Querido, ¿puedes venir a buscarme al trabajo? Llamó Lucía a su marido, esperando evitar los cuarenta agotadores minutos de autobús tras un día intenso.
Estoy ocupado respondió Alejandro con sequedad. Al fondo, la televisión encendida delataba que estaba en casa.
Lucía sintió un dolor profundo. Su matrimonio se desmoronaba, y solo seis meses atrás, Alejandro le prometía cargarla en brazos. ¿Qué había cambiado en tan poco tiempo? Ella no lo entendía.
Se cuidaba, pasando horas en el gimnasio. Cocina como los diosesno en vano trabajaba en un restaurante de moda. Nunca pidió dinero, nunca montó escenas, siempre dispuesta a cumplir cualquier deseo de él
Vas a cansarlo así le decía su madre al oír sus quejas. No se puede consentir a un hombre en todo.
Solo lo amo respondía Lucía con una sonrisa triste. Y él me ama a mí
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Al final, se ha cansado pensó, mordiéndose los labios al ver el historial del navegador. Resultó que Alejandro pasaba su tiempo libre en páginas de citas, hablando con varias mujeres. ¿Por qué no me lo dijo? Lo hubiera entendido y lo habría dejado ir. ¿Para qué sufrir, viviendo con una mujer que no ama y atormentándola con su actitud?
Así que, divorcio. Ella era fuerte, lo superaría. Pero no lo dejaría ir sin una pequeña venganza
Esa misma noche, Lucía se registró en la misma web, lo encontró y empezó a charlar. Usó una foto retocada de internet, segura de que Alejandro caería. Y cayó.
Las mensajes fueron intensos. Él decía que no estaba casado, que buscaba algo serio, hasta hijos. Alardeaba de su gran carácter, lo que hacía reír a Lucía entre lágrimas. Ella sabía bien lo difícil que era convivir con él.
Quedemos escribió, esperando su respuesta con ansia.
¡Genial! respondió él al instante. Pero mi hermana está en mi casa, estudiando para exámenes. Podemos vernos en un sitio neutral y luego ir a un hotel.
¿En serio? susurró Lucía. ¿Tan seguro estás de que una mujer aceptaría eso? Cualquiera se ofendería. Pero mejor para mis planes
¿Por qué no vienes a mi casa? Vivo en una casita en las afueras, sola. Nadie nos molestará ¿Aceptará?, pensó.
¡Perfecto! Alejandro se mostró encantado. Seguro, por ahorrarse dinero. Pásame la dirección y la hora. Iré rápido, en alas del amor.
Calle *** 25, a las diez de la noche. ¿Te va?
¡Claro! Espérame.
A las nueve, Alejandro fingió una urgencia en el trabajo. No encontró las llaves del coche y, con fastidio, preguntó a su mujer si las había visto.
Estaban en la mesa dijo Lucía con inocencia, apretando las llaves en su bolsillo. Quizá el gato las escondió.
Pero Lucía no pensaba esperarlo. Aprovechó para recoger sus cosas. Afortunadamente, tenía un piso heredado de su abuela. Solo dejó sobre la mesa una cosa: la demanda de divorcio.
Alejandro regresó a la mañana siguiente, furioso. No solo el viaje le tomó más de una hora, sino que la tal “Sofía” del chat no apareció.
La dirección existía, la casa también. Pero quien abrió la puerta no fue la mujer de la foto, sino alguien el doble de grande que él, en bata transparente. Alejandro habría pagado lo que fuera por borrar esa imagen.
¡Fue una batalla escapar! Llamó un taxi y esperó helado, con solo una chaqueta. Encima, el conductor lo llevó por sitios extraños antes de volver. Fue una noche movida.
Al llegar a casa y ver los papeles del divorcio, entendió todo. Al lado, escrito con pintalabios rojo, decía:
*Esta dulce venganza*
**Moraleja:** El engaño siempre vuelve, y a veces, quien menos lo espera lo recibe doblemente. La honestidad no solo evita el dolor, sino que salva el respeto propio.






