**Será una vida distinta**
A sus veinte años, Lucía no podía imaginar lo que le deparaba el futuro. Estudiaba en la universidad, amaba a su novio Adrián y soñaba con casarse, pues ya hablaban de ello con ilusión.
Adrián era mayor que ella. Había terminado el servicio militar cuando asistió al baile de otoño del instituto, donde Lucía cursaba segundo de bachillerato. Nunca olvidaría la primera vez que lo vio. Aunque vivían en la misma ciudad, en el mismo barrio, e incluso habían estudiado en el mismo colegio, él había terminado antes.
Dios, pero qué guapo es este pensó Lucía al verlo.
Entró en el salón buscando caras conocidas, hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. Le sonrió, y ella se enamoró al instante. ¿Cómo no hacerlo? Era distinto, especial, nada como los demás chicos.
Hola, soy Adrián. ¿Y tú? se acercó, haciendo que ella se sonrojara. ¿Bailas conmigo? La tomó de la cintura y comenzaron a girar al ritmo de la música.
Lucía
Casi no sentía los pies, como si volara. Adrián la guiaba con seguridad, y ella seguía cada uno de sus movimientos.
Lucía Bailas muy bien murmuró él con una sonrisa.
No se separó de ella en toda la noche. Acordaron que la acompañaría a casa, y así lo hicieron. Caminaron sin prisa, deseando que el momento no terminara, pero Lucía sabía que su madre la esperaba.
Adrián nunca la dejó aburrirse. Tras terminar el instituto, ella entró en la universidad de su ciudad, mientras él trabajaba. Era alegre, contagioso, siempre rodeado de amigos. Lucía empezó a acompañarlo a reuniones, bodas y cenas.
Le regalaba rosas incluso en pleno invierno. Cada cita era una celebración: cafés, excursiones al campo, paseos con amigos.
En su tercer año de carrera, él le dio una sorpresa.
En Navidad nos vamos a Sierra Nevada. Ya tengo los billetes. Te enseñaré a esquiar.
¡Adrián, eres increíble! Se abrazó a su cuello, pero luego recordó: Espera Tengo miedo a las alturas, ¿no lo sabías? Y se echó a reír.
El viaje fue inolvidable. Aprendió a esquiar rápidamente, y cuando terminó, sintió que la magia se esfumaba. Luego llegó el 8 de marzo. Adrián apareció en su casa con dos ramos de rosas.
Feliz día de la mujer le dijo a su madre, entregándole uno. El otro era para Lucía. Para ti, preciosa la besó en la mejilla, y ella se derretía de felicidad.
Adrián, no gastes tanto protestó su madre. Esto es caro.
No importa. Jorge y Álvaro se van a trabajar a Alemania, y me llevan con ellos. Necesitan electricistas para una línea de alta tensión. El sueldo es bueno. Así ahorraré para nuestra boda y un coche.
No quiero que te vayas suplicó Lucía. Por favor, no.
Solo serán tres o cuatro meses. Seguiremos hablando. Quiero darte una boda bonita, ¿no es lo que deseas?
Sí, pero prefiero algo sencillo. Lo importante es estar juntos.
Pero Adrián ya había tomado su decisión. Se marchó con sus amigos. El trabajo pagaba bien, y hablaban a menudo.
Un día, en clase, Lucía sintió una punzada de inquietud, aunque se le pasó rápido. La noche anterior habían hablado, así que no esperaba su llamada. Pero al llegar a casa, el corazón le pesaba. Intentó llamarlo, aunque él siempre telefoneaba primero. El móvil de Adrián no respondía. El latido en sus sienes le dolía.
¿Por qué no contesta? Marcó cinco veces, pero solo silencio.
Encontró el número de Álvaro y lo llamó, aliviada al escuchar su voz.
Álvaro, ¿dónde está Adrián?
Lucía Adrián ya no está.
¿Qué? Pero la llamada se cortó.
¡Mamá! gritó, rompiendo en llanto.
Lo que siguió fue una pesadilla. Supo después que Adrián había muerto electrocutado en un poste. Su madre, Carmen, enmudecida por el dolor, apenas hablaba. Esperó a que el padre y el hermano pequeño, David, trajeran su cuerpo. Los funerales, el duelo todo fue oscuridad.
Lucía quedó paralizada. Visitaba a Carmen, y juntas iban al cementerio en silencio.
Extrañamente, Carmen no la dejaba ir. Le pedía que pasara más tiempo con ellos, sobre todo en verano, cuando Lucía tenía vacaciones. Iban a iglesias, tomaban té juntas.
Lucía, ¿qué te parece si vamos a la playa? propuso Carmen un día.
Aceptó, aunque no entendía por qué. Su propia madre le decía que debía seguir adelante, pero al final se fueron una semana.
Por las mañanas iban a la playa, y por las tardes descansaban. Carmen parecía recuperarse. Pero Lucía, incapaz de dormir, salió una tarde a pasear.
La vida bullía a su alrededor, pero ella se sentía vacía. Caminó hasta el paseo marítimo y observó el horizonte, donde el mar se fundía con el cielo. Gritos de gaviotas, risas de niños, el rumor de la gente Todo era vida, menos para ella.
Tan bella y tan triste oyó decir a su lado.
Era un chico. Iba a responder con aspereza, pero algo en él le recordó a Adrián.
Dios no da la felicidad a los hermosos murmuró.
No estoy de acuerdo dijo él. Soy Roberto.
Lucía.
Intercambiaron unas palabras antes de que ella se marchara. Pero Roberto la observó irse. Llevaba días fijándose en esa chica melancólica, que nunca sonreía.
Quedaban dos días. Carmen dormía, y Lucía fue al supermercado. Al salir, se topó con Roberto.
Déjame ayudarte le quitó la bolsa. Necesito hablar contigo.
Se sentaron en una terraza cercana.
Me voy en tres días dijo él. ¿Tú cuándo te marchas?
Mañana por la noche.
Vivo en tu misma ciudad reveló él, sorprendiéndola. Así que no nos perderemos.
Roberto había estudiado en su universidad y trabajaba en el ayuntamiento. Acababa de romper con su novia y había venido solo. Pero al conocer a Lucía, sintió algo distinto.
Ella le habló de su dolor, de Carmen. Él frunció el ceño.
¿Por qué te aferra tanto? Los padres suelen distanciarse en estos casos.
No lo sé. Pero no quiero herirla.
Intercambiaron números y acordaron verse en casa.
Al volver, Carmen la esperaba molesta.
¿Dónde estabas?
Fui a comprar y luego a pasear.
Empezaba a sentirse asfixiada. Su madre le decía que se liberara, pero Lucía no podía abandonar a Carmen. Sin embargo, esa noche, mientras hacían las maletas, le confesó:
Al volver, empezaré una vida nueva.
Carmen la miró fijamente.
Otra vida Claro, tú eres joven. Yo pensé Pensé que estarías embarazada. O que quizás tú y David
Lucía lo entendió todo. Sintió asco.
¡No! replicó, llorando por primera vez desde el funeral. No quiero a nadie.
Decidió que su vida seguiría sin Carmen.
A casa pensó. Quizás Roberto me ayude a ver claro.
El nuevo curso comenzó. Lucía salía con Roberto, y un día






