio.

Andrés, sin exagerar… rogó Marina. Ya lo estamos perdiendo. Si se va del todo, ¿qué haremos?

Pues que se vaya. A ver cómo vive sin que le ayudemos.

Marina suspiró. En parte, tenía razón. Pero Andrés era terco y, aunque quería a Álvaro como un hijo, podía ser muy duro.

Al final, resolvió lo de Juanito. Su amiga Lucía, cuyos hijos iban al mismo colegio, lo llevó y lo cuidó. Incluso fueron al parque después.

Lucía, mil gracias dijo Marina al recogerlo. Venid a casa a tomar algo.

Tranquila, tú también me has ayudado. Entre madres nos apoyamos sonrió Lucía.

Marina aprovechó para contarle sus preocupaciones. Lucía, de solo veintiséis años, entendía a Álvaro.

Yo pasé por lo mismo dijo. Mis padres me cargaron con mis hermanas. Tal vez le exiges demasiado. Para ti, limpiar es normal; para él, una imposición.

Pero es justo que ayude.

Para ti, sí. Para él, no. Yo pensaba igual.

¿Entonces?

Dos opciones: o le cortas toda ayuda, o lo dejas ir. Que alquile un piso y vea cómo es la vida.

¿Y si deja los estudios? ¿O desaparece?

El riesgo existe. Pero si quiere irse, lo hará. Yo me fui de casa joven. Y nos llevamos mejor por eso.

Marina lo pensó mucho. Cuando Andrés volvió, decidieron alquilarle un piso cercano por dos meses. Lo abastecieron de comida y le dieron las llaves.

Ah, ya. Me echáis de casa dijo Álvaro, pero las aceptó. Sabéis que no puedo con todo y estudiar.

No es un castigo aclaró Andrés. Eres nuestro hijo y te queremos. Pero si no quieres vivir en familia, puedes probar solo. Vivir juntos implica derechos y obligaciones. Nosotros seguiremos ayudándote, pero si quieres independencia, adelante.

Álvaro refunfuñó, pero se mudó. Un mes después, empezó a llamar. Preguntaba cómo limpiar la cocina, qué detergente usar. Una vez, pidió una receta de sopa. Marina lo invitó a comer y le dio provisiones.

Te echamos de menos le dijo al despedirse.

Él no respondió. Solo la abrazó fuerte.

Al tercer mes, pidió hablar. El alquiler había terminado y, aunque decía que se las arreglaba, Marina notaba que no era fácil.

Quiero volver dijo. Pero clarificando: Juanito es vuestra responsabilidad, no mía.

Antes, Marina se habría enfadado. Ahora, entendía su postura.

Es tu hermano gruñó Andrés.

Basta intervino Marina. Tiene razón. No obligaremos a Álvaro con Juanito, pero en casa colaborará.

Le asignaron tareas: limpiar el baño semanalmente, el pasillo cada dos días, y ayud

Rate article
MagistrUm
Si te interesa, hazlo tú