**Diario de una madre desesperada**
Quiero que mi hijo se divorcie. ¿De qué le sirve una mujer así, sin cerebro ni ambición?
Existe el estereotipo de que las suegras son brujas malvadas que torturan a sus nueras sin motivo. Basta leer foros de internet para encontrar cientos de historias así. Y aquí estoy yo, esa “suegra cruel”, que no solo critica a su nuera, sino que está decidida a destruir el matrimonio de mi hijo. ¿Y sabes qué? No me avergüenzo. Estoy segura de que tengo razón, y hoy, con el corazón lleno de rabia y dolor, explicaré por qué.
Mi hijo, Javier, conoció a esta chica, Estrella, hace unos cinco años. Pero no me la presentó hasta mucho después, cuando ya le había propuesto matrimonio. Desde el primer momento, no me gustó. Y, como descubrí más tarde, mi intuición no falló: esa chica resultó ser una pesadilla.
Los invité a mi casa, un acogedor piso en las afueras de Barcelona. Estrella ni siquiera se había quitado los zapatos cuando sonó su teléfono. En lugar de disculparse y decir que llamaría más tarde, se puso a charlar con una amiga en pleno recibidor. ¡Quince minutos! Yo, con los dientes apretados, mientras ella reía y hablaba de tonterías. Ya entonces supe que algo no cuadraba.
En la mesa, no le hice preguntas difíciles; solo observé. Pero cuando la conversación giró hacia su vida y sus planes, todo quedó claro. Apenas terminó el instituto, estaba en el último curso de un ciclo formativo, pero ni se planteaba la universidad. ¿Para qué? Según ella, una mujer debe ser esposa y madre, punto. No tenía intención de trabajar. Sus padres la mantenían, y después, supongo, esa carga caería sobre mi hijo. Vivía con ellos, pero después de la boda planeaba mudarse a nuestro piso. Y la guinda del pastel: estaba embarazada. Poco tiempo, así que la boda debía ser rápida antes de que se notara. Actuaba como si el mundo le debiera algo, como si su belleza fuera un billete para una vida sin responsabilidades.
Pero lo peor llegó cuando Javier salió al balcón a fumar. Estrella sacó un paquete de cigarillos finos y lo siguió. ¡Embarazada y fumando! Casi me ahogo de indignación. ¿Qué pasará con el bebé? A ella no parecía importarle.
Se casaron y vivimos juntos en mi piso. Yo salía temprano al trabajo y volvía por la noche. Estrella dormía hasta el mediodía, vagaba por la casa sin hacer nada y escapaba al balcón con su cigarrillo. En el instituto pidió una baja por embarazo y se tomó un año sabático. Cada noche, me recibía el caos: platos sucios en el fregadero, ropa tirada, la nevera vacía. No cocinaba, no limpiaba solo hablaba por teléfono con su madre o sus amigas.
Cuando le pedía ayuda, ponía excusas: náuseas, cansancio. Pero eso no le impedía ir de cafés con sus amigas o salir de fiesta con Javier hasta el amanecer. Aguante el silencio, por mi hijo. Luego nació mi nieto. ¿Y qué crees? Estrella no cambió ni un ápice. Javier se levantaba de noche, paseaba al bebé, lo llevaba al médico. Yo ayudaba por las tardes y los fines de semana, agotada del trabajo. ¿Y ella? Tirada en el sofá, con el móvil y el cigarrillo. Me temblaban las manos de rabia.
Intenté hablar con ella, primero con calma, luego con firmeza. Me ignoraba, mirándome con una sonrisa insolente. Pero lo peor era que Javier siempre la defendía. Cuando le señalaba su vagancia, su inutilidad, él se ponía como un muro: “Mamá, ella está intentándolo, es difícil”. Y discutíamos. Él me gritaba a mí, pero a ella ni una queja. Mi hijo, mi único niño, ciego de amor por esa inútil.
La tensión se volvió insoportable. Un día, exploté: “¡Llévate a tu mujer y al niño y marchaos! ¡Vivid solos, a ver cómo os va!”. Se fueron. Javier se enfadó, dejó de hablar conmigo. Intenté hacerle ver la verdad, pero levantó un muro entre nosotros. Ahora apenas llama, no viene a visitarme. Estoy segura: es Estrella quien lo aleja de mí, quien nos separa. Y yo, que lo quiero más que a mi vida, que adoro a mi nieto
He decidido: Javier no merece esta mujer. Se merece a alguien inteligente, amable, no a esta vaga irresponsable. Aunque él no lo vea ahora, haré todo lo posible para que su matrimonio se derrumbe. No pararé hasta liberarlo de estas cadenas. Sé que, tarde o temprano, entenderá que tenía razón, me abrazará y dirá: “Gracias, mamá”. Y a mi nieto lo criaremos sin su sombra inútil, sin su indiferencia, sin su humo de cigarrillo. No me rendiré, porque esta es mi guerra por la felicidad de mi hijo.







