Recibió una llamada inesperada.

A Dolores Martínez la llamaron. La administración de la fábrica, donde trabajó durante 50 años, quería felicitarla y entregarle un regalo por su 75 cumpleaños.

¡Qué alegría se llevó! ¡Diez años sin trabajar y aún la recordaban! ¡La iban a felicitar! Aunque solo le entregasen una tarjeta, ya sería algo bonito.

Llegó el día tan esperado. Dolores se vistió de gala, incluso se pintó los labios, y salió temprano para no llegar tarde. Seis personas, al igual que ella “los cumpleañeros”, se reunieron. Todos se conocían y se alegraron de reencontrarse. El subdirector dio un discurso de felicitación y les entregó sobres con un billete de 50 euros. Luego, una mujer del departamento de recursos humanos los llevó a almorzar al comedor de la fábrica. Disfrutaron de un almuerzo que les recordó las comidas de sus tiempos laborales.

Al final, les entregaron una “cesta de productos”: cinco tipos de granos de 1 kg, un paquete de 2 kg de harina, tres latas de conservas de pescado y un tarro de 3 litros de zumo de manzana.

Todo eso era, por supuesto, útil y necesario, pero ¿cómo llevarlo todo a casa?

Una amable mujer de recursos humanos les dijo: “Queridas, no se preocupen, pueden dejar algo en mi oficina, luego pueden venir o pasar a recogerlo cuando quieran. No se preocupen, aquí no se pierde nada.”

Dolores, que había visto de todo en la vida, sonrió para sus adentros ante esta sugerencia. “Claro, déjalo y luego no encuentras nada”. Decidió llevárselo todo de una vez. Siempre llevaba consigo una bolsa de plástico del supermercado que aguantaba hasta 10 kg. Metió los granos, la harina, las conservas, y el tarro de zumo lo llevó bajo el brazo. Caminó despacio y con cuidado por la acera resbaladiza.

Dolores vivía a dos paradas de la fábrica y siempre había ido andando. Y ahora también decidió caminar, ¿cómo subir al autobús con las manos ocupadas? Era pesado, pero su corazón estaba contento. Ese zumo de 3 litros ni siquiera le hacía falta. Tenía muchas conservas propias, los manzanos habían dado buena cosecha. Pero si se lo daban, era mejor tomarlo, ¡seguro que le serviría! Y esos granos no acostumbraban a comerlos: lentejas, cebada y otro grano desconocido, pero todo sería útil. Dolores llegó al cruce, y descansó un rato.

Ahora solo tenía que cruzar esa pequeña calle, justo donde los coches esperaban el semáforo. Cruzaría en diagonal para acortar el camino, el paso de peatones estaba lejos. Había hielo en la carretera y pisaba con cuidado.

En el asiento de un coche caro que intentaba cruzar, estaba un joven y su amiga. Probablemente les hizo gracia ver a la anciana intentando cruzar y el chico tocó el claxon ruidosamente.

Dolores se sobresaltó, perdió el equilibrio y resbaló, haciendo un giro espectacular antes de caer al suelo. El tarro se rompió.

Al caer sobre la bolsa rompió dos paquetes de granos y cayeron al suelo. El paquete de harina se rasgó.

Dolores se levantó, miró al coche caro. A través del parabrisas, mientras los limpiaparabrisas quitaban la nieve, el chico y su amiga se reían y le hacían gestos para que se quitara del medio.

No podían escuchar sus palabras, solo ver el color rojo de su cara enfadada. Se inclinó a recoger su bolsa y el chico tocó otra vez el claxon. Algo estalló dentro de Dolores.

Recordó las historias de su padre veterano de guerra, cómo lanzaba granadas a los tanques enemigos, cómo le enseñó a no dejarse pisotear. Dolores realmente levantó el paquete de granos del suelo, lo perforó con el dedo y lo lanzó al parabrisas del coche. Luego otro paquete.

El chico seguía tocando el claxon, pero no se atrevía a salir. Dolores seguía tirando todo, cuando acabó con los granos, lanzó el paquete de harina que explotó sobre el techo del coche, cubriéndolo de una capa blanca. Al comprobar que ya no tenía más “municiones”, Dolores cogió las conservas y, pensando por un momento dónde lanzarlas, vio el terror en los ojos del chico.

Parecía como el que habrían tenido los enemigos que enfrentó su padre. Guardó las conservas en la bolsa, se sacudió las manos, cruzó la calle y se dirigió a su casa. Respiró profundamente, con una sensación de tranquilidad. Esos granos no los comerían, y zumo tenía de sobra. Había dado su merecido a ese insolente, su padre estaría orgulloso.

El semáforo había cambiado hacía rato, todos esquivaban y miraban el coche caro y sonreían. El chico no salió del coche, seguía llamando por teléfono. Los limpiaparabrisas esparcían la mezcla blanca por el cristal.

Por la noche, su nieto apareció de sorpresa. Trajo una tarta y cava. “Abuela, pensaba que solo sabías hacer buenas empanadas, ¡pero también podrías enfrentarte a un tanque con granadas! ¡Te han visto en YouTube!” Ahora Dolores es una celebridad local.

Oh, quién sabe de lo que es capaz la “vieja guardia” en momentos de desesperación. Mejor que nadie lo sepa.

Rate article
MagistrUm
Recibió una llamada inesperada.