Esa noche dividió la vida de Natalia en un “antes y después”.
—¿Sabes, Natalia? He conocido a otra. Con ella todo fluye, es pura magia. Nada que ver con nosotros, que parecíamos dos desconocidos hasta en los cumpleaños —declaró Víctor, quitándose el anillo de matrimonio con gesto burlón, como si la culpa fuera solo de ella.
Natalia lo escuchó en silencio. Sin llorar, sin rogar, sin retenerlo. Lo dejó ir.
—No repartiremos nada. El piso es mío, lo tenía antes de casarnos, el coche también. Y al perro, ni lo sueñes. Aunque lo adoptamos juntos, es mi refugio —dijo más tarde.
—Me da igual el perro. Quédate con él. Pero el piso y el coche podríamos dividirlos —refunfuñó Víctor.
—Si hubieras pagado algo, quizá. Pero como no lo hiciste… no te quejes.
Víctor intentó argumentar, pero al final se marchó. Y ella se quedó: con su perro, Coco, y con ganas de vengarse. De todo.
Natalia vivió el engaño como un golpe bajo.
—No creo que vuelva a confiar en nadie —le confesó a su amiga Rosa.
—No entiendo cómo lo dejaste escapar tan fácil. Había que darle su merecido.
—¿Cómo?
—Retenerlo con mentiras, hacer que se ilusione, y luego dejarlo tirado.
Natalia se encogió de hombros.
—La venganza es un plato que se sirve frío. Ya verás como vuelve arrastrándose.
—¿Por qué lo dices?
—Porque estuvisteis siete años juntos, y esa Cristina es solo un capricho del gimnasio. Quince años más joven, encima. Pronto se dará cuenta de su error.
Y así fue.
No pasaron ni tres meses cuando Víctor reapareció.
—¿Estás en casa? Voy de paso, necesito recoger algo.
—¿El qué?
—El paraguas que me gusta. Con este otoño lluvioso, lo necesito.
—Pues ven a buscarlo… —Natalia no discutió. Dejaba que su ex revisara los armarios, buscando excusas para volver. Y mientras lo observaba, notaba su incomodidad. Era obvio: inventaba motivos para verla.
Cuando ya no quedaba ni un alfiler por llevarse, apareció otra razón:
—Natalia, espera, que voy para allá.
—¿Otra cosa olvidada? —preguntó ella, frotándose las manos satisfecha, porque su amiga tenía razón.
—Hace tiempo que no veo a Coco. Le echo de menos. Seguro que él también me extraña.
—¿Coco? ¿A ti? ¡Ni en sueños! ¿Crees que los perros y las mujeres esperan a quienes las traicionan?
—Iré igual. Cristina ha cerrado con llave (una que no tengo) y se fue a un evento de fitness. Necesito pasar la noche en algún sitio.
—Pues vete a un hotel.
—Pero… ¿puedo al menos cenar contigo?
—Vale —cedió Natalia, casi por pena.
Víctor llegó.
—¡Tu tortilla de patatas es para vender el alma! —exclamó, disfrutando cada bocado—. Cristina solo cocina cosas sosas, siempre a dieta. Le pedí unas patatas fritas y se puso como una fiera. Dijo que estoy gordo…
Natalia soltó una carcajada. Su ex parecía un fantasma. En tres meses de “amor intenso”, no solo había adelgazado, parecía marchito. Y ese deterioro le añadía diez años de golpe.
—Come. Necesitas subir peso —dijo ella, cortando un trozo de jamón para Coco. Víctor siguió con la mirada el bocado, pensando que el perro comía mejor que él en casa de Cristina.
—Es hora de irte —anunció Natalia al verlo instalado en el sofá, como en los viejos tiempos.
—¡Déjame descansar! Hacía siglos que no tenía una noche así. Qué bueno charlar contigo.
—Tengo cosas que hacer, perdona.
—¿En serio? —Víctor frunció el ceño. No podía creer que su fiel Natalia tuviera vida más allá de él.
—Tengo una cita —soltó ella, disfrutando su reacción.
—¿Con quién?
—No es asunto tuyo. Despeja el sofá. Lo vamos a necesitar.
La cara de Víctor se desmoronó. Pero no le quedó más que irse, frustrado. Esperaba que, por nostalgia, Natalia le ofreciera cariño… y quizás algo más.
Al salir, no pudo resistirse:
—Mientes, Natalia. Nadie va a venir.
—¿Y eso?
—Si fuera cierto, ya habrían arreglado el grifo. Ningún hombre deja la casa de su mujer así.
—Los míos no vienen a arreglar grifos, sino a pasarlo bien. Así que lárgate, Víctor. Ve a hacer fontanería con Cristina. Aunque me da que allí todo está peor. Ese grifo gotea desde antes de que te fueras, y no moviste un dedo.
—No se me da bien. Pero en otras cosas soy bueno.
—Nada que ver con mi nuevo —dijo Natalia, cerrando la puerta en sus narices.
Desde la mirilla, disfrutó su expresión de derrota. Víctor dudó un momento y se fue.
Dos días después, llamó.
—¿Qué quieres?
—Echo de menos lo nuestro. Siete años juntos crean costumbre.
Al principio, a Natalia le gustaba oír quejarse a su ex de Cristina, verlo necesitado. Soñaba con que se arrepintiera. Pero ahora la situación le resultaba agobiante. Con cada visita o llamada, se daba cuenta: ya no sentía nada. Ni odio, ni ganas de venganza.
—¿Qué hago? ¿Cómo me lo quito de encima? —preguntó a Rosa.
—Véngate. Es el momento.
—Mira… Creo que ya se ha castigado solo. Es infeliz con Cristina, y no pienso acogerlo para luego abandonarlo.
—Entonces, ignóralo. No abras la puerta ni le cojas el teléfono.
Natalia lo intentó… pero fue peor. Víctor, como un conquistador herido, redobló sus esfuerzos. Llamadas desde números desconocidos, flores en el trabajo, esperándola en la calle.
—Víctor, basta. Tengo otra vida —le dijo, aturdida. Si le hubieran pronosticado esto meses atrás, no lo habría creído.
Ahora paseaba a Coco en otro barrio, evitando que la siguiera. El acoso era insoportable.
—Ven a vivir conmigo —propuso Rosa.
—¿Y mi piso?
—Alquílalo. Tengo una compañera de trabajo que busca algo temporal.
—Vale. Que venga este fin de semana.
—Pero ojo… Es un poco maniática. De las que cierran los grifos hasta el tope y dejan el microondas como nuevo.
Se rieron, y Natalia decidió arreglar por fin el grifo de la cocina. No podía arriesgarse a perder a la inquilina.
Cuando sonó el timbre, Natalia se sobresaltó. Temía que fuera Víctor, pero afortunadamente era un desconocido.
—Buenas, ¿llamó por el grifo?
—Sí, pase.
Miguel resultó ser joven, amable y con manos de oro. Arregló el grifo en un santiamén.
—Ahora revisaré el deY así, entre risas y reparaciones, Natalia descubrió que a veces la mejor venganza es simplemente ser feliz, y dejó que la vida le sorprendiera con un nuevo capítulo—y quién sabe, quizás hasta con un amor que sí supiera valorarla.