Respuesta para el esposo infiel

Esa noche dividió la vida de Lucía en un “antes y un después”.

—¿Sabes, Lucía? He conocido a otra. Con ella todo es pasión, romance… Nada que ver con lo nuestro, que es una vez y por compromiso —declaró Javier, quitándose el anillo de boda.

Lo dijo con cierto desdén, como si el problema fuera solo de ella. Lucía escuchó en silencio. No suplicó, no lloró, no lo retuvo. Lo dejó ir.

—No dividiremos nada. El piso es mío, de antes del matrimonio, el coche también. Y a Lobo ni lo menciones. Aunque lo adoptamos juntos, él es mi refugio —dijo ella un rato después.

—Me da igual ese perro. Quédate con él. Pero el piso y el coche deberíamos repartirlos.

—Si hubieras puesto dinero para ellos, tal vez —lo interrumpió Lucía—. Pero como no fue así, no esperes nada.

Javier intentó argumentar, pero al final se fue. Y ella se quedó con Lobo, su fiel compañero, y con un deseo de venganza que ardía por dentro.

El engaño le pesó mucho.

—No creo que vuelva a confiar en nadie —le confesó a su amiga Marta.

—No entiendo cómo pudiste dejarlo ir tan fácil. Deberías haberle dado su merecido.

—¿Cómo?

—Retenerlo, hacerle creer que todo volvería a ser igual, y luego dejarlo tirado.

Lucía se encogió de hombros.

—La venganza es un plato que se sirve frío. Espera, ya volverá.

—¿Por qué lo dices?

—Porque estuvisteis siete años juntos, y esa tal Claudia no es más que un capricho del gimnasio. Encima, quince años más joven. Pronto Javier se dará cuenta de su error.

Y así fue.

No habían pasado ni tres meses cuando Javier reapareció.

—¿Estás en casa? Voy de paso, necesito entrar.

—¿Para qué?

—Dejé mi paraguas favorito. Con este otoño lluvioso, lo necesito.

—Pues ven a buscarlo.

Lucía no discutió. Permitía que su ex entrara, revisara los armarios en busca de cosas olvidadas. Y en cada visita, notaba que él sufría. Parecía inventar excusas para volver.

Cuando ya no quedaba nada por llevarse, Javier encontró otra razón:

—Lucía, voy para allá. Espérame.

—¿Olvidaste algo más? —preguntó ella, frotándose las manos con satisfacción. Todo iba como Marta había predicho.

—Hace mucho que no veo a Lobo. Lo extraño. Seguro que él también me echa de menos.

—¿Lobo? ¿A ti? ¡Ni hablar! ¿Crees que los perros y las mujeres esperan a quienes las traicionan?

—Iré igual. Claudia cerró la puerta con llave y se fue a un evento de fitness. Necesito dónde pasar la noche.

—Pues vete a un hotel.

—Pero… ¿puedo al menos cenar contigo?

—Está bien —cedió Lucía.

Javier llegó.

—¡Esta tortilla de patatas con setas es para morirse! —exclamó, elogiando la cocina de su ex. Con Claudia todo es insípido. Siempre a dieta. Le pedí unas patatas fritas y se puso como loca. Dijo que estoy gordo…

Lucía se rio. Su ex marido parecía demacrado. En esos tres meses de “amor intenso”, Javier no solo había adelgazado. Parecía haber envejecido diez años.

—Come. Necesitas engordar —dijo Lucía, cortando un trozo de carne para Lobo. Javier siguió con la mirada ese pedazo y pensó que el perro comía mejor que él en casa de Claudia.

—Es hora de que te vayas —dijo Lucía al verlo acomodarse en el sofá, como antes.

—¡Déjame descansar! Hacía mucho que no tenía una noche tan agradable.

—Tengo cosas que hacer aparte de ti.

—¿En serio? —Javier frunció el ceño. No podía creer que su fiel Lucía tuviera vida propia.

—Tengo una cita —dijo ella, observando su reacción.

—¿Con quién?

—No es tu asunto. Desocupa el sofá. Lo necesitaremos.

La cara de Javier se descompuso. Pero no tuvo más remedio que irse. Esperaba que Lucía, por cariño antiguo, le diera no solo el sofá, sino también afecto.

Al marcharse, murmuró:

—Mientes, Lucía. Nadie va a visitarte.

—¿Y eso?

—Si fuera cierto, ya habría arreglado el grifo. Ningún hombre deja la casa de su mujer así.

—Los míos no vienen a arreglar grifos, sino a pasarlo bien. Así que vete, Javier. Arréglalos con Claudia. Aunque algo me dice que allí todo está peor. Ese grifo goteaba desde tu época, y ni te inmutaste.

—No sé hacerlo. Pero en otras cosas soy bueno.

—No te compares con mi nuevo —dijo Lucía, cerrando la puerta.

Esperó tras la mirilla, disfrutando su expresión de frustración antes de que se marchara.

Dos días después, Javier llamó.

—¿Qué quieres?

—Extrañarte. Fuimos siete años juntos. Es costumbre, supongo.

Al principio, Lucía disfrutaba oírlo quejarse de Claudia. Pero ahora la agobiaba. Cada visita o llamada le confirmaba que sus sentimientos habían muerto. Ni siquiera le quedaba rencor.

—¿Qué hago? ¿Cómo lo alejo? —preguntó a Marta.

—Ahora es el momento de la venganza.

—Mira… Creo que él mismo se ha castigado. Es infeliz con Claudia, y no quiero volver con él aunque sea para luego dejarlo.

—Entonces ignóralo. No lo dejes entrar, no contestes sus llamadas.

Lucía lo intentó, pero empeoró. Javier, sintiendo que perdía su “plan B”, se obsesionó. La llamaba desde números desconocidos, la esperaba en la puerta, la buscaba en el trabajo con flores.

—Javi, basta. Tengo nueva vida —dijo Lucía, desconcertada. Hace meses no lo habría creído.

Ahora paseaba a Lobo en otro barrio para evitarlo.

—Ven a vivir conmigo —ofreció Marta.

—¿Y el piso?

—Alquílalo. Tengo una compañera que busca algo por un mes.

—Genial. Que venga el fin de semana.

—Pero es un poco maniática. De las que cierran el grifo hasta el final y ponen el microondas en modo reloj.

Ambas se rieron, y Lucía decidió arreglar el grifo antes de perder a la inquilina.

Cuando llamaron a la puerta, Lucía se sobresaltó. Temía que fuera Javier, pero era un desconocido.

—Buenas, ¿llamó por el fontanero?

—Sí, pase.

Daniel era joven, simpático y con manos de oro. Arregló el grifo rápidamente.

—Voy a revisar el de la ducha.

—Por favor… ¿Y podría ajustar esta estantería? La puerta también cruje…

En horas, la casa quedó impecable.

—Eres un sol, Dani.

Al pagarle, tocaron de nuevo. Javier olfateaba cuando Lucía estaba en casa.

—Qué pesado…

—¿Tu marido? No se preocupe, voy de uniforme, no pensará mal —bromeó Daniel, y a Lucía se le ocurrió algo.

—Necesito que piense justo lo contrario —sonrojada, admitió mientras Javier insistía.

—¿Eh?

—Es mi ex. No sé cómo librarme de él —confesó, mirando al suelo—. Perdone que lo involucre.

—Tranquila. He visto de todo —sonrió él.

—¿En serio? —suAl día siguiente, Daniel regresó, pero esta vez no como fontanero, sino con una sonrisa y dos entradas para el cine, marcando el inicio de algo que ni Lucía ni él imaginaban.

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