Revancha para el esposo infiel

Aquella tarde dividió la vida de Lucía en un antes y un después.

—Mira, Lucía, he conocido a otra. Con ella todo fluye, es pura pasión. Nada que ver con nosotros, que solo lo hacíamos cuando era fiesta —declaró Carlos mientras se quitaba el anillo de casado.

Había un deje de burla en su voz, como si todo fuera culpa suya. Lucía lo escuchó en silencio. No suplicó, no lloró, no lo retuvo. Lo dejó ir.

—No repartiremos nada. El piso es mío, lo compré antes de casarnos, el coche también. Y al perro ni lo pienses llevarte. Aunque lo adoptamos juntos, ha sido mi refugio —dijo ella más tarde, con firmeza.

—Me da igual ese bicho. Quédate con él. Pero el piso y el coche habría que repartirlos.

—Si hubieras puesto dinero, tal vez —lo interrumpió Lucía—. Pero como no fue así, no te quejes.

Carlos intentó argumentar, pero al final se marchó. Y ella se quedó con su perro, Canelo, y con ganas de vengarse. Por todo.

Lucía sufrió la traición con el alma en carne viva.

—No creo que vuelva a confiar en nadie —le confesó a su amiga Carmen.

—No entiendo cómo lo dejaste ir tan fácil. Tendrías que haberle dado su merecido.

—¿Cómo?

—Retenerlo con mentiras y después abandonarlo.

Lucía se encogió de hombros.

—La venganza es un plato que se sirve frío. Espera, ya volverá.

—¿Por qué lo dices?

—Porque estuvisteis siete años juntos, y esa tal Patricia no es más que un capricho del gimnasio. Encima, quince años más joven. Pronto Carlos se dará cuenta del error que cometió.

Y así fue.

No pasaron ni tres meses cuando Carlos reapareció.

—¿Estás en casa? Voy de paso, necesito pasar a buscar algo.

—¿El qué?

—Dejé mi paraguas favorito. Con este temporal, lo necesito.

—Pues ven a buscarlo… —Lucía no discutió. Permitía que su ex entrara y revisara los armarios en busca de cosas que quizá olvidó. Lo dejaba hacer y notaba que él se arrastraba, inventando excusas para volver.

Cuando no quedó ni un clavo por llevarse, Carlos encontró otra razón:

—Lucía, voy para allá. Espérame.

—¿Olvidaste algo más? —preguntó ella, frotándose las manos de satisfacción al comprobar que su amiga tenía razón.

—Hace tiempo que no veo a Canelo. Lo echo de menos. Seguro que él también me extraña.

—¿Canelo? ¿A ti? ¡Ni lo sueñes! ¿Crees que los perros y las mujeres esperan a quienes las traicionan?

—Voy igual. Patricia ha cerrado con una llave que no tengo y se fue a un evento de fitness. Necesito un sitio hasta mañana.

—Pues vete a un hotel.

—Pero… ¿puedo al menos cenar contigo?

—Bueno —cedió Lucía.

Carlos llegó.

—¡Esta tortilla con setas es para morirse! —alabó la cocina de su ex. Con Patricia todo es… soso. Siempre a dieta. Una vez le pedí patatas fritas, ¡y se puso como una fiera! Dijo que estoy gordo…

Lucía soltó una carcajada. Su ex parecía un despojo. En tres meses de “amor apasionado”, Carlos no solo había adelgazado. Parecía marchito, como si le hubieran sumado diez años.

—Come. Lo que necesitas es engordar —dijo Lucía, cortando un trozo de jamón para Canelo. Carlos siguió el bocado con la mirada, pensando que el perro comía mejor que él en casa de Patricia.

—Es hora de que te vayas —dijo Lucía al verlo acomodarse frente al televisor, igual que antes.

—¡Déjame descansar! Hace mucho que no paso una noche tan agradable.

—Tengo cosas que hacer. Perdona.

—¿En serio? —Carlos frunció el ceño. No podía creer que su Lucía, siempre fiel, tuviera vida propia.

—Tengo una cita —respondió ella, observando su reacción.

—¿Con quién?

—No es tu asunto. Despeja el sofá. Lo vamos a necesitar.

La cara de Carlos se demudó. Pero no tuvo más remedio que irse, aunque esperaba que, por los viejos tiempos, Lucía le ofreciera algo más que el sofá.

Al marcharse, no pudo evitar soltar:

—Mientes, Lu. Nadie va a venir.

—¿Y eso?

—Si fuera cierto, ya habría arreglado ese grifo que gotea. Ningún hombre digno dejaría así la casa de la mujer que ama.

—Los míos no vienen a arreglar grifos, sino a divertirse. Así que lárgate, Carlos. Arréglale los grifos a Patricia. Aunque me da que allí nada funciona. Ese grifo empezó a gotear contigo, y ni te inmutaste.

—No se me da bien. Pero en otras cosas soy bueno.

—Nada comparado con mi nuevo —dijo Lucía, cerrando la puerta en sus narices.

Lo vio por la mirilla, regodeándose en su frustración. Carlos dudó un momento y se fue.

Dos días después, volvió a llamar.

—¿Qué quieres?

—Echo de menos lo nuestro. Siete años juntos crean costumbre.

Al principio, a Lucía le gustaba oírlo quejarse de Patricia, volver arrastrándose. Hacía lo posible para que viera lo bien que estaba sin él. Soñaba con que se arrepintiera… pero ahora la asfixiaba. Cada visita o llamada la convencía de que ya no sentía nada. Ni odio. Ni ganas de venganza.

—¿Qué hago? ¿Cómo me libro de él? —le preguntó a Carmen.

—Véngate. Es el momento.

—Mira… Creo que ya se castigó solo. Es infeliz con Patricia, y no quiero recibirlo aunque solo sea para echarlo después.

—Pues ignóralo. No le abras la puerta ni le contestes.

Lucía lo intentó… pero empeoró. De pronto, Carlos despertó como conquistador. Sintió que su ex se le escapaba y que su “plan B” se esfumaba.

La bombardeó con llamadas, la esperó en la puerta, le llevó flores al trabajo.

—Carlos, no hagas esto. Tengo una vida nueva —dijo Lucía, aturdida. Si alguien le hubiera contado esto hace seis meses, no lo habría creído.

Ahora paseaba a Canelo en otro barrio para que Carlos no los encontrara. El acoso era insoportable.

—Ven a vivir conmigo —le ofreció Carmen.

—¿Y el piso?

—Alquílalo. Tengo una compañera de trabajo que busca algo temporal.

—Vale. Que pase el fin de semana.

—Pero es un poco maniática. De las que cierran los grifos hasta el tope y limpian el microondas después de usarlo.

Se rieron, y Lucía decidió arreglar el grifo de la cocina. No podía arriesgarse a perder a la inquilina.

Cuando sonó el timbre, Lucía se sobresaltó. Temió que fuera Carlos, pero era un desconocido.

—Buenas, ¿llamó por el fontanero?

—Sí, pase.

Miguel era joven, agradable y con manos de oro. Arregló el grifo en un santiamén.

—Voy a revisar el de—¿Puedo volver mañana? —preguntó Miguel con una sonrisa, mientras Canelo movía la cola, como si ya supiera que aquel hombre sería parte de sus vidas.

Rate article
MagistrUm
Revancha para el esposo infiel