Reencuentro de amistades

**Encuentro de amigos**

En segundo curso, Miguel cambió de escuela y fue a otra en un pueblo distinto. Había oído a su padre hablar con su madre:

—Verónica, Iván, mi compañero del ejército, me ha escrito —le decía a su mujer—. ¿Te acuerdas de cuando me cargó a la espalda tras romperme la pierna en maniobras?

—¿Y qué más? —preguntó Elena, su madre, impaciente—. Gregorio, ¿por qué callas? ¿Qué pasa?

—Pues que este Iván nos ofrece mudarnos a su pueblo. Dice que viven bien. Yo soy mecánico, y allí necesitan gente como yo. Tú eres veterinaria, así que también tendrás trabajo. Aquí el alcalde no se preocupa por el pueblo, todo se viene abajo. Solo piensa en beber.

—Quizá sea lo mejor —asintió Elena—. Ya estoy harta de discutir con él.

Se mudaron. En la nueva escuela, pusieron a María —una niña rubia de rizos en la frente y una larga trenza— al lado de Javier, un chico fuerte y vivaracho con pecas en la nariz. Ambos se hicieron amigos al instante. Javier siempre defendía a María y le decía a Miguel con seguridad:

—Cuando seamos mayores, María será mi mujer.

Miguel se reía, pero Javier, serio, le cogía la mochila cada día y los tres caminaban juntos a casa. A Miguel le gustaba el pueblo. Rápidamente hizo amigos y, tras hacer los deberes, salía a jugar con ellos hasta el anochecer.

Pasaron tres años felices, hasta que Elena enfermó y murió. Miguel, destrozado, lloraba en un rincón.

—¿Cómo vivir sin mamá? —pensaba el niño.

Gregorio quedó solo con su hijo. La vida sin ella era dura: la comida de su padre era mala, nadie revisaba sus tareas y todo era un caos.

Seis meses después, Gregorio trajo a casa una nueva mujer.

—Hijo, esta es Susana. Vivirá con nosotros ahora. Debes obedecerla.

A Miguel no le cayó bien. Incluso Javier y María lo compadecían.

—Mi madre dice que es mala —susurró María—. En su pueblo nadie quería casarse con ella, pero tu padre no la conocía bien.

—No seas malpensada —dijo Javier, defendiéndola, pero Miguel ya sabía que jamás la querría como a su madre.

—Bueno, el tiempo dirá —respondió él, con una madurez inusual.

La gente murmuró un tiempo y dejó de hacerlo. Susana ignoraba a Miguel, pero cuando nació Pablo, su hijo, él quedó en segundo plano. Una noche, oyó que Susana se quejaba:

—Gregorio, no puedo con dos niños. Miguel es un vago y me responde mal. Llévalo con su abuela.

Así que lo mandaron al pueblo de antes, donde vivía su abuela Ana, madre de Elena. Al despedirse, los tres amigos lloraron, prometiendo escribirse, pero al poco perdieron contacto.

Ana adoraba a Miguel, el último recuerdo de su hija. Sus vecinos, Antonio y Marina, con su hija Lucía —cinco años menor—, lo acogieron como a un hijo. Antonio le enseñó carpintería y mecánica, y Marina les llevaba comida. Lucía lo seguía a todas partes.

Miguel estudió ingeniería y, de visita después de graduarse, se encontró con Lucía, ya una joven.

—¡Lucía! ¡Qué guapa estás! —la levantó en brazos, riendo.

—Cuidado, no la sueltes —dijo Marina, sonriendo.

Esa noche caminaron juntos, y Miguel supo que la amaba.

Ana envejecía, y al poco, le dio una carta de Gregorio. Pablo, su hermanastro, se casaba.

—Al menos se acordó de mí —refunfuñó Miguel.

En el pueblo, una niña lo detuvo:

—¿A quién buscas?

—A Gregorio.

—¡Ah, a la boda! Yo soy Valeria, hija de Javier.

Al entrar en la casa, vio a María.

—¡Miguel! —gritó, abrazándolo.

Javier entró, al principio serio, pero luego se emocionaron como niños. Esa noche rememoraron viejas historias.

Al día siguiente, Miguel fue a ver a su padre, ahora viejo y enfermo.

—Perdóname, hijo —le susurró Gregorio, sosteniéndole la mano—. Esta será nuestra última vez.

Dos meses después, Gregorio murió. Ni Susana se molestó en avisarle; fue Javier quien lo hizo.

Miguel regresó, se casó con Lucía, y una semana después, Ana falleció en silencio, como si hubiera esperado a verlo feliz.

**Lección aprendida:** La vida arranca personas de nuestro lado, pero si estamos atentos, nos regala otras que llenan ese vacío. El amor verdadero siempre encuentra su camino, aunque tarde años en llegar.

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