Hacía mucho tiempo, en un barrio humilde de Madrid, una mujer llamada Margarita vivía con su marido, Miguel, un mecánico que trabajaba largas horas en un taller cercano. Margarita, cocinera en un modesto comedor, se levantaba cada madrugada para prepararle el almuerzo: unos bocadillos envueltos en papel de plata que él llevaba consigo.
Esa mañana, la lluvia caía suave sobre la ciudad. Margarita tomó el paraguas del recibidor, pero se le resbaló de las manos y cayó al suelo con estrépito. Contuvo el aliento, miró hacia el dormitorioMiguel seguía durmiendoy, sonriendo por su torpeza, salió en silencio.
El autobús llegó pronto. Margarita se sentó junto a la ventana, observando las calles empapadas mientras reflexionaba sobre su vida. A sus casi treinta años, era feliz en su matrimonio, aunque la tristeza la embargaba al pensar que, tras tres años de matrimonio, aún no lograban tener hijos. Los médicos solo se encogían los hombros: todo parecía estar en orden.
Al bajar del autobús, mientras cruzaba el parque cercano a su trabajo, algo la detuvo. Sobre un banco mojado, una niña pequeña lloraba, temblando bajo una chaqueta demasiado fina. Margarita se acercó.
Hola, ¿qué haces aquí sola? preguntó con dulzura.
Mamá me echó susurró la niña entre sollozos.
¿Cómo que te echó? Margarita no podía creerlo.
Tenía hambre y la desperté. Se enfadó mucho
¿Cómo te llamas?
Sofía.
Margarita suspiró.
Vamos, Sofía. ¿Dónde vives?
La niña señaló hacia un edificio cercano. Al llegar, nadie respondió al timbre hasta que, por fin, una mujer desaliñada, con el pelo revuelto y una bata sucia, abrió la puerta. El olor a humedad y abandono golpeó a Margarita. Entre la mugre, en un viejo aparador, vio una fotografía que la dejó helada: era Miguel, años atrás, junto a esa misma mujer.
¿Y bien? gruñó la mujer.
¿Que “y bien”? ¡Su hija estaba llorando en el parque! ¿Qué clase de madre es usted?
¡No me des lecciones! Si quieres hijos, ten los tuyos espetó antes de girarse hacia Sofía. ¿Dónde te habías metido?
La niña huyó a otra habitación. Margarita, con el corazón acelerado, se marchó.
Esa noche, mostró la foto a Miguel.
Querido, ¿quién es esta mujer?
Miguel bajó la mirada.
Elena. Hace años, estuvimos a punto de casarnos, pero ella conoció a otro.
¿Y por qué cortaste la foto?
No podía perdonarle que abortara a nuestro hijo cuando nos separamos confesó. Por eso me fui de la ciudad y te conocí a ti.
Margarita le contó lo de Sofía. Miguel calculó mentalmente: la niña podía ser suya.
Al día siguiente, fue a aquel piso. Elena, irreconocible, lo recibió con desdén.
¿Qué quieres?
Necesito saber la verdad. Sofía ¿es mía?
Elena se dejó caer en una silla.
¿Me prestas dinero? Nunca pagaste nada por ella.
Me dijiste que no la tuviste.
Quería hacerlo, pero Valentín prometió criarla hasta que nos abandonó. Intenté buscarte, pero ya te habías ido.
Miguel respiró hondo.
Haré una prueba. Si es mía, me la llevo.
Tómatela ya, ¡es una carga! Elena extendió la mano. Dame algo, al menos.
Sofía, tímida, se acercó.
¿Eres mi papá?
Sí, cariño respondió Miguel con voz quebrada. ¿Vendrás conmigo?
La niña asintió, mirando a su madre con temor.
¿Me vas a querer?
Nunca te haré daño.
Miguel le dio unas monedas a Elena y se fue con Sofía.
Al llegar a casa, Margarita no podía creerlo. Esa noche, lloró en la cocina, sintiéndose traicionada por la vida hasta que Sofía apareció y la abrazó.
¿Estás triste? Yo también lloro a veces. ¿Quieres que te cuente un cuento?
Margarita la estrechó contra su pecho.
Un año después, aunque la prueba demostró que Sofía era hija de Miguel, ya era su hija para ambos. La niña llenó sus vidas de alegría.
Hasta que, un día, Margarita desmayó en el trabajo. En el hospital, el médico sonrió.
Señora, ¿por qué no nos dijo que estaba embarazada?
Margarita palideció.
¿Qué?
Sí, pronto tendrá un bebé.
Nació un niño sano, al que llamaron Javier. Sofía cuidó de su hermanito con ternura. Después llegó Lucía, completando su familia. Margarita sabía que la felicidad había entrado en su hogar con aquella niña de corazón noble, que les enseñó que el amor no conoce de sangre.
Y así, entre risas y abrazos, vivieron felices, recordando siempre que la vida, a veces, regala milagros donde menos se esperan.