Revelación

**La Revelación**

—Ale. —Entró Carla en la habitación con las manos tras la espalda. Sonreía con misterio, los ojos brillaban de felicidad.

Alejandro también sonrió, anticipando una buena noticia o algún regalo.

—¿Qué tienes ahí? —Se sentó en el sofá e inclinó el cuerpo hacia ella—. No me hagas sufrir, enséñamelo.

—Mira. —Carla extendió la mano, mostrando algo en su palma. Alejandro aún no distinguía qué era, pero su sonrisa empezó a desvanecerse.

—¿Qué es eso? —preguntó, reclinándose de nuevo en el sofá, como apartándose de un «regalo» inesperado.

—¡Míralo! —Carla dio un paso hacia él, sosteniendo el pequeño objeto—. Estoy embarazada. —No pudo contenerse más. Su voz temblaba de emoción.

«Embarazada», repitió mentalmente Alejandro. La sonrisa desapareció por completo. La miró con miedo, como si ya no fuera ella, sino una extraña.

La sonrisa de Carla también se apagó, como las luces de un teatro antes de la función. Cerró el puño alrededor del test de embarazo y bajó lentamente la mano.

—¿No estás contento? —Ahora su voz temblaba, pero de lágrimas contenidas.

—Carla, habíamos quedado en esperar —dijo él, recuperándose, con voz dura—. ¿Dejaste de tomar las pastillas? —Su tono se volvió más firme, cargado de irritación.

—Olvidé una vez, y luego… —Carla se sentó a su lado en el sofá. Él se desplazó al extremo, como si temiera contagiarse.

—¿En qué estabas pensando? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Acaso quieres pasar noches en vela cambiando pañales? Eres casi una niña tú misma. —Alejandro se levantó y empezó a pasearse nervioso.

—Carla, hablémoslo, no nos apresuremos…

—No voy a abortar. Ya está aquí. Sé que es un niño. Se parecerá a ti —dijo ella, con lágrimas en los ojos.

Sus palabras lo clavaron en el suelo. Carla lo miraba con determinación. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Carla, escucha… —Alejandro se sentó junto a ella, la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí. *«Gritar no servirá. Hay que convencerla con cuidado…»*

Ella se liberó de su abrazo y se levantó bruscamente, como si hubiera leído sus pensamientos.

—No. Voy. A. Abortar. —Pronunció cada palabra con claridad.

—No he dicho eso. Me pillaste por sorpresa. Perdóname. Ven aquí. —La tomó de la mano, la sentó en sus piernas—. Tonta, cómo te quiero —murmuró, acariciándole el hombro—. No llores, hace daño al bebé.

—¿De verdad estás contento? —preguntó, secándose las lágrimas.

—Claro —respondió él con ligereza, mientras pensaba que quedaban nueve meses por delante y que cualquier cosa podía pasar…

Pasaron las semanas sin cambios. Alejandro empezó a dudar. *«Los tests fallan a veces»*, se decía. Hasta que, un mes después, Carla empezó con náuseas. Palideció, se veía cansada, apenas comía.

Antes salían casi todas las noches: cine, cafés, amigos. Ahora Carla no quería moverse de casa. Se quejaba de malestar. El olor a carne la mareaba. Alejandro se aburría. No estaba acostumbrado a estar encerrado.

—Carla, es el cumple de Pablo el sábado —dijo, casi disculpándose.

—Ve tú. No aguantaría ni cinco minutos en la mesa —masculló, dándole la espalda.

Alejandro se alegró. Esperaba que rechazara la invitación, pero no pensó que sería tan fácil.

En la fiesta disfrutó de su libertad. Bebió, bromeó, llegó tarde a casa. Carla seguía en la cama, vuelta hacia la pared.

Luego le creció la barriga. No encontraba postura para dormir, se quejaba, lo desvelaba. Se volvió llorona, caprichosa, rechazaba su intimidad. Su enfado crecía al ritmo de su vientre.

—¿Cuándo os vais a casar? —le preguntó su madre durante una visita—. Ya es hora. No me entusiasma Carla, pero qué le vamos a hacer. ¿Han pensado nombre?

—Adrián. Como su padre. Mamá, ¿casarnos con barriga?

—Podéis firmar en el registro. Ya te lo dije…

—¡No me des la lata! No hay paz en ningún lado.

De camino a casa, entró en un bar y bebió. Apenas se durmió cuando Carla lo sacudió.

—Ale. ¡Alejandro! Despierta.

—¿Qué? —preguntó, sin abrir los ojos.

—Me duele la espalda y la barriga —se quejó. Él entreabrió los ojos y vio su rostro angustiado.

—¿Llamo a una ambulancia? —Buscó el móvil entre los vaqueros arrugados.

—Ya lo intenté. Líneas ocupadas —dijo ella, conteniendo un gemido.

—Vale. —Su móvil estaba descargado. Tomó el de Carla—. Pide un taxi, yo me visto.

En el recibidor, Carla esperaba sentada en un banco, con un abrigo sobre el camisón. A sus pies, una bolsa enorme.

—¿Llevas los documentos? Vamos.

Bajaron lentamente, parando a cada rato. El taxi ya esperaba.

—Al hospital, rápido —ordenó Alejandro al conductor.

Carla respiraba con dificultad, sujetándose el vientre. En el taxi, parecía enorme.

—Aguanta, falta poco —dijo él, ocultando su miedo.

Al llegar, Alejandro casi la arrastró hasta la entrada.

—¡Que alguien ayude! —golpeó la puerta de cristal.

—¿A qué viene el escándalo? —Una matrona con cara de sueño abrió—. Pasa, cariño —dijo, tomando la bolsa—. Tú, papá, vete a casa. Llama el número de ahí —y cerró la puerta.

Alejandro vio cómo se llevaban a Carla, encorvada y agarrando su vientre.

—¡Carla! —gritó, pero ella no se volvió.

Cuatro horas después, nació Adrián. Aturdido, Alejandro fue a casa de su madre.

—Felicidades. Vamos a comprar lo necesario —ordenó ella.

Llenaron el coche de compras. Esa noche, celebró con amigos en un bar. Brindaron, bebieron demasiado.

—¿Qué celebramos? —oyó una voz familiar. Unas manos suaves se posaron en sus hombros—. Hola, guapo —dijo una chica, rozándole la mejilla con su pelo.

—¿Natalia? —se sorprendió.

—Cuidado, cariño. Acaba de ser padre —dijo un amigo—. Siéntate con nosotros.

No recordaba nada más. Despertó en una habitación desconocida, con resaca. Natalia estaba a su lado.

—¿Por qué estoy desnudo? —preguntó, confundida.

—No temas. No traicionaste a Carla —sonrió ella—. Dormir sin ropa es normal. Esperaba gratitud.

—¿Desayunas o te vas? —preguntó, sarcástica.

Alejandro se vistió y salió.

—Te esperaré —dijo Natalia al cerrar la puerta.

Tres días después, fue al hospital con flores, su madre y la suegra.

—Toma, papá —dijo la matrona, entregándole un bulto blanco—. Esperaba un bebé de anuncio, pero solo vio un rostro enrojecido y arrugado. No sintió nada más que extraAlejandro miró a Carla, luego a Adrián, y supo que, a pesar de los errores, su lugar estaba con ellos, así que les rodeó en un abrazo y prometió nunca volver a dejarlos.

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