Regalos que ponen orden en todo

**Regalos que lo cambian todo**

Gala y Alejandro se preparaban para la boda. Todo iba según lo planeado hasta que los padres del novio anunciaron su «gran regalo»: habían comprado un piso. Alejandro brillaba de orgullo, con los ojos iluminados, y exclamó:

—¡Siempre soñé con vivir en el centro! ¡Y por fin se ha hecho realidad!

Gala sonrió, aunque su gesto era forzado. El centro era sinónimo de estatus, pero no había parques, ni zonas verdes… Cuando piensas en el futuro, especialmente en tener hijos, no miras las fachadas, sino el entorno. Alejandro solo veía la fachada. Y no solo en el sentido literal.

El piso se compró antes de la boda. Gala ni siquiera protestó: el dinero era de sus suegros, y la decisión también. Ella no era de las que reclaman lo ajeno. Además, habían acordado con Alejandro que era algo temporal. Más adelante, cuando ahorrasen suficiente, comprarían una casa juntos. Su casa. Para su familia. En igualdad de condiciones.

Pero aquella primera «celebración» en el piso no fue como lo soñaron.

**Sueños y realidades: el primer golpe**

Cuando ambas familias se reunieron en el nuevo piso, Alejandro y sus padres no podían estar más contentos. Brindis, felicitacions… Gala callaba. Intentaba disimular lo ajena que se sentía a toda esa celebración por el «regalo». Hasta que el padre de Alejandro anunció en voz alta:

—Claro que hemos gastado bastante. Así que, lógicamente, los padres de la novia pueden encargarse de la boda. ¡Al fin y al cabo, nosotros ya les hemos dado un techo!

El silencio fue pesado. Alejandro no dijo nada. La madre de Gala, Alina Marcos, esbozó una sonrisa fría. Y su padre, simplemente, asintió.

—No hay problema. Nosotros también teníamos algo preparado. Nuestro regalo será igual de digno.

Al día siguiente, Gala descubrió que sus padres y su padrastro le regalarían… un piso. Justo donde ella había soñado: cerca de un parque, con colegios y tranquilidad. Amplio, luminoso. No en el centro, pero sí en un lugar para vivir. Además, hubo otra sorpresa: un coche. Un regalo de sus abuelos. Gala también puso parte de sus ahorros, no por avaricia, sino por justicia.

**Segunda casa: donde está la verdad, está el hogar**

Dos semanas después, Gala invitó a todos —sus padres, sus parejas, Alejandro y su familia— a celebrar su nuevo hogar. En *su* piso.

—¿Y esto dónde está? —preguntó Alejandro, desconcertado.

—Mis padres me hicieron un regalo de boda. Me compraron el piso que siempre quise. En un barrio pensado para vivir, no solo para presumir de ventana —respondió ella con calma.

Los suegros palidecieron.

—¡Nosotros ya habíamos dado un regalo! —protestó su suegra, Luisa. —Esto es demasiado.

—¿Demasiado? —replicó la madre de Gala—. Solo hemos igualado las condiciones. Ustedes le dieron un piso a Alejandro; nosotros se lo dimos a Gala. Todo justo. En igualdad.

—¡Y un coche de regalo! —añadió la abuela, dejando las llaves sobre la mesa—. No uno cualquiera, sino un buen modelo. Para que mi nieta no carezca de nada.

Alejandro se levantó de un salto, agarró a Gala del brazo y la llevó a la cocina.

**La discusión que lo cambió todo**

—¿Qué demonios has hecho? Si tu familia quería ayudar, podrían haber aportado para la futura casa, ¡no humillarme así!

—No he humillado a nadie. Mis padres me hicieron un regalo, igual que los tuyos a ti.

—¡Me da vergüenza! —gritó él—. ¡Me has dejado en ridículo!

—No, Alejandro. Tú mismo te humillaste al creer que solo tu opinión importaba. Que yo debía agradecer sin rechistar algo que ni siquiera me preguntaron.

—¿Y el coche? ¿Yo con mi viejo cacharro y tú con uno nuevo?

—Alejandro, ¿quieres competir conmigo? Debemos ser compañeros, no rivales. ¿O para ti el matrimonio es una lucha de egos?

—¡Eres una desagradecida! —rugió—. ¡Me has avergonzado delante de mis padres!

Gala lo miró fijamente:

—No. Tú te avergonzaste solo al creerte superior desde el primer día.

Él salió de la cocina. En el salón, los padres discutían:

—¡El marido debe mandar en casa! —vociferaba el padre de Alejandro.

—Lo que debe mandar es el respeto —replicó el padrastro de Gala.

Ella dio una palmada:

—¡Basta! Quien quiera irse, que se vaya. Los demás, celebremos. Porque la vida no es una subasta, sino felicidad. Y la felicidad es sentirse respetado.

**La vida después de la boda que no fue**

Alejandro se fue. Su madre cerró la puerta de un portazo. Gala se quedó. En *su* piso. Con su familia, con un cordero en el horno y un nudo en el pecho, pero con la mente clara.

Aquella noche entendió algo: si alguien se molesta porque tú también tienes algo, es porque nunca pensó tratarte como igual. Le convenía que estuvieras por debajo.

No hubo boda. Alejandro intentó volver: primero con reproches, luego con súplicas. Pero ya era tarde.

Gala se fue de vacaciones. Sola, al volante de su coche nuevo. A casa de su abuela, al pueblo. Donde el aire huele a campo, el ritmo es lento y siempre la esperan con los brazos abiertos.

¿Se arrepentía de no haberse casado con Alejandro? Al principio, quizás. Pero luego comprendió que es mejor quedarse sola que vivir con alguien que, desde el primer día, se cree superior.

Y, ¿saben qué?

Fue la mejor celebración de su vida.

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MagistrUm
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