Ramo Inesperado y Giro del Destino

Un ramo inesperado y un giro del destino

Cristina estaba sentada sola en su pequeño piso en el pueblo de Villanueva de la Serena cuando el silencio se rompió con un timbrazo en la puerta. Con pereza, se levantó del sofá y miró por la mirilla. Afuera había un chico con un ramo de flores enorme. “¿Quién será?”, pensó, frunciendo el ceño.

—¿Quién es? —preguntó Cristina sin prisas por abrir.

—Un ramo para usted… —contestó el desconocido.

Cristina abrió un poco la puerta, mirando con recelo al visitante.

—¿Flores? —se sorprendió—. ¿Para mí?

—Sí, para usted —sonrió el chico—. ¿Usted es Alba?

—No, soy Cristina —respondió ella, sintiendo una punzada de decepción.

—Espere —se ruborizó el joven, sacando el móvil—. Perdone, parece que me equivoqué de piso…

—No pasa nada —suspiró Cristina, esbozando una tímida sonrisa.

Volvió al salón, pero al poco sonó otra vez el timbre. Cristina miró por la mirilla y se quedó helada, con los ojos como platos.

Hoy cumplía veinticinco años, y era la primera vez que pasaba su cumpleaños sola. No tenía ánimos para ver a sus amigas, salir ni fingir que todo iba bien.

Sus amigas insistían en celebrar en una cafetería, pero ella se negó.

—¡No puedes encerrarte y estar triste en tu día! —le decía su mejor amiga, Julia—. ¡Solo tienes veinticinco! Encontrarás a alguien. Y ese Arturo no merece tus lágrimas. ¡Vístete, pasaremos a buscarte!

—No, Julia, hoy no —respondió Cristina, firme.

—¡Pero es tu cumpleaños! ¡Hay que celebrarlo! —insistió la amiga.

—No quiero fiesta. Lo siento —cortó Cristina.

—Qué pena… —suspiró Julia—. Pero si cambias de idea, llámame.

—No cambiaré.

Cristina estaba destrozada por la ruptura con Arturo, su prometido. Llevaban casi un año juntos, y él incluso le había pedido matrimonio. Ella estaba en el séptimo cielo, imaginando la boda, una vida juntos, hijos… Pero todo se vino abajo cuando descubrió que Arturo tenía una doble vida.

Aparte de ella, salía con otra chica, Sofía. Con Cristina planeaba casarse, pero con Sofía solo “pasaba el rato”. Todo cambió cuando Sofía anunció que estaba embarazada. Su padre, un hombre influyente y jefe de Arturo, le dio un ultimátum: boda o despido.

Cuando Cristina se enteró, quedó impactada. Y cuando Arturo le propuso ser su amante después de casarse con Sofía, se quedó sin palabras.

—¿Me estás diciendo en serio que sea tu amante? —gritó, sintiendo que el mundo se derrumbaba.

—¿Y qué? —se sorprendió él—. Nos llevamos bien. Tú me quieres, yo a ti…

—¡¿De qué amor hablas?! ¡Me mentiste, salías con otra! —replicó Cristina—. ¡Así no se trata a alguien que quieres!

—Sofía fue la que se me insinuó —se justificó—. Es guapa, no pude resistirme. ¡Soy hombre! Pero con ella es aburrido; contigo siempre hay de qué hablar.

—¡Basta! —lo interrumpió—. Vete, no quiero verte.

En ese momento, sintió que su vida se desmoronaba. ¿Cómo confiar en los hombres después de eso? Arturo juró amarla, la cortejó con detalles, dijo que era la mujer de sus sueños… y todo fue mentira.

Recordó a su madre, Lidia, a quien su padre abandonó cuando ella tenía tres años. Más tarde, en primaria, su madre intentó recomponer su vida, pero su novio eligió a su mejor amiga. Desde entonces, Lidia perdió la fe en los hombres y asumió que su destino era la soledad.

—Ojalá tú, hija, encuentres a alguien que te valore —solía suspirar, preocupada por Cristina.

Su madre se alegró cuando anunció su compromiso. Lidia vivía en el pueblo donde Cristina creció. Después del instituto, ella se mudó a la ciudad, estudió en la universidad, encontró trabajo y alquiló un piso, soñando con formar una familia. Ahora, tras la traición de Arturo, dudaba que eso ocurriera.

Su veinticinco cumpleaños no traía alegría. Soñaba con pasarlo con su amor, y en vez de eso estaba sola, con el corazón roto. Cristina se hizo un chocolate caliente y se envolvió en una manta que su madre le había tejido. Lidia era experta en tejer, hacía encargos y sus trabajos eran admirados. A Cristina también le gustaba tejer, pero no llegaba al nivel de su madre.

Antes de dar un sorbo, sonó el timbre.

—Qué raro —pensó—. ¿Quién será? Ojalá no sean Julia y Carla, ya les dije que no saldría.

Era tímida y en sus momentos tristes prefería estar sola. Miró por la mirilla: el mismo chico del ramo enorme.

—¿Quién es? —preguntó sin abrir.

—Flores para usted… —respondió.

Cristina entreabrió la puerta, examinando el ramo y al chico.

—¿Flores? ¿Para mí?

—Sí —asintió él—. ¿Usted es Alba?

—No, soy Cristina… —respondió, sintiendo cierta irritación.

—Espere —se turbó, revisando una nota—. ¿Este es su piso?

—Sí, pero no soy Alba.

—Un momento —dijo, tendiéndole el ramo—. ¿Me lo guarda?

Llamó a alguien para confirmar la dirección.

—Perdón, me equivoqué —se disculpó—. Necesito el piso veinticinco, no el cinco… Qué vergüenza.

—No importa —sonrió Cristina—. Menos mal que preguntó. Si no, habría aceptado flores que no eran para mí. Hoy es mi cumpleaños, sería una sorpresa… pero qué le vamos a hacer.

—¿Tu cumpleaños? —exclamó él—. ¡Felicidades! Seguro que esperas visita, y yo molestando…

—No espero a nadie —dijo en voz baja—. Pero el ramo es precioso, a Alba le encantará. Adiós.

—Hasta luego —contestó él, confundido—. Y perdón otra vez…

Al cerrar, volvió a su chocolate, ya frío. No tenía microondas, así que decidió hacer otro.

“¿Alba del piso veinticinco también cumple? ¿O es que su novio la sorprende?”, pensó, mirando el chocolate humeante. “Y el chico era guapo… Se puso tan nervioso al equivocarse. ¿Cómo se llamaba?”

Mientras bebía, sus pensamientos daban vueltas. ¿Habría sido mejor ir al café? ¿Para qué encerrarse y estar triste? Julia tenía razón: no debía obsesionarse con Arturo. La vida seguía.

Tomó el móvil y llamó a su amiga.

—¡Por fin! —se alegró Julia—. ¡Arréglate, llamo a Carla y vamos a divertirnos! Basta de tristeza.

Cristina se maquilló, se puso un vestido nuevo que compró con Arturo. Lo eligió imaginando que él la abrazaría y la halagaría. Ahora le recordaba al pasado, pero decidió: era hora de dejar atrás esas heridas.

Mientras se miraba al espejo, el timbre sonó otra vez.

—Otra vez alguien confundido —murmuró, y sin mirar abrió.

Sus ojos se abrieron de sorpresa. Era el mismo chico. En su mano, otro ramo espectacular.

—¿Otra vez el—No, esta vez no me he equivocado —respondió él, con una sonrisa cálida—. Es para ti, Cristina, feliz cumpleaños.

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