Querido, ¿puedes venir a buscarme al trabajo? – Ella llamó a su marido, esperando evitar un agotador trayecto de cuarenta minutos en transporte público tras un largo día.

Querido, ¿me puedes recoger del trabajo? Lola llamó a su marido, intentando evitar los cuarenta minutos de agobio en el transporte público tras un día agotador.

Estoy ocupado respondió Javier sin más. Al fondo, la tele sonaba, dejando claro que estaba cómodamente en casa.

Lola sintió un puñal en el pecho. El matrimonio se desmoronaba, y solo hacía seis meses que Javier prometía llevarla en volandas. ¿Qué demonios había pasado en tan poco tiempo? Ella no lo entendía.

Cuidaba su cuerpo, pasaba horas en el gimnasio. Cocina como los ángeles no en vano trabajaba en un restaurante de moda. Nunca pidió dinero, nunca montó escenas, siempre dispuesta a cumplir cualquier capricho de su marido

Así lo vas a cansar le advertía su madre al oír las quejas. No se puede consentir a un hombre en todo.

Es que le quiero respondía Lola con una sonrisa triste. Y él me quiere a mí

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Al final, se cansó pensó Lola, mordiéndose los labios al revisar el historial del navegador. Resulta que Javier gastaba su tiempo libre en páginas de citas, hablando con media docena de mujeres. ¿Por qué no me lo dijo? Lo habría entendido. ¿Para qué sufrir, viviendo con alguien a quien no ama?

Así que, divorcio. Ella era fuerte, lo superaría. Pero no se iría sin su dulce venganza

Esa misma noche, se registró en la misma página que él, lo encontró y empezó a escribirle. Buscó una foto cualquiera en internet, la retocó y supo que Javier caería. Y cayó.

Los mensajes no paraban. Javier decía que era soltero, que buscaba algo serio, hasta hijos. Alardeaba de su carácter maravilloso, algo que a Lola le hacía soltar carcajadas entre lágrimas. Ella sabía bien cómo era aguantarle.

Quedamos escribió Lola, esperando con malicia su respuesta.

Genial contestó él al instante. Pero mi hermana está en casa, preparando exámenes. Podemos vernos en un sitio neutral y luego ir a un hotel.

¿En serio? susurró Lola al leerlo. ¿Tan seguro estás de que una mujer aceptaría eso? ¡Cualquiera con dos dedos de frente se ofendería! Pero bueno, mejor para mí.

¿Y si vienes a mi casa? Tengo un chalé en las afueras, solita. Nadie nos molestará Se preguntó si picaría.

¡Perfecto! Javier, encantado. Seguro por no gastar un euro. Pásame dirección y hora. Iré volando en alas del amor.

Calle **** 25, a las diez de la noche. ¿Te va?

¡Allí estaré!

A las nueve, Javier fingió una urgencia laboral. No encontró las llaves del coche y, con cara de pocos amigos, preguntó a su mujer si las había visto.

Estaban en la mesa dijo Lola con inocencia, mientras las apretaba en su bolsillo. ¿No las habrá escondido el gato?

Pero Lola no pensaba esperarle. Aprovechó para hacer las maletas. Por suerte, tenía un piso heredado de su abuela. Lo único que dejó sobre la mesa fue la demanda de divorcio, bien visible.

Javier regresó a casa al amanecer, hecho una furia. No solo el viaje le llevó una eternidad, sino que la tal Marta del chat no apareció por ningún lado.

La dirección era real, la casa también. Pero en lugar de la modelo de las fotos, abrió la puerta una mujer el doble de grande que él, en bata transparente. Javier habría pagado lo que fuera por borrar esa imagen de su memoria.

¡Costó Dios y ayuda escapar de ella! Llamó a un taxi, esperó tiritando de frío con su chaquetilla, y hasta el conductor un tipo raro se lió con el camino. Vaya noche.

Al llegar al piso y ver los papeles del divorcio sobre la mesa, Javier lo entendió todo. Al lado, escrito con pintalabios rojo, ponía:

**Esta dulce venganza**

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MagistrUm
Querido, ¿puedes venir a buscarme al trabajo? – Ella llamó a su marido, esperando evitar un agotador trayecto de cuarenta minutos en transporte público tras un largo día.