Rincón Misterioso de Retorno

En un callejón olvidado del casco antiguo, donde las casas guardaban huellas del tiempo como arrugas en rostros ancianos, apareció un letrero extraño. Surgió de la nada, como un fantasma del pasado tejido en la gris monotonía cotidiana. «RINCÓN MISTERIOSO DE DEVOLUCIONES. Aceptamos lo perdido. Condiciones: individuales». Las letras, desvaídas como quemadas por siglos de sol, parecían un eco de otro mundo. Sobre el vidrio empañado y polvoriento, se veían como un susurro de un sueño olvidado que aún roza el corazón.

Héctor había caminado por esa calle cientos de veces. Antes hubo una acogedora tienda de antigüedades, luego un local de café barato, y al final, solo quedó el abandono. La fachada descascarada, los cristales velados por el polvo, las viejas enseñas devoradas por el olvido. Hacía tiempo que Héctor no reparaba en aquel rincón, como se olvida un dolor que se vuelve costumbre. Pero ese día, el letrero le pinchó la mirada, como una aguja clavándose en una herida mal cerrada.

Se detuvo. En el reflejo del vidrio sucio, vio su imagen: ojos cansados, cabellos entrecanos, una chaqueta gastada. Su rostro era un mapa de pérdidas: arrugas como caminos que llevaban a recuerdos que hubiera querido borrar. Ojos sin fe en milagros. Un hombre que había perdido demasiado para creer en letreros misteriosos. Amor, confianza, su hija… todo se había esfumado, como humo. Hasta los recuerdos palidecían, perdiendo calor y olor, volviéndose planos como fotos desteñidas.

Empujó la puerta. Se abrió con un crujido leve, como si lo hubiera estado esperando. Dentro olía a libros viejos y peras maduras—un aroma de infancia escondido en los pliegues de la memoria. Tras el mostrador, una mujer alta, con el pelo recogido en un moño y una mirada que traspasaba más allá de la piel, lo observaba. No miraba a Héctor, sino algo dentro de él, como si viera las sombras de quienes había perdido.

—¿Qué se puede recuperar?— preguntó él, con una voz quebrada, como si hablara alguien que llevaba años callado.

—Todo lo que se ha perdido— respondió ella con calma—. Pero el precio siempre es único.

Quiso reírse, descartar ese juego absurdo, pero algo se encogió dentro de él.

—Quiero recuperar ese día— susurró—. La última conversación con mi hija.

Su rostro permaneció impasible, como si esas peticiones fueran pan de cada día.

—Hábleme de él.

Héctor se dejó caer en una silla. El movimiento fue pesado, como si cargara con el peso de todos sus errores.

—Discutimos. Por una tontería, como siempre. Ella quería estudiar en el extranjero, y yo… le dije que nos abandonaba, que traicionaba a la familia. Grité que era egoísta, que no pensaba en su madre, en mí. Ella calló, y al final soltó: «Nunca has intentado entenderme». Di un portazo. Se fue. Una semana después… un accidente. Desde entonces, vivo sin respirar. Pienso: si la hubiera escuchado, abrazado, dicho que estaba orgulloso… Quizá se habría quedado. Quizá todo sería distinto.

La mujer asintió, como si ya conociera esa historia.

—El precio: olvidará todos los demás momentos con ella. Todos. Su risa, sus primeros pasos, las charlas mañaneras, los viajes al mar. Solo quedará ese día, reescrito como usted desee. Pero lo demás desaparecerá, como si nunca hubiera existido. Ni el calor de su sonrisa, ni el sonido de su voz. Solo una conversación.

Héctor se quedó inmóvil. Sus manos temblaban, aferrándose al mostrador.

—Es como… arrancar parte del alma. No carne, sino tiempo. Mi vida.

—Exactamente— dijo ella—. Pero obtendrá lo que pide. Palabra por palabra. Todo como pudo ser.

Calló. Por mucho tiempo. Sus labios se movían, repasando escenas en su memoria: la risa de niña, el olor de su perfume, las discusiones en la cena. Luego se levantó, torpe, como si se incorporara tras una caída.

—Gracias. Necesito pensarlo.

Ella no lo detuvo. Solo dijo, mirando al vacío:

—Estamos abiertos hasta medianoche. Después… cerramos. Para siempre. Y no volveremos, por mucho que lo pida.

Todo el día, Héctor vagó como un fantasma por la ciudad. Cada sonido, cada olor le traía un fragmento del pasado. Una canción en una cafetería le recordó tardes con su esposa. El olor a pan recién hecho, los pasteles de su madre. Hasta la voz de un músico callejero resonó como un eco perdido. Atrapaba retazos de conversaciones ajenas, y en cada palabra había algo que alguna vez supo, pero que ya no tenía.

Volvió al local media hora antes de medianoche. La puerta seguía abierta, como si lo esperara.

—He cambiado de idea— dijo desde el umbral—. Quiero otra devolución.

La mujer arqueó una ceja, y en su mirada asomó sorpresa.

—¿Cuál?

—Quiero recuperarme a mí. Al que era antes del dolor, del vacío, de sentir que cada paso es una batalla. Quiero volver a saber qué es vivir sin temer cada nuevo día.

Calló durante un largo rato. Luego se acercó, con pasos lentos, como si sopesara no solo sus palabras, sino su destino.

—Es el precio más alto— dijo, mirándolo a los ojos—. Perderá todas las razones por las que esto le importaba. Todo lo que lo hace usted desaparecerá. Será ligero, pero vacío. Sin dolor, pero también sin sentido. Como una hoja arrastrada por el viento.

—¿Y el dolor se irá?— preguntó él, con la voz temblorosa.

—Sí. Y todo lo que amó también. Todo lo que lo ata aquí se disolverá. Será… nadie.

Héctor se sentó. Apoyó las manos en las rodillas. Cerró los ojos. Dentro de él, una tormenta: recuerdos, culpa, amor, miedo.

Luego abrió los ojos y dijo en voz baja:

—Me niego. Quiero quedarme con este dolor. Es todo lo que me queda de ella. Me destroza, pero está vivo. No quiero vacío.

La mujer sonrió— por primera vez, cálida, como una despedida.

—Entonces no necesita una devolución. Ya encontró lo que buscaba.

Héctor salió a la calle. El letrero había desaparecido. Donde estaba la puerta, solo quedaba una pared, como si el local nunca hubiera existido. Ni rastro del olor a peras, ni del crujido de la puerta. Solo él, la ciudad nocturna y un viento frío que rozaba su rostro.

Pero algo había cambiado dentro. No obtuvo lo que buscaba. Pero encontró lo que necesitaba. Y por primera vez en años, no se arrepintió de su elección.

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