Ramo de Sueños

**El Ramo**

Vera yacía con los ojos entrecerrados. En la cama de enfrente, junto a la pared opuesta, Oliva estaba sentada con las piernas cruzadas, leyendo en voz alta un libro de texto. El teléfono de Vera estalló con una canción popular. Oliva cerró el libro de golpe y lanzó una mirada reprobatoria a su amiga.

La joven respondió a regañadientes. Un instante después, ya estaba sentada en la cama. Luego dejó el móvil a un lado, saltó y empezó a revolotear por la estrecha habitación, metiendo cosas del armario en una bolsa de deporte.

—¿Adónde vas? ¿Qué ha pasado? —preguntó Oliva, inquieta.

—Ha llamado la vecina. A mamá la han llevado al hospital, un infarto —respondió Vera mientras cerraba la cremallera de la bolsa y se dirigía a la puerta, donde colgaban las chaquetas de ambas y estaban sus botas y zapatos.

—Mañana tienes el examen. En el hospital la cuidarán. Hazlo y luego vas —dijo Oliva, levantándose de la cama, observando cómo Vera se calzaba sus botas.

—Oye, Oli, explica todo en la decanatura. Volveré y lo arreglaré. Haré los exámenes en las vacaciones. Vale, mi autobús sale en cuarenta minutos —Vera ya se abrochaba la chaqueta.

—Llama cuando sepas cómo está tu madre —pidió Oliva, pero Vera ya había salido disparada de la habitación. Tras la delgada puerta, se oyó el repiqueteo de tacones alejándose.

Oliva se encogió de hombros y volvió al cuarto. Vio el cargador del teléfono de Vera en su cama, lo agarró y salió corriendo descalza tras su amiga.

—¡Vera! ¡Vera, espera! —gritaba mientras bajaba las escaleras.

La puerta principal abajo se cerró de golpe. Oliva saltó tres escalones, llegó a la puerta, la empujó y casi sale volando tras ella.

—¡Vera!

La chica se volvió, vio el cable en manos de Oliva y regresó a por él.

—Gracias —dijo antes de volver a salir corriendo.

—Santo Domingo, ¿qué alboroto es este? Una casi derriba la puerta, la otra sale descalza a la calle. ¿Se han fumado algo? —preguntó la bedel desde su mesa.

—Perdone, doña Marta, nosotras no fumamos —dijo Oliva, cambiando el peso de un pie a otro. Los granos de arena y las piedrecillas traídas por las sucias botas y zapatos de fuera se clavaban en sus desnudas plantas. La entrada de la residencia estaba cubierta de una capa de arena sobre el hielo.

—A la madre de Vera la han ingresado. Hace frío. ¿Puedo irme? —dijo Oliva y, sin esperar respuesta, subió corriendo las escaleras.

—¡Dios mío! —La bedel se dejó caer pesadamente en la silla y se persignó—. ¡Guárdala y protégela!

Oliva regresó a la habitación, se sacudió la arena de los pies, recogió las cosas que Vera había dejado tiradas, se puso las zapatillas y salió con la tetera hacia la cocina. Mañana tenía examen; se calentaría con un té y volvería a los apuntes.

Ya había anochecido cuando llamaron con cuidado a la puerta.

—¿Quién es? —gritó Oliva, pero nadie respondió.
Suspiró, se levantó de la cama y abrió.

—¡Hola! —Ante ella estaba Adrián, sosteniendo un modesto ramo de flores.

—Pasa —esperó a que entrara antes de decirle que Vera había vuelto a su pueblo.

—Pero mañana tiene examen —se sorprendió él.

—Iré a la decanatura y explicaré lo de su madre. Lo hará en las vacaciones —Oliva no apartaba la vista del ramo.

—Esto es para ti —Adrián le tendió las flores.

—Gracias. ¿Quieres té? —La chica se acercó a la ventana con el ramo y tomó un jarrón.

—Voy por agua. Tú, quítate el abrigo —sonrió y salió.

Adrián quitó solo los zapatos, dio dos pasos y llegó a la cama de Vera. Se sentó y deslizó la mano por la colcha barata, como si acariciara a la chica.

Oliva regresó, dejó el jarrón con las flores en la mesa, dio un paso atrás y admiró el ramo.

—Qué bonito. ¿Qué flores son?

—Guisantes de olor —respondió Adrián—. Me voy. —Se levantó.

—¿Teníais planes con Vera? —preguntó Oliva apresuradamente. No quería que se fuera.

—Sí. Conseguí entradas para un concierto.

—¿En serio? Pues llévame. No tiene sentido que se pierdan.

Adrián vaciló.

—Pero mañana tienes examen.

—¿Y qué? —Oliva hizo un gesto con la mano—. Llevo todo el día estudiando. Necesito descansar.

Adrián reflexionó. Vera no estaba, y las entradas se perderían. Su relación con ella era nueva, nada serio. Ir al concierto con su compañera de cuarto no sería una traición, ¿verdad?

—Vamos —dijo.

—¡Buah! —Oliva saltó de alegría y aplaudió—. Espera fuera, que me visto.

—Ah, sí. —Adrián se calzó rápidamente y salió.

Cinco minutos después, Oliva salió. Adrián notó que se había pintado las pestañas y los labios, y que había recogido el pelo con gracia. ¿Cuándo había tenido tiempo?

—Vamos, que llegamos tarde —la apuró.

En el concierto, Oliva bailaba, saltaba con los brazos en alto y gritaba con la multitud en un éxtasis colectivo. De vez en cuando miraba a Adrián. Él se contagió de su energía, se relajó y también empezó a gritar.

Después caminaron de regreso, comentando animadamente el concierto.

—Me encantó esta canción —Oliva tarareó una melodía.

—Sí, y también… —Adrián también tarareó, incluso repitió algunas palabras en inglés.

Así llegaron a la residencia. Oliva tiró de la puerta, cerrada.

—Hoy le toca a doña Marta. Ni hablar de que nos abra. ¿Qué hacemos? —preguntó, mirando a Adrián.

—Vamos —la tomó del brazo y la guio alrededor del edificio. Al doblar la esquina, vieron a dos chicas trepando por una ventana del primer piso—. Vamos detrás antes de que cierren.

La empujó hacia arriba, unas manos la agarraron desde dentro y subió como una pluma. En ese momento, sonó un silbido agudo.

—¡Date prisa! —urgió Oliva desde la ventana.

Adrián se impulsó y saltó al alféizar, entrando en la habitación. Oliva cerró la ventana y corrió la cortina. El silbido resonó de nuevo pero se perdió en la distancia. Todos se miraron.

—Gracias, chicas. Nos vamos —Adrián empujó a Oliva hacia la puerta.

Detrás de ellos, unas risitas. Subieron corriendo al segundo piso antes de que doña Marta volviera a su puesto, entraron en la habitación de Oliva y se echaron a reír.

—Como parece tranquilo, me voy —dijo Adrián después de reír.

Estaban en la oscuridad; no habían encendido la luz.

—Quédate. Me gustas. Mucho —susurró Oliva, como si alguien pudiera oírla.

Se acercó a Adrián, inclinó la cabeza hacia atrás y ofreció sus labios paraAl día siguiente, mientras el sol entraba por la ventana, Vera regresó a la habitación y encontró el ramo marchito de guisantes de olor sobre la mesa, sin sospechar que aquel pequeño detalle cambiaría para siempre el curso de sus vidas.

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