¿Sabes cómo te mira? Con amor y admiración, reveló la hija satisfecha.

—¿Sabes cómo te mira? Con amor y admiración —dijo la hija, satisfecha consigo misma.

Miguel salió del baño, cubierto solo con una toalla. Las gotas de agua brillaban sobre los músculos marcados de su pecho. No era un hombre, era un sueño. A Leticia le dio un vuelco el corazón.

Miguel se sentó al borde de la cama y se inclinó para besarla. Ella apartó la cabeza.

—No, o nunca me iré. Tengo que marcharme. Laura ya debe estar en casa —murmuró Leticia, apoyando la mejilla en su hombro.

Él suspiró.

—Leti, ¿hasta cuándo? ¿Cuándo le dirás a tu hija sobre nosotros?

—Hace tres meses ni siquiera sabías que existía y vivías perfectamente. —Leticia se levantó y comenzó a vestirse.

—Creo que no vivía, solo esperaba por ti. No puedo pasar un día sin…

—No me rompas el corazón. No me acompañes —dijo ella, deslizándose fuera de la habitación.

Caminó por la calle, evitando las miradas de los transeúntes. Le parecía que todos sabían de dónde venía. Los hombres la miraban con curiosidad, las mujeres… con reproche. Claro, lo tenía todo: figura, porte, un rostro de ojos expresivos y labios carnosos. Su melena oscura se escapaba del moño. Y Leticia solo quería volverse invisible.

***

Se había casado joven, a los veinte años, por un amor intenso y mutuo. Casi de inmediato, quedó embarazada. Su marido intentó convencerla de abortar. Decía que era pronto, que debían estabilizarse primero, que ya habría tiempo. Pero ella no cedió y dio a luz a una niña sana, esperando que él cambiaría. Pero nunca quiso a su hija. Bueno, muchos hombres son indiferentes con los niños.

Un día, una mujer llamó y le dio una dirección donde su marido solía ir por las noches. No fue corriendo a comprobarlo; esperó a que llegara y le preguntó directamente. Él lo negó al principio, luego se justificó, hasta que empezó a gritar:

—¡Una loca te dice algo y te lo crees! No estás muy lejos de ella. Me voy, y te arrepentirás…

Se marchó, cerrando la puerta de un portazo. Leticia no quería vivir, pero su hija necesitaba atención, y sobrevivió. Dos semanas después, no pudo más. Fue a la dirección, se escondió tras un árbol y esperó. Pronto pasó su marido, del brazo de una mujer joven. Entraron juntos al portal.

Al día siguiente, Leticia pidió el divorcio. Sabía que no podría perdonar; no era su carácter. Dejó a su hija en la guardería y volvió a trabajar.

A veces aparecían hombres en su vida, pero ninguno le gustaba lo suficiente como para arriesgarse. Hasta que, años después, Miguel conquistó su corazón. Alto, guapo, a su altura. Entre ellos surgió un romance apasionado. Una vez, Laura le preguntó adónde iba tan arreglada.

—A una cita —respondió Leticia, mitad en broma, mitad en serio.

—Ahhh… —fue la respuesta elocuente de su hija. No volvió a preguntar.

En figura, Laura se parecía a ella, pero su rostro era más común. Todos se preguntaban cómo unos padres tan guapos tenían una hija normal. A Leticia le alegraba. La belleza no llena el estómago, solo trae problemas.

Nunca tuvo amigas. No por ella, sino por la envidia de las demás. Temían quedar opacadas a su lado. Quizá por eso se casó joven, esperando encontrar en su marido un amigo.

—Es algo simple y mediocre para ti, aunque guapo —decía su madre.

***

—Laura, ya estoy en casa —anunció Leticia al entrar en el piso.

—Estoy haciendo los deberes —respondió la hija desde su habitación.

Leticia se cambió y fue a la cocina. Poco después llegó Laura, partió un trozo de pan y se sentó.

—No te llenes, pronto cenaremos —dijo Leticia, sirviendo los platos y sentándose frente a ella—. Quería hablar contigo.

—Pues habla —contestó Laura, comiendo con apetito.

—Pronto es mi cumpleaños.

—Lo sé, mamá.

—Quería invitar… a un conocido —dijo con dificultad.

—¿Con el que te acuestas? —Laura la miró impasible.

—Con el que salgo. Al menos habla con respeto a tu madre.

—¿Qué diferencia hay? A tu edad, salir y acostarse es lo mismo.

—¿Puedo invitarlo? ¿Te importa? —insistió Leticia.

—A mí qué más me da. ¿Vendrá la abuela? —preguntó Laura, despreocupada.

Leticia respiró aliviada. Quince años era una edad difícil, pero su hija parecía aceptar la noticia.

—La abuela vendrá el domingo. Quiero que os llevéis bien con él.

—Bueno, mamá, invítalo —dijo Laura, apartando el tema con la mano.

***

El sábado por la mañana, Leticia cocinó, decidida a impresionar a Miguel con sus habilidades. Él llegó con un ramo enorme de rosas y le regaló un anillo. Ella se sintió abrumada por su insistencia. Además, intentó caerle bien a Laura, hablando alto, contando chistes. Pero la hija permaneció seria.

Cuando Miguel se fue, Leticia limpió la mesa y fue a ver a Laura, intentando abrazarla. Su hija se apartó.

—¿No te gustó? —preguntó Leticia.

—No.

—¿Por qué? —no pudo ocultar su decepción.

—Porque no. —Laura guardó silencio—. Entiendo que eres joven, el amor y todo eso. Pero, mamá, él te está usando. ¿Cómo no lo ves?

—¿Tu abuela te puso en su contra?

—¿Qué tiene que ver la abuela? Tengo ojos. —Miró a su madre con desesperación.

Leticia se levantó y caminó hacia la puerta.

—Mamá, ¿lo quieres? —preguntó Laura en voz baja. Leticia asintió sin volverse—. Pues sigue con él. Pero que no se mude aquí.

—¿Por qué? —giró bruscamente.

—Porque no me gusta —fue la única respuesta.

***

Extrañamente, Leticia sintió alivio. Todo iba demasiado rápido. Además, Miguel casi no hablaba de sí mismo, solo de su futuro juntos. Y Laura le importaba solo por vivir con ella.

Al día siguiente, Miguel llamó diciendo que la echaba de menos. No preguntó si le había caído bien a Laura. ¿No le importaba o estaba seguro de su encanto?

—Mañana —dijo Leticia, sintiendo alivio—. Hoy viene mi madre.

Con la abuela, Laura estuvo más habladora. Nadie mencionó a Miguel. “Mi hija ve lo que yo, ciega de amor, no veo”, pensó Leticia.

Siguió viendo a Miguel en su casa. Una vez, él llamó egoísta a Laura por no querer que vivieran juntos.

—¡En unos años ella se enamorará y tú te quedarás sola! —gritó.

—¿Ya quieres dejarme? —preguntó Leticia.

—No, solo se me escapó —se echó atrás.

Se pelearon y se separaron en malos términos.

***

Dos días después, Laura llegó tarde.

—¿Dónde estabas? ¿Y los deberes? —la reprendió Leticia.

—No te preocupes, ya los hice. Tengo que contarte algo. —Laura la siguió a la cocina, radiante.

—Lávate las manos y cenamos. —Leticia notó su emociónLeticia miró a Pedro a los ojos, sintiendo por primera vez que el amor verdadero había estado siempre ahí, esperándola en silencio, y supo que esta vez no se equivocaba.

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MagistrUm
¿Sabes cómo te mira? Con amor y admiración, reveló la hija satisfecha.