Oye, te cuento una cosa que me tiene destrozada. Resulta que quiero que mi hijo se divorcie. ¿Para qué necesita una esposa tan inútil e irresponsable?
Siempre hay ese estereotipo de que las suegras son unas brujas malvadas que atormentan a las pobres nueras sin motivo. Si miras los foros de internet, está lleno de historias así. Pues bien, aquí estoy yo, la suegra malvada, que no solo le busca las vueltas a su nuera, sino que está decidida a acabar con el matrimonio de su hijo. ¿Y sabes qué? No me da vergüenza. Estoy convencida de que tengo razón, y te voy a explicar por qué, mientras el enfado y el dolor por mi niño me queman por dentro.
Mi hijo, Pablo, conoció a esta chica, Estefanía, hace unos cinco años. Pero no me la presentó hasta mucho después, cuando ya le había pedido matrimonio. Desde el primer momento no me cayó bien, y como luego descubrí, mi instinto no falló: esa chica era una pesadilla.
Los invité a casa, a nuestro acogedor piso en las afueras de Sevilla. Estefanía ni siquiera se había quitado los zapatos cuando sonó su teléfono. En vez de disculparse y decir que llamaría luego, se puso a charlar con una amiga en medio del recibidor. ¡Quince minutos! Yo ahí, conteniendo la respiración, mientras ella reía y hablaba de tonterías. Ahí ya supe que algo no iba bien.
En la mesa, no le hice preguntas comprometidas, solo observé. Pero cuando la conversación giró hacia su vida y sus planes, todo quedó claro. Apenas terminó el instituto, estaba en el último año de un ciclo formativo, pero ni se le pasaba por la cabeza estudiar una carrera. ¿Para qué? Según ella, la mujer debe ser esposa y madre, y punto. No tenía intención de trabajar. Sus padres la mantenían ahora, y luego, supongo, esa carga caería sobre mi hijo. Vivía con sus padres, pero tras la boda planeaba mudarse a nuestro piso. Y la guinda del pastel: estaba embarazada. Poco tiempo, así que la boda tenía que ser rápido, antes de que se le notara. Actuaba como si el mundo le debiera algo, como si su belleza fuera un billete para una vida sin preocupaciones.
Pero lo peor vino cuando Pablo salió al balcón a fumar. Estefanía sacó un paquete de cigarrillos finos y se fue detrás de él. ¡Embarazada, y fumando! Casi me da algo. ¿Qué sería del niño? A ella, por lo visto, le daba igual.
Al poco, se casaron y nos mudamos juntos. Yo salía temprano al trabajo, volvía por la tarde, y allí estaba ella, durmiendo hasta el mediodía, vagueando por la casa sin hacer nada y yendo al balcón a fumar cada dos por tres. En el ciclo, pidió un permiso por embarazo y dejó de ir. Cada noche llegaba al caos: platos sucios en el fregadero, ropa tirada, la nevera vacía. No cocinaba, no limpiaba, solo estaba enganchada al móvil, parloteando con su madre o las amigas.
Cuando le pedía ayuda, siempre tenía una excusa: náuseas, cansancio Pero eso no le impedía ir de cafés con las amigas o salir de fiesta con Pablo hasta la madrugada. Apretaba los dientes y callaba por mi hijo. Luego nació mi nieto. ¿Y qué crees? Estefanía no cambió ni un ápice. Pablo se levantaba de noche con el niño, lo sacaba a pasear, lo llevaba al médico. Yo ayudaba por las tardes y los fines de semana, agotada del trabajo. ¿Y ella? Tirada en el sofá, con el móvil y el cigarro, como si nada. Me hervía la sangre.
Intenté hablar con ella, primero tranquila, luego más firme. Me ignoraba, mirándome con una sonrisa burlona. Pero lo peor era que Pablo siempre la defendía. Cuando le señalaba lo vaga e inútil que era, él se ponía como un muro: Mamá, ella lo intenta, es que es difícil. Y discutíamos. Él me gritaba, a ella no le decía nada. Mi hijo, mi niño, ciego de amor por esa zanguanga.
La tensión en casa era insoportable. Un día estallé y le solté: Llévate a tu mujer y al niño y marchaos de aquí. A ver cómo os las arregláis solos. Se fueron. Pablo se enfadó, dejó de hablarme. Intenté hacerle ver la verdad, pero se cerró en banda. Ahora apenas llama, no viene a verme. Estoy segura de que es Estefanía quien lo está poniendo en mi contra, metiendo cizaña. Y yo, que lo quiero más que a mi vida, que adoro a mi nieto con todo el alma
He decidido que Pablo no necesita una mujer así. Se merece a alguien mejor, inteligente, cariñosa, no a esta vaga irresponsable. Aunque él no lo vea ahora, haré todo lo posible para que su matrimonio se desmorone. No pararé hasta liberar a mi hijo de esas cadenas. Estoy segura de que, tarde o temprano, entenderá que tenía razón, me abrazará y me dirá: Gracias, mamá. Y mi nieto lo criaremos nosot







