Quería volver con mi exmujer, habíamos pasado juntos 30 años, pero ya era demasiado tarde.
En un pueblecito cerca de Salamanca, donde las casas antiguas guardan recuerdos del pasado, mi vida a los 54 años se había convertido en un vacío que yo mismo había creado. Me llamo Víctor, y lo había perdido todo: a mi mujer, a mi familia, mi trabajo. Después de tres décadas de matrimonio con mi esposa Carmen, me fui con una amante más joven, creyendo que había encontrado la felicidad. Pero ahora estaba solo, sin familia, sin propósito, y comprendía que había cometido un error irreversible.
**La familia que fue mi hogar**
Conocí a Carmen cuando apenas pasábamos de los veinte. Nos casamos, tuvimos dos hijos, y yo estaba orgulloso de poder mantener a mi familia. Trabajaba como conductor, llevaba el dinero a casa, y Carmen se encargaba del hogar y de criar a los niños. Me gustaba que estuviera en casa, que todo fuera tranquilo. Pero con el tiempo, el amor se apagó. Pensé que era normal —nos respetábamos, vivíamos en armonía, y con eso me conformaba. Hasta que apareció Beatriz.
Hace tres años, en un bar, conocí a Beatriz. Ella tenía 34; yo, 51. Era guapa, divertida, llena de energía. A su lado, me sentí joven otra vez. Empezamos a vernos, y pronto se convirtió en mi amante. Me enamoré como un crío, soñando con una vida nueva. A los dos meses, ya no quería volver a casa con Carmen, no quería mentir. Decidí que Beatriz era mi destino, y se lo confesé todo a Carmen.
**El divorcio que lo arruinó todo**
Carmen me escuchó en silencio, sin lágrimas, sin dramas. Incluso pensé que ella tampoco me quería ya, y eso hizo el divorcio más fácil. Ahora entiendo cuánto la herí. Vendimos nuestro piso, donde habíamos vivido décadas. Beatriz insistió en que no le dejara nada a Carmen, y accedí. Ella compró un pequeño estudio, y yo no le ayudé ni con dinero ni con apoyo, aunque sabía que lo pasaba mal sin trabajo. En aquel momento me daba igual —estaba cegado por Beatriz.
Con Beatriz compré un piso de dos habitaciones usando mis ahorros. Mis hijos, al enterarse del divorcio, dejaron de hablarme, acusándome de traicionar a su madre. Pero no le di importancia —Beatriz estaba embarazada, y yo esperaba a nuestro hijo con ilusión. Creí que empezaba una vida nueva y mejor.
**La mentira que me abrió los ojos**
Nació el niño, pero la vida con Beatriz fue un infierno. Yo trabajaba, limpiaba, cocinaba, cuidaba al crío, mientras ella solo pedía dinero y desaparecía por las noches. Volvía borracha, gritaba, armaba escándalos. La casa era un caos, nunca había comida, y yo estaba agotado. Me despidieron del trabajo —me dormía en los turnos, estaba irritable, no daba más. Los amigos murmuraban que el niño no se me parecía, pero no les creí.
Tres años viví esa pesadilla. Mi hermano, que nunca quiso a Beatriz, insistió en una prueba de ADN. El resultado lo destruyó todo: el niño no era mío. Pedí el divorcio, y Beatriz se fue sin el más mínimo remordimiento. Me quedé solo, sin trabajo, con un piso vacío y el corazón roto. Entonces decidí volver con Carmen, con la que había sido mi hogar durante 30 años.
**Un arrepentimiento tardío**
Compré flores, vino, un pastel y fui a ver a Carmen. Pero su piso estaba vendido. La nueva dueña me dio su dirección, y partí hacia allí, esperando enmendar mis errores. Abrió la puerta un hombre —su nuevo marido, un compañero de trabajo. Carmen había encontrado un buen empleo, se había casado y era feliz. Más tarde la vi en una cafetería y le rogué que volviera. Me miró con desprecio, dio media vuelta y se marchó. Entendí que la había perdido para siempre.
Ahora tengo 54 años y no tengo nada. Mis hijos no quieren saber de mí, no tengo trabajo, los ahorros se acabaron. Vivo en una habitación alquilada, sobreviviendo con trabajos ocasionales. Cada día me pregunto: ¿por qué me fui? ¿Por qué creí que una chica joven sustituiría a la familia que construí durante 30 años? Mi estupidez lo destruyó todo, y esa lección la cargo cada día.
**¿Qué hago ahora?**
No sé cómo seguir. ¿Intentar reconciliarme con mis hijos? Pero no perdonan que traicionara a su madre. ¿Buscar trabajo? A mi edad es casi imposible. ¿Pedir perdón a Carmen? Ella es feliz sin mí, y no tengo derecho a entrometerme. ¿O simplemente resignarme y vivir con este dolor? Mis viejos amigos me dicen: «Víctor, te lo buscaste tú solo, empieza de cero». Pero, ¿cómo empezar cuando lo que más importaba ya no está?
A los 54 años, querría volver atrás, pero es imposible. Quisiera que mis hijos me perdonaran, que Carmen me mirara sin desprecio, poder enmendar mis errores. Pero sé que es un fallo que no tiene arreglo.
**Mi grito de perdón**
Esta historia es mi grito pidiendo perdón, que quizá nunca reciba. Quizá Carmen hizo bien en seguir sin mí. Quizá mis hijos tuvieron razón al rechazarme. Quiero que mi vida vuelva a tener sentido, poder mirarme al espejo sin vergüenza, que mis errores no me definan. A los 54 años, merezco otra oportunidad, aunque sea en soledad.
Soy Víctor, y lo perdí todo por mi propia necedad. Que este dolor sea mi lección, pero no me rendiré hasta encontrar cómo vivir conmigo mismo.