**El Ramo**
Ana yacía en la cama, con los ojos entrecerrados. Frente a ella sentada en la otra cama, Luisa hojeaba un libro de texto en voz alta. De repente, el móvil de Ana estalló con una canción popular del momento. Luisa cerró el libro con un golpe seco y lanzó una mirada reprobatoria a su compañera.
Ana contestó el teléfono a regañadientes. Un instante después ya estaba incorporándose, dejando caer el móvil sobre la colcha, saltando de la cama y revolviendo el armario para meter ropa en una bolsa deportiva.
—¿Adónde vas? ¿Qué ha pasado? —preguntó Luisa, alarmada.
—Ha llamado la vecina. Han llevado a mamá al hospital, un infarto. —Ana cerró la cremallera de la bolsa y se dirigió a la puerta, donde colgaban los abrigos de ambas y se alineaban sus botas y zapatos.
—Mañana tenemos el examen. Estará bien cuidada en el hospital. Hazlo y luego vas. —Luisa se levantó y observó cómo Ana se calzaba las botas con movimientos bruscos.
—Escucha, Luisita, explica todo en la facultad. Ya arreglaré todo cuando vuelva. Haré los exámenes en las vacaciones. Vamos, tengo un autobús en cuarenta minutos. —Ana ya se abrochaba la chaqueta.
—Llama cuando sepas algo de tu madre —rogó Luisa, pero Ana ya salía disparada. Tras la puerta, el taconeo de sus botas se fue perdiendo en el pasillo.
Luisa suspiró y volvió a la habitación. Entonces vio el cargador del móvil de Ana sobre la cama. Lo cogió y salió corriendo, descalza, tras su amiga.
—¡Ana! ¡Ana, espera! —gritó mientras bajaba las escaleras del residencia.
La puerta principal se cerró de un portazo. Luisa saltó tres escalones de golpe, empujó la puerta y casi se estrella contra el frío de la calle.
—¡Ana!
La chica se volvió, divisó el cable en manos de Luisa y regresó a recogerlo.
—Gracias. —Y otra vez salió corriendo.
—Soler, ¿qué diablos hacen? Una derribando puertas y la otra descalza en pleno invierno. ¿Se han fumado algo? —La conserje, Marta, se levantó de su silla con esfuerzo.
—Perdone, doña Marta, no fumamos nada —dijo Luisa, moviendo los pies descalzos sobre las motas de arena y piedras que cubrían el suelo helado frente al edificio. —A la madre de Ana la han llevado al hospital. Hace frío, ¿puedo irme? —Sin esperar respuesta, volvió a subir.
—Dios mío —murmuró Marta, santiguándose antes de sentarse de nuevo. —Que Dios la proteja.
Luisa regresó a la habitación, sacudió la arena de sus pies, recogió el desorden dejado por Ana, se puso las zapatillas y salió con la tetera hacia la cocina. Mañana tenía examen. Un té caliente la ayudaría a concentrarse de nuevo.
El sol ya se había puesto cuando llamaron a la puerta con golpes tímidos.
—¿Quién es? —gritó Luisa, pero no hubo respuesta.
Con un suspiro, abrió.
—¡Hola! —Ante ella estaba Carlos, sosteniendo un pequeño ramo de flores.
—Pasa. —Luisa lo dejó entrar antes de decirle que Ana había vuelto a casa.
—¿Pero no tiene examen mañana? —preguntó él, sorprendido.
—Iré a la facultad a explicarlo. Lo hará en las vacaciones. —Luisa no apartaba los ojos del ramo.
—Son para ti —dijo Carlos, extendiéndoselo.
—Gracias. ¿Quieres un té? —Ella tomó las flores y se acercó a la ventana, cogiendo un jarrón.
—Voy a por agua, tú quédate —sonrió y salió.
Carlos solo se quitó los zapatos. Dio dos pasos y se sentó en la cama de Ana. Acarició la colcha barata como si fuera la piel de la chica.
Luisa regresó, colocó el jarrón en la mesa y dio un paso atrás para admirar el ramo.
—Qué bonitas. ¿Qué flores son?
—Guisantes de olor —respondió Carlos. —Me voy.
—¿Teníais planes con Ana? —preguntó Luisa rápidamente, sin querer que se fuera.
—Sí. Conseguí entradas para un concierto.
—¿En serio? Pues llévame a mí. No tiene sentido que se pierdan.
Carlos dudó.
—Pero mañana tienes examen…
—¿Y qué? —replicó ella, quitándole importancia. —Llevo todo el día estudiando, necesito descansar.
Carlos reflexionó. Ana se había ido. No eran nada serio. Ir al concierto con su compañera de habitación no era una traición, ¿verdad?
—Vamos pues.
—¡Genial! —Luisa saltó de alegría y aplaudió. —Ay, espérame fuera, voy a cambiarme.
—Claro. —Carlos se calzó y salió.
Cinco minutos después, Luisa salió. Él notó que se había pintado los labios y rímel, y se había recogido el pelo con gracia. ¿Cuándo había tenido tiempo?
—Vamos, que llegamos tarde —le apremió él.
En el concierto, Luisa saltaba y cantaba con la multitud, radiante de alegría. De vez en cuando miraba a Carlos. Él se dejó contagiar por su energía, relajándose, gritando también.
Luego, caminaron de vuelta, hablando animadamente del concierto.
—Me encantó sobre todo esta parte —tarareó Luisa.
—Sí, y también… —Carlos imitó otra canción, incluso pronunciando mal algunas palabras en inglés.
Llegaron al residencia. Luisa tiró de la puerta.
—Hoy está doña Marta. No abrirá ni loca. ¿Qué hacemos? —preguntó, desconcertada.
—Ven. —La tomó del brazo y la guió alrededor del edificio. Al doblar la esquina, vieron a dos chicas colándose por una ventana del primer piso. —Rápido, antes de que la cierren.
Empujó a Luisa hacia arriba. Alguien dentro la agarró y la izó como una pluma. En ese momento, un silbido agudo sonó cerca.
—¡Date prisa! —lo apremió Luisa desde dentro.
Carlos saltó y entró de un salto. Ella cerró la ventana y corrió la cortina. Fuera, el silbido se alejó. Todos se miraron.
—Gracias, chicas. Nos vamos —Carlos empujó a Luisa hacia la puerta.
Tras ellos, se oyeron risitas. Subieron corriendo al segundo piso, entraron en la habitación y se echaron a reír.
—Todo tranquilo, me voy —dijo Carlos, recuperando el aliento.
Estaban en penumbra, sin haber encendido la luz.
—Quédate. Me gustas. Mucho —susurró Luisa, acercándose.
Inclinó la cabeza hacia atrás, ofreciendo sus labios…
Ana regresó al residencia al final de las vacaciones. Carlos y Luisa aún no habían vuelto. Logró recuperar el examen perdido con un justificante médico. Su madre seguía en el hospital, ya fuera de peligro.
Las clases comenzaron, pero Luisa no regresó. No contestaba llamadas. En la facultad dijeron que había pedido una excedencia por enfermedad.
Pronto pusieron a otra chica en la habitación. Los estudios, Carlos… Ana dejó de preguntarse qué había pasado con Luisa. Con el tiempo, todos la olvidaron. Carlos nunca le contó lo del concierto ni lo que vino después. Él mismo dudaba si había sido real.
**Veintiún años después**
—¡Mamá, papá, ya estoy aquíAna sonrió al ver a su familia reunida en la cocina, recordando que, a pesar del pasado, la vida siempre encontraba la manera de seguir adelante.