Se ha ido con su hijo a visitar a su madre, y él no tiene prisa por hacer nada.

Querido diario,

Hoy la hermana de mi novio, Crisanta, estalló en sollozos y gritó: «¡Inútil decir que todo esto es culpa mía!». No podía imaginar que algo así fuera a suceder y ahora no sé cómo seguir adelante sin perder la dignidad.

Hace unos años, Crisanta se casó con Javier. Tras la boda se decidió que los recién casados vivirían en la casa de la madre de Javier, que reside en un amplio piso de tres habitaciones en el centro de Madrid. Sus padres solo tenían a ese hijo y su vivienda estaba algo abarrotada.

Yo me quedaré con una habitación y el resto será vuestro les dijo la suegra, María del Carmen, con una sonrisa forzada. Somos gente bien educada, así que creo que nos llevaremos sin problemas.

Javier, intentando tranquilizar a su esposa, respondió: Podemos marcharnos cuando queramos. No veo nada malo en vivir bajo el mismo techo que mi madre. Si la convivencia se vuelve insoportable, siempre podemos alquilar un apartamento

Así lo hicieron. La convivencia resultó ser una auténtica prueba de fuego. Tanto la nuera como la suegra se esforzaban, pero cada día la tensión aumentaba. Los resentimientos acumulados estallaban de vez en cuando y las discusiones se volvían más frecuentes.

Me prometiste que si no podíamos seguir viviendo juntos, ¡nos mudaríamos! exclamó María del Carmen entre lágrimas.
¿Y no lo hemos hecho? repuso Javier con desdén. Son cosas pequeñas; no tiene sentido empacar y marcharse.

Un año después del enlace, María del Carmen dio a luz a un sano niño, Rodrigo. La llegada del nieto coincidió con el momento en que la suegra dejó su antiguo trabajo y no encontraba otro, pues las empresas no contrataban a mujeres cerca de la edad de jubilación anticipada. Así, la nuera y la suegra se vieron obligadas a pasar las 24 horas del día cara a cara, sin poder salir ni descansar. La atmósfera en el hogar se iba deteriorando día a día.

Javier, único sostén económico, solo podía encogerse de hombros y aguantar las quejas, pues era él quien pagaba todo. No podemos dejar a mi madre sola; no tiene recursos para vivir. No puedo permitirle quedarse sin ayuda y tampoco puedo alquilar un piso para ella. Cuando mi madre consiga trabajo, nos mudaremos se repetía a sí mismo.

La paciencia de María del Carmen se agotó. Empacó sus cosas y las de Rodrigo y se mudó a la casa de su madre en Sevilla. Al marcharse, le dijo a Javier que nunca volvería a poner un pie en la casa de su madre y que, si él valoraba a su familia, tendría que buscar una solución.

Yo pensé que, al ver cuánto le importaba su familia, Javier haría todo lo posible por recuperarla. Pero me equivoqué. Han pasado más de tres meses desde que ella se fue y él no ha intentado traerla de vuelta. Javier sigue viviendo con su madre, se comunica con su esposa e hijo mediante videollamadas cuando vuelve del trabajo y los visita los fines de semana en la casa de la suegra.

Así, Javier recibe la atención y el cariño de dos mujeres a la vez, además de la compasión de su madre hacia su sobrino, sin tener que ocuparse del niño. La suegra parece vivir una vida bastante cómoda, pues no ha perdido nada realmente.

Yo, por mi parte, no estoy contenta con esta situación. Amo a Javier, aunque sé que su comportamiento no es el adecuado.

¿Qué esperabas cuando te fuiste? le pregunta él. Puedes volver cuando quieras.

Probablemente ella no tenga la intención de abandonar a su madre ni de alquilar un piso. La joven, que está en permiso de maternidad, entiende que no dispone de los medios para hacerlo.

¿Será este el final de la familia? ¿Tiene alguna mínima oportunidad de volver a la casa de la suegra y salir de esta situación con la cabeza alta?

Solo el tiempo lo dirá.

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Se ha ido con su hijo a visitar a su madre, y él no tiene prisa por hacer nada.