«¡Sal de mi casa ahora mismo! No soporto más a mi hermana y a sus hijos»

«¡Lárgate de mi casa ahora mismo! No aguanto más a mi hermana y a sus hijos.»

«¡Adriana, sal de mi piso ya!» no soporto más a mi hermana y a su tropa.

En un pueblo cercano a Valencia, donde el bullicio del mercado matutino se mezcla con el aroma de los churros recién hechos, mi vida a los 40 años se ha convertido en un caos por culpa de mi hermana. Me llamo Lucía, vivo sola en mi apartamento de dos habitaciones, que pagué con esfuerzo tras mi divorcio. Pero mi hermana pequeña, Adriana, sus tres hijos y su irresponsabilidad han agotado mi paciencia. Ayer le grité desde la puerta: «¡Vete de mi casa, ahora mismo!» y ahora me pregunto si hice bien. Pero, la verdad, ya no podía más.

**La hermana que antes era mi alma gemela**

Adriana es cinco años menor que yo. Siempre fuimos cercanas, a pesar de ser tan distintas. Yo, organizada y trabajadora, siempre cargué con todo. Ella, despreocupada, en busca de una «vida mejor». Sus tres hijos tienen padres diferentes: Javier tiene 12 años, Pablo 8 y Mateo 5. Vive apretada en una buhardilla, sobrevive con trabajos temporales y yo siempre la ayudaba con euros, con la compra, con ropa para los niños. Cuando pidió quedarse «unas semanitas» en mi casa, no supe decir que no. Ya llevan tres meses.

Mi piso es mi santuario. Tras el divorcio, invertí todo en él: la reforma, los muebles, cada detalle. Trabajo como recepcionista en un hotel y mi vida es orden y tranquilidad. Pero desde que llegaron Adriana y sus hijos, mi hogar es un campo de batalla. Los niños corren por el pasillo, gritan, rompen cosas, pintan las paredes. Adriana, en vez de educarlos, se pasa el día con el móvil o «sale a resolver cosas», dejándomelos a mí.

**El caos que arruinó mi refugio**

Desde el primer día supe que había cometido un error. Javier, el mayor, me responde con insolencia, Pablo ha rayado las paredes y Mateo embadurna todo de puré. No obedecen ni a Adriana ni a mí como si estuvieran acostumbrados a que su madre los lleve de un sitio a otro, y mi casa fuera solo una parada más. Adriana no limpia, no cocina, no ayuda en nada. «Lucía, total, estás sola, ¿qué más te da?», dice. Yo me ahogo en su falta de vergüenza.

Mi piso parece una pensión barata. Platos sucios en el fregadero, juguetes por todas partes, manchas de chocolate en el sofá. Llego del trabajo y, en vez de descansar, friegos, cocino para cinco y trato de calmar a los niños. Adriana, mientras, duerme o chismorrea por teléfono. Si le pido que ordene, pone los ojos en blanco: «Ay, Lucía, no empieces, estoy agotada.» ¿Agotada? ¿Por qué? ¿Por vivir a mi costa?

**La gota que colmó el vaso**

Ayer, al llegar, no reconocí mi casa. Los niños corrían como locos y casi me tiran al suelo. En la cocina, una pila de platos sucios; en el salón, zumo derramado sobre la alfombra. Adriana estaba tumbada en el sofá, enganchada al móvil. Perdí los nervios: «¡Adriana, vete de mi casa, ya!» Me miró como si estuviera loca: «¿En serio? ¿Adónde voy a ir con los niños?» Le dije que ese no era mi problema, pero por dentro temblaba. Los niños, quietos, nos observaban, y me dio pena. Pero ya no puedo más.

Le di una semana para encontrar un piso. Se echó a llorar, diciendo que era cruel, que abandonaba a mi propia hermana. Pero, ¿dónde estaba su consideración cuando destrozaba mi casa? ¿Dónde su gratitud por todo lo que he hecho? Mis amigas me apoyan: «Lucía, tienes toda la razón, deja de mantenerlos.» Pero mi madre, al enterarse, me llama suplicando: «No la eches a la calle, tiene niños.» ¿Y yo? ¿No merezco paz?

**Miedo y decisión**

Temo haber sido demasiado dura. Adriana y sus hijos están en un lío, y me siento culpable, sobre todo por mis sobrinos. Pero no puedo sacrificarme por su irresponsabilidad. Mi piso es todo lo que tengo, y no permitiré que se convierta en el vertedero de su desorden. Le ofrecí ayudarla a buscar casa, pero se negó: «Solo quieres deshacerte de nosotros.» Quizá sí. ¿Y qué?

No sé cómo terminará esta semana. ¿Me perdonará mi madre? ¿Entenderá Adriana que ella provocó esto? ¿O seré «la hermana mala» que echó a su familia a la calle? Pero una cosa es clara: estoy harta de ser su salvadora. A los 40 años, quiero vivir en mi casa, en orden, respirar tranquila, sin que nadie pisotee mis límites.

**Mi grito por la libertad**

Esta historia es mi derecho a elegir. Adriana quizá quiera a sus hijos, pero su irresponsabilidad destruye mi equilibrio. Los niños no tienen la culpa, pero no puedo ser su madre. A los 40, quiero recuperar mi piso, mi tranquilidad, mi dignidad. Esta decisión dolerá, pero no cederé. Soy Lucía, y elijo por mí aunque le rompa el corazón a mi hermana.

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