Lucía permanecía desorientada, observando con recelo a la mujer frente a ella. La cuidadora acababa de explicarle que aquella era su madre, ¡que la había buscado durante años! Resultaba que nunca la abandonó, como creía la niña. Lucía se perdió en otra ciudad siendo pequeña, la recogieron y la llevaron al orfanato. ¡Y su madre no dejó de buscarla!
La niña escrutaba el rostro sonriente de la desconocida. ¿Eran aquellos los ojos de su madre? ¿Y sus manos? De pronto, algo cambió en la expresión de la mujer. Intentaba mantener la sonrisa, pero las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
El corazón de Lucía latió con fuerza. ¡Claro que era su madre! La reconoció en el brillo de su mirada, en la inclinación de su cabeza. Con pasos vacilantes, corrió hacia ella gritando: «¡Mamá, por fin me encontraste!».
Esa tarde, abrazadas en el sofá de su casa en Sevilla, Elena acariciaba el cabello de Lucía y besaba sus ojos hinchados. La niña repetía su pregunta: «¿Por qué tardaste tanto?».
«Mi cielito, ¡perdóname! Busqué cada día. Alguien vio a una gitana huyendo con una niña. Fuimos a su campamento, pero no estabas. Recorrí pueblos cercanos hasta que me dijeron de una pequeña abandonada en un orfanato de Málaga. ¡Supe que eras tú!».
«¡Menos mal que viniste!», murmuró Lucía, aferrándose a Elena. El calor del hogar, la leche con mantecados y los abrazos la adormecieron. Mientras la llevaba a la cama, susurró: «¿No me robarán otra vez, mamá?».
«Nadie te separará de mí», prometió Elena, depositándola en la cuna. «No te vayas», susurró la niña. Elena se acostó a su lado, sintiendo la manita aferrada a su bata.
*Cumplí la última promesa a mi hermana. Encontré a Lucía. Carmen pidió no revelar la verdad. Ahora soy su madre*, pensó Elena en vela. Arropó a la pequeña, que sonreía dormida.
El dolor por perder a su hermana y madre seguía ahí. Su madre, bondadosa pero frágil, crió sola a Elena y Carmen. Cuando llevó a casa a un tercer compañero, Carmen insistió: «¡Hay que irnos!».
«Conseguiré dinero y escaparemos», decía Carmen. Elena, ingenua, no creía sus advertencias sobre el hombre. Hasta que él le guiñó un ojo: «Apóyame y todo irá bien, ¿no, ojitos verdes?».
«¡Aléjate de ella!», interrumpió Carmen. Poco después, apareció embarazada. Rechazó hablar del padre. Tras dar a luz a una niña prematura, Elena las recibió del hospital. Trabajaba como dependienta para ayudar.
Todo se derrumbó cuando su madre descubrió la «vida» de sus hijas. El compañero acusó: «¡Robaron mi dinero!». En la pelea, ella lo empujó. Él cayó contra una mesa. Condenada, su madre no sobrevivió a prisión.
Carmen perdió las ganas de vivir. Un día, Elena halló una nota: «No me busques. Dejé a Lucía en un orfanato de Granada. Adiós».
Años después, una llamada áspera: «Elena, lleva a Lucía del orfanato en Málaga. Olvídame».
Ahora, acariciando a Lucía, Elena esperaba a Pablo, su prometido. Legalizarían la adopción. ¿Para qué revelar el pasado a la niña?
Quizás Carmen regresara. La vida era impredecible. Por ahora, construirían su felicidad: hijos, risas, días normales. Eso anhelaba Elena.
Los sueños se cumplen si luchas por ellos. Mientras, Lucía dormía, ajena a todo, con su madre velando el sueño.