Renacer de Esperanza: Cómo el Nieto Revivió el Deseo de Vivir de su Abuela.

**El Abuelo Revivido: Cómo un Nieto Le Devolvió las Ganas de Vivir a su Abuela**

Lorena y Javier viajaron con su hijo Adrián al pueblo para visitar a la madre de Lorena y dejar al niño con su abuela durante las vacaciones. En el camino, compraron provisiones: jamón, el pastel favorito de su madre—todo lo que a ella le gustaba. Pero Teresa Martínez los recibió sin mucha alegría. En la mesa solo había té, sin ningún otro alimento. Aunque llenaron el refrigerador hasta el tope, ella apenas probó nada. Parecía cansada y se fue directo al sofá.

Afuera, el sol derretía la última nieve del invierno. Era primavera. Lorena se quedó mirando por la ventana, entrecerrando los ojos ante la luz brillante. «¡Qué bien!», pensó, recordando a su padre, que había fallecido un par de años atrás. Él siempre celebraba la llegada de la primavera: «¡Por fin terminó el invierno!». Su alegría, sus chistes, sus abrazos… En cambio, su madre, aunque seria, siempre había sido vivaz, capaz de sonreír incluso refunfuñando. Se habían querido de verdad. Pero ahora, Teresa parecía apagada. Desde la muerte de su marido, era como si hubiera perdido el rumbo.

Su hermana Marta llamó con voz preocupada:
—Lorena, mamá está muy mal. Dice que está cansada de vivir. Nada la alegra—quiere reunirse con papá…

—Iremos este fin de semana con Javier, te lo prometo—aseguró Lorena, pero un nudo le apretó el corazón. Quizás debían llevarla a vivir con ellos. No podía sola.

Además, en casa tampoco faltaban los problemas. Su hija mayor, Sofía, era temperamental, discutía mucho con su padre y amenazaba con irse al cumplir los 18 años, harta de su «autoridad». Y Adrián, el pequeño, pasaba el día entero pegado al móvil.

—Vamos a casa de tu madre y nos llevamos a Adrián. Así descansa de la pantalla—propuso Javier.

Adrián puso los ojos en blanco:
—¿Y qué voy a hacer ahí?

—¡Descansarás!—le espetó Sofía—. Y nosotros de ti también…

El fin de semana, cargados de comida, partieron hacia el pueblo. Teresa los recibió de nuevo, pero su mirada seguía apagada. Javier guiñó un ojo a Lorena—«está fingiendo»—. Aun así, parecía desgastada y, de nuevo, solo bebió té. Cuando Lorena preguntó si podían dejar a Adrián, Teresa hizo un gesto indiferente: «Que se quede».

Adrián, con gesto de fastidio, se quedó. La abuela entró en su habitación y… rompió a llorar. Recordó cómo conoció a su Antonio, torpe y tímido, acercándose con nervios. Fue su tía quien los presentó… Todo había sido en primavera. Y ahora, otra vez primavera, pero él ya no estaba.

De pronto, un grito la sobresaltó. ¡Adrián! Se había pillado un dedo y estaba allí, furioso y quejumbroso.

—¿Por qué estás tan enfadado, Adriancito? ¿Tienes hambre?—le preguntó con dulzura.

—Con vuestra comida me duele la tripa… No quiero—refunfuñó—. Mejor hazme esos fideos con leche, los dulces, con mantequilla…

A Teresa se le encogió el corazón. A Antonio también le encantaban esos fideos. Los pedía cuando estaba triste. Y ella, aunque cansada, se levantó.

—Pero come conmigo, ¿vale? Me aburro—añadió Adrián.

Y así empezaron a compartir los días. Lorena llamaba cada mañana. Al principio, Teresa respondía con sequedad. Pero luego empezó a quejarse:

—¡No hay manera de que se limpie los zapatos! Siempre dice que le duele la tripa. Así que lo curo: nada de chuches y, ¡milagro!, se le pasa. Y ya no trae tierra a casa. ¡Va espabilando!

Javier se reía:
—¡Pues bien! Ahora tiene a quién regañar—¡la vida sigue!

Una semana después, los padres fueron a recogerlo, pero Adrián no quería irse. La abuela apenas contenía las lágrimas.

—Es igualito que Antonio… Cabezota, cariñoso y listillo.

—No llores, abuela. Volveré pronto—prometió Adrián, serio.

—Te espero, Adriancito. Tenemos mucho que hacer—el huerto, la verja, todo lo que me prometiste ayudarme.

—Lo haré, abuela. ¡Te lo juro!

Teresa sonrió entre lágrimas.

—¡Y que me llame, así que devuélvanle el móvil!—ordenó a los padres.

—¡Vaya idea que tuviste para unirlos!—se rió Lorena en el coche.

—¡Un clavo saca otro clavo! Nuestro Adrián es capaz de animar a cualquiera. Hasta a tu madre, que ya se despedía de este mundo…

Ahora tenía de nuevo una razón para vivir. Porque Adrián era idéntico a su abuelo. Y la abuela sabía criar bien. ¡Mira qué buena esposa me dio!—añadió Javier.

Y se echaron a reír. La vida, poco a poco, volvía a su cauce.

**Moraleja:** A veces, el amor llega disfrazado de recuerdos, y un niño puede ser el puente entre el dolor y la esperanza. La familia, al final, siempre encuentra la manera de sanar.

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Renacer de Esperanza: Cómo el Nieto Revivió el Deseo de Vivir de su Abuela.