Tenía por delante una conversación difícil.
Tras la ventana, las luces de los coches brillaban en la noche mientras los transeúntes pasaban apresurados, pero Jaime se quedó solo con sus pensamientos. Aquel día, se sentía especialmente abatido, aunque nada en su apariencia lo delataba.
Pensaba en Lucía. Llevaban varios años juntos, y en apariencia, todo había sido perfecto. Él había hecho lo posible por hacerla feliz: compraba regalos caros, organizaba cenas románticas, era atento y cariñoso. Pero últimamente notaba que algo había cambiado. Lucía se mostraba distante, se encerraba en sí misma, y sus conversaciones eran cada vez más breves y esporádicas.
Jaime intentaba comprender qué había ocurrido. ¿Habría hecho algo mal? ¿O quizás se había cansado de su protección excesiva? No encontraba respuestas, y la desesperación lo invadía.
Recordó el día en que se conocieron. Fue en una fiesta, de esas a las que él solía acudir en su tiempo libre. Lucía llamó su atención al instante por su belleza y seguridad. No se parecía a las demás mujeres que había conocido. Tenía su propia forma de ver la vida, sus intereses y pasiones. Jaime sintió el deseo de conocerla más, y pronto empezaron a salir.
Al principio fue maravilloso. Pasaban mucho tiempo juntos, viajaban, asistían a eventos. Jaime disfrutaba cada momento a su lado y creía que su relación avanzaba en la dirección correcta. Pero poco a poco notó cambios en ella. Sonreía menos, respondía menos a sus llamadas y mensajes. A veces creía percibir que solo toleraba su presencia.
Esa sensación era dolorosa, pero Jaime disimulaba sus emociones. Seguía esforzándose por recuperar lo perdido, aunque cada vez que intentaba hablar con Lucía sobre su relación, ella eludía la conversación, excusándose con el trabajo o el cansancio.
Aquella tarde había sido especialmente dura. Lucía se había ido a reunirse con sus amigas, dejándolo solo. Jaime sabía que era normal, que cada uno necesitaba su espacio, pero el corazón le dolía. Sentía que la estaba perdiendo y no sabía cómo evitarlo.
Le atormentaban aquellas dudas, pero no veía solución. Amaba a Lucía y quería verla feliz, aunque sospechaba que sus esfuerzos podrían ser inútiles. En el fondo, anhelaba que algún día ella le abriera su corazón y le contara qué ocurría. Mientras tanto, solo le quedaba esperar y tener fe.
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Lucía estaba sentada en una cafetería, rodeada del bullicio habitual de la tarde en la gran ciudad. Estaba sola, aunque bien podría estar junto a Jaime, su novio, que por lo demás parecía ser el hombre perfecto. Guapo, inteligente, detallista… la clase de tipo con el que cualquiera soñaría. Pero, inexplicablemente, se sentía vacía.
Todo empezó años atrás, cuando conoció a Jaime en una fiesta a la que acudió con amigos. Él le llamó la atención enseguida: seguro de sí mismo, carismático, capaz de hablar de cualquier tema con soltura y siempre impecable. Que alguien así se fijara en ella halagaba su orgullo.
Recordaba aquel instante en que sus miradas se cruzaron entre la multitud. Por entonces aún creía que el amor era algo repentino, intenso y apasionado. Pero con Jaime fue distinto. Su relación progresó con calma, casi con racionalidad. Poco a poco pasaban más tiempo juntos, hasta que se convirtieron en pareja. Jaime la colmaba de atenciones, le regalaba detalles, planeaban viajes. Todo estaba bajo control, pero dentro de Lucía crecía una sensación extraña.
Le gustaba que Jaime respetara su opinión, que la ayudara con los problemas cotidianos, que estuviera en los momentos difíciles. Parecía que entre ellos había entendimiento y respeto, bases de cualquier relación sólida. ¿El amor? Bueno, eso llegaría con el tiempo, ¿no?
Pero el tiempo pasó, y el amor nunca floreció. En su lugar, surgió el desasosiego. Cada gesto de Jaime le parecía forzado, cada palabra falsa; incluso su sonrisa le causaba inquietud. Y lo peor: empezó a compararlo con otra persona, alguien con quien, en teoría, no tenía nada en común.
Sergio. Su amigo de la infancia, torpe, divertido, siempre metido en líos. Lucía lo consideraba solo un compañero al que contar secretos o pedir consejos. Sin embargo, era él quien ocupaba sus pensamientos mucho más que Jaime. Recordaba sus conversaciones interminables, sus risas tontas, su apoyo incondicional. Sabía que Sergio la amaba desde siempre, pero nunca lo había visto como algo relevante. Al fin y al cabo, solo eran amigos, ¿verdad?
Intentando entenderse, repasó los últimos meses. Jaime se le había vuelvo insoportable. Su costumbre de ayudarla en todo, antes considerada un detalle, ahora era agobio. Sus intentos por complacerla se habían vuelto presión.
Sabía que debía hablar con él. Explicarle que su relación no tenía salida. Pero la idea de admitir sus sentimientos por otro la hacía sentirse miserable. ¿Cómo había podido equivocarse tanto? ¿Cómo no ver lo que siempre estuvo frente a sus ojos?
En ese momento, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Las secó con disimulo, evitando miradas curiosas. Se odiaba por su debilidad, por haberse perdido en sus propias emociones. Pero, a pesar de todo, sabía que debía actuar. Aunque fuera tarde, aunque doliera.
Lucía se levantó y salió del local. Tenía por delante una conversación difícil con Jaime, y sabía que después, su vida cambiaría para siempre. Pero quizás, solo quizás, sería el primer paso hacia la felicidad que llevaba años ignorando.