Se ha divorciado de su marido, y su suegra exige dinero para ayudarlo.

María y yo nos casamos hace poco más de diez años, cuando ambos teníamos treinta y tantos. Yo trabajaba como directora en una multinacional con sede en Madrid y ella regentaba su propio salón de estética en el barrio de Malasaña. Tuvimos dos hijos, ella se tomó el permiso de maternidad y, tras el nacimiento del segundo, dejó de trabajar. Vivíamos cómodamente porque el sueldo de mi esposa era bastante holgado.

Javier era una persona muy ambiciosa; pasaba mucho tiempo fuera de casa y, cuando podía, se reunía con su madre, Doña Carmen, una actriz veterana que sabía interpretar dolencias y ataques de ira con maestría para llamar la atención de su hijo.

En una reunión familiar, Doña Carmen se dirigió a María con voz firme:

Javier solo es mío, y no importa que tú seas su esposa. Para él, la familia sólo soy yo. Tienes que entenderlo, porque tú también eres madre. Y pase lo que pase, debes ayudar siempre a tu marido.

Aquellas palabras quedaron grabadas en mi memoria. A la mañana siguiente, María le pidió a Javier que le explicara lo sucedido. Él intentó justificar el comportamiento de su madre como una broma de mal gusto.

Sin embargo, todo lo bueno llega a su fin. El año pasado, Javier perdió su puesto en la empresa y empezó a refugiarse en el alcohol para ahogar su tristeza. María volvió a trabajar en su salón de estética, esforzándose por mantener a la familia.

Yo no perdí la esperanza de que mi esposo recobrara la cordura y volviera a ser el hombre que conocía, pero la realidad siguió empeorando. Presenté el divorcio y él se instaló con mi madre en Sevilla.

Sentí un alivio al saber que ya no tenía que alimentar a otra boca. Pero, un mes después, Doña Carmen me llamó:

¿Has olvidado lo que siempre te he dicho? Debes ayudar siempre a tu cónyuge. Mi pensión no alcanza, así que exijo que me envíes cada mes una cantidad de dinero para mantener a Javier.

¡Qué descaro! Le contesté que solicitaría la pensión alimenticia, pues es obligación del padre sustentar a sus hijos. Ella, sin inmutarse, replicó que yo era quien había convertido a su hijo en ese estado.

Aquellas palabras me dejaron incómoda y colgué el teléfono. Lo curioso es que, a pesar de todo, todavía siento cariño por mi exmarido, aunque ya no sé cómo convivir con él.

Al final, aprendí que el amor no debe obligar a sacrificar el propio bienestar y que, a veces, la verdadera ayuda consiste en poner límites y cuidar de uno mismo. Esa lección me ha permitido reencontrar la paz y seguir adelante con dignidad.

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Se ha divorciado de su marido, y su suegra exige dinero para ayudarlo.