Regalos que transforman opiniones: de las críticas a la admiración en un instante.

Hoy quiero contar algo que me hizo reflexionar. Mi madre, Doña Carmen, nunca dejaba de quejarse de mi esposa por estar siempre frente al ordenador. Pero todo cambió en un instante, gracias a un simple regalo.

—¡Vaya mujer te has buscado! —solía exclamar Doña Carmen—. Ni cocina, ni limpia, todo el día pegada a esa pantalla, como una posesa. Y hablando con hombres en internet, usando palabras raras: bugs, python, copipega… ¡Qué desastre!

—Mamá, por favor —respondía yo, Paco, tratando de calmarla—. Laura es programadora. Esos “hombres” son sus clientes. Les escribe programas y gana dinero. Y, por cierto, más que yo.

—Aunque gane millones —refunfuñaba—, una mujer debe ser mujer, no una araña en su telaraña digital. Espero que por mi cumpleaños se aparte del teclado, aunque sea un rato.

Doña Carmen decidió celebrar su cumpleaños con sencillez, pero con clase: un café íntimo con amigas y familiares. Todos reían, brindaban y entregaban regalos, unos corrientes y otros no. Chocolates, un edredón, una olla… lo de siempre.

Cuando llegó nuestro turno, el silencio se apoderó de la sala.

—Madre —dije con una sonrisa—, Laura y yo te deseamos salud, paz y muchos años más. Y para que no solo escuches nuestros deseos, te hemos preparado algo especial.

Saqué un sobre envuelto con una cinta y se lo entregué. Doña Carmen lo abrió y se quedó paralizada, sin creer lo que veía.

—¿Esto es… un viaje a un balneario? —susurró.

—Sí —asintió Laura—, un mes entero. Y no irás sola, sino con papá. Todo está listo: la habitación, los tratamientos, hasta el transporte.

—¡Dios mío! ¿Cuánto ha costado esto? —exclamó, con las manos temblorosas—. ¡Es increíble!

—Laura lo pagó todo —expliqué con calma—. Su trabajo en informática permite estos detalles. Dice que la salud no es algo en lo que se deba escatimar.

Por primera vez en mucho tiempo, mi madre miró a Laura sin prejuicios. Y no vio a una friki del ordenador, sino a una mujer con un corazón enorme y una profesión admirable.

—Sabes… —musitó Doña Carmen, con la voz quebrada—, no tenía idea de lo especial que eres. Ganas bien, y encima piensas en mí… Perdóname, Laurita. Es que no lo entendía.

—No pasa nada —respondió Laura con dulzura—. Sé que este trabajo parece raro. Pero quiero a Paco, os quiero a todos, y solo deseo vuestra felicidad.

Entonces, mi madre se transformó. Sus labios dibujaron una sonrisa, sus ojos brillaron y abrazó a Laura con fuerza.

—¡Esto sí que es una nuera! —gritó, emocionada—. No solo inteligente y profesional, sino con un corazón de oro. ¡Hasta me callo la boca! Y os llevaré comida: cocido, empanadas, croquetas…

Desde ese día, la paz reinó en casa. Doña Carmen jamás volvió a criticar el portátil de Laura. Al contrario, la alababa ante las vecinas: —Mi Laurita es programadora, ¡la mujer del futuro!

Y todo lo que hizo falta fue un poco de comprensión… y un regalo sincero.

Moraleja: a veces, los prejuicios se disuelven con un gesto de amor.

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