Si no estuvieras aquí…

Si no fuera por ti…

Lucía y Carmen eran amigas desde pequeñas, iban juntas a la guardería y en el colegio compartían pupitre. Al crecer, Carmen se convirtió en una auténtica belleza, siempre rodeada de admiradores, a quien todo le salía fácil, sin esfuerzo. Lucía, en cambio, era una chica común, de esas que pasan desapercibidas en medio de la multitud.

Al salir del instituto, Lucía estudió auxiliar de enfermería, eligiendo ayudar a los demás como vocación. Carmen decidió que no necesitaba títulos para triunfar en la vida. Hizo un curso de estética y trabajaba en un salón de belleza, pintando cejas y pestañas.

Las dos vivían sus peleas y reconciliaciones con intensidad. No pasaba un día sin que se vieran o hablaran por teléfono. Carmen solía ser quien más hablaba, y Lucía escuchaba, compadeciéndose de sus rupturas o alegrándose por sus nuevos romances.

Como suele pasar entre amigas, ambas se enamoraron del mismo chico.

Lucía conoció a Javier primero. Si hubiera sido un chico normal, sin pretensiones, quizás habrían formado una familia feliz. Pero el amor nunca es fácil.

Lucía volvía del supermercado. Había llovido hacía una hora y los charcos aún no se habían secado. Al esquivar uno que ocupaba toda la acera, vio con horror a un chico en patinete eléctrico que se le venía encima. Él miraba al frente, más allá de ella. Dudando si la había visto, Lucía gritó y saltó hacia un lado, cayendo en el charco.

—¡Van como locos en esos patinetes, ni miran por donde van! —le gritó una anciana desde cerca, agitando un dedo arrugado—. ¿Qué miras? Casi atropellas a la chica…

El chico se detuvo y miró hacia atrás. Lucía, mientras, salía del charco y observaba con pena sus piernas embarradas.

—Perdona. ¿Para qué te metiste? Te vi perfectamente, te habría esquivado —dijo acercándose.

Lucía no quería sus disculpas. Buscaba dónde pisar para salir sin volver a mojarse, aunque ya poco importaba.

—Sube, te llevo —ofreció él.

—Déjame en paz —replicó ella, molesta.

—Ya me disculpé. ¿O prefieres seguir chapoteando? ¿A dónde vas?

—A la calle de al lado. Calle Cervantes, número diez.

Dudando, se subió al patinete y se agarró al manillar. El vehículo salió del charco con suavidad, apartando el agua a su paso. El viento le refrescó la cara, y la velocidad le robó el aliento. Lucía nunca se había atrevido a montar en patinete, pero con él no sentía miedo.

Al llegar al portal, Javier redujo la velocidad y le susurró al oído:

—¿Qué escalera?

Su aliento le hizo cosquillas en la sien, y un escalofrío le recorrió el cuello.

—La tercera —murmuró.

Él se detuvo justo al pie de la entrada, donde otro charco esperaba.

—Gracias —dijo Lucía.

Sus ojos se encontraron al mismo nivel. Ella notó su piel morena, sus ojos intensos, su sonrisa… y el corazón se le aceleró.

—Me llamo Javier —dijo él.

—Lucía.

—Lo siento, de verdad. ¿Qué tal si vamos al cine algún día? Mis amigos se han ido de vacaciones, y no me apetece ir solo.

Lucía encogió los hombros.

—Vale.

—Entonces mañana a las siete, aquí mismo. —Javier sonrió, dio media vuelta y desapareció tras la esquina.

—¿Por qué estás tan contenta? —le preguntó su madre al llegar.

—Por nada. Me caí en un charco… Voy a lavarme. —Le entregó la bolsa del pan y se encerró en el baño.

Pasó la noche recordando su cara, y los escalofríos volvieron. Al día siguiente, se puso vaqueros y zapatillas, segura de que él llegaría en patinete otra vez.

—¿Adónde vas? —preguntó su madre.

—Al cine. Con Carmen —mintió.

—No te entretengas —le advirtió.

Al salir, Javier no estaba. Miró a todos lados, sintiendo la decepción quemarle el pecho. «Te lo has creído, tonta», pensó, oyendo la voz de su madre. Estaba a punto de volver cuando una voz detrás de ella dijo:

—¡Hola!

Al girarse, vio a Javier sonriendo. Se alegró, se ruborizó y sintió que él podía leer sus pensamientos.

—Vamos, la película empieza en veinte minutos.

Volvió a subir al patinete. El viento en la cara, su pecho cerca de su espalda… el corazón se le paró de felicidad.

Después del cine, caminaron juntos. Javier había dejado el patinete atrás.

—¿Con quién fuiste al cine ayer? —la llamó Carmen por la mañana—. Cuenta, anda.

—¿Te lo dijo mi madre? —se puso tensa Lucía.

—No, no te delató. ¿Quién es el chico?

A Lucía le ardían las ganas de presumir. Nunca había salido con nadie, mientras que Carmen cambiaba de novio como de zapatos.

—Nadie especial —mintió, aunque para ella lo era. Era especial porque la había mirado, la había invitado al cine, y esa noche volverían a verse.

Javier la esperaba sin patinete. Decidieron pasear, y al salir del portal, se toparon con Carmen, como si los hubiera estado esperando.

—¡Hola! —dijo Carmen, clavando sus ojos en Javier.

Él tampoco apartó la vista de ella, que le sonreía coqueta. Caminaron un rato los tres, hasta que Lucía se quedó atrás sin que nadie lo notara.

Volvió a casa destrozada, apagó el móvil. Al día siguiente, Carmen fue a disculparse, diciendo que se había enamorado…

Lucía no pudo guardarle rencor. Siguieron siendo amigas, incluso después de que Javier y Carmen se casaran.

Lucía terminó sus estudios y trabajó en una clínica privada. Carmen seguía en el salón, más por gusto que por necesidad. Javier ganaba bien.

Celebraban cumpleaños y Nochevieja juntos, iban de barbacoa. A Lucía le gustaba Javier cada vez más, pero nunca lo demostraba.

Una noche, el teléfono la despertó.

—¿Sabes qué hora es? —gruñó al ver que era Javier—. Mañana trabajo temprano.

—Carmen ha muerto —dijo él con voz quebrada.

—¡Habla claro! ¿Qué ha pasado?

—Veníamos de la casa rural… Ella quiso conducir… Un camión nos cortó el paso… Murió en el acto…

—¿Estás en el hospital? ¿Cuál?

Al oír el nombre, saltó de la cama.

—¿Qué pasa? ¿Quién era? —su madre asomó medio dormida.

—Carmen ha tenido un accidente. No sé más. Voy al hospital.

—Espera al menos a que amanezca.

Lucía se puso una bata blanca para colarse sin problemas. En la habitación, Javier estaba cubierto de cables, pálido como el amanecer.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—Me operaron. No siento las piernas —sus ojos reflejaban terror—. Ojalá hubiera muerto yo. Nunca debí dejarla conducir…

—No digas eso…

—¿De dónde salió ese camión? Apareció de la nada…

Lucía habló con el médico.

—La operación fue bien, los nervios están intactos. Ahora toca esperar.

AyCon el tiempo, Javier recuperó la movilidad, pidió perdón a Lucía por no haber visto antes su amor, y juntos formaron una familia feliz, recordando siempre que el verdadero cariño es el que permanece en las horas más oscuras.

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MagistrUm
Si no estuvieras aquí…