**Querida, ¿qué significa eso de divorcio? ¡Si tienes cáncer en etapa 4! ¿Y el apartamento? ¡No podré heredarlo!** gritaba el marido, histérico.
Elena limpió lentamente el espejo empañado del baño y se quedó mirando su reflejo. Sus rasgos, antes suaves, ahora parecían afilados y angulosos. Sus mejillas estaban hundidas y sus ojos habían perdido el brillo de antes, volviéndose opacos y sin vida. La enfermedad la transformaba sin piedad, como borrando los rastros de su pasado. *«Tengo que llamar a Katia»*, pensó. Su sobrina debía saber la verdad, aunque fuera doloroso para ambas.
Desde la sala llegaban los sonidos apagados de un partido de fútbol. Pablo, como siempre, estaba tirado en el sofá con los pies sobre la mesa, probablemente rodeado de migajas de sus patatas fritas. Elena suspiró, sintiendo el peso invisible sobre sus hombros, y cerró los ojos, buscando un respiro de la realidad.
Ese apartamento era el símbolo de años de esfuerzo. Lo había comprado mucho antes de conocer a Pablo, pagando la hipoteca durante cinco largos años. Trabajó en dos empleos, privándose de lo básico, ahorrando hasta en lo más mínimo: comía lo más barato, evitaba gastos innecesarios, llegaba a casa pasada la medianoche solo para volver al trabajo al amanecer. Cuando pagó la última cuota, no pudo contener las lágrimas. Esas paredes guardaban sus noches en vela, su trabajo incansable. Sabía que lo había ganado con su vida, y ese lugar era más que un simple hogar.
Conoció a Pablo por casualidad años atrás, en una cafetería. La conquistó con su atención y cariño al principio, pero luego todo cambió bruscamente, como si alguien apagara la luz.
**Elena, ¿pagaste el internet? No funciona bien** preguntó él desde la sala.
**Sí, el lunes. Reinicia el router** respondió ella, saliendo del baño.
**Está muy lejos. Hazlo tú, estás cerca** dijo él, perezoso.
Elena no discutió. Reinició el router en silencio. Esos pequeños gestos ya no la molestaban, pero hoy, después del médico, todo cobraba un nuevo sentido.
**«Etapa cuatro»**, dijo el doctor, evitando su mirada. **«Metástasis en hígado y huesos. Hay opciones, pero seamos realistas»**.
Elena asintió, como si hablaran del clima y no de su vida. Siempre había sido práctica. Empezó a planear: testamento, seguros, hablar con Katia. Todo debía estar en orden.
**¿Y la cena?** preguntó Pablo.
**No cociné. Pide algo** respondió ella, sentándose.
**¿Gastar otra vez? Tienes día libre, podrías cocinar** refunfuñó él.
Elena no respondió. Pablo creía que ganar dinero era su obligación. Él se conformaba con trabajos temporales o sueños que nunca cumplía. Al principio, ella no le dio importancia, acostumbrada a valerse por sí misma. Pero con el tiempo, entendió que él no solo era perezoso: creía que su papel era “encontrarse a sí mismo” mientras ella lo mantenía.
**Hoy fui al médico** dijo Elena, mirándolo.
**Mmm** murmuró él, sin apartar los ojos de la pantalla.
**Tengo cáncer**.
Pablo se giró, confundido.
**¿Qué?**
**Cáncer, Pablo. Etapa cuatro**.
Él dejó el control y se enderezó, impactado.
**¿Etapa cuatro? ¿Se puede tratar?**
**Pueden intentarlo, pero las posibilidades son bajas. El médico habla de meses**.
Pablo parpadeó, pasándose una mano por el pelo.
**La medicina está avanzada ¿Y si probamos algo experimental? ¿O en el extranjero?**
**Es caro** observó ella su reacción.
**Pero tienes seguro, ¿no? Y ahorros** dijo él, poniéndose nervioso.
Ahí estaba. Ni siquiera ahora, frente a su enfermedad, su primera preocupación era el dinero. No cómo apoyarla, sino cómo financiar el tratamiento.
**Sí, tengo ahorros** asintió Elena.
**Entonces nos tratamos. Todo saldrá bien** dijo él con falsa energía, abrazándola rápido, como si temiera contagiarse. **«Tengo que irme, una reunión con Dima. Cuídate»**.
La puerta se cerró antes de que ella respondiera.
Una semana después, Pablo llegaba tarde, oliendo a perfume ajeno, ocultando su teléfono. Elena no decía nada. ¿Para qué? Pero una noche, lo escuchó en el balcón:
**Sí, pronto terminará. El médico dijo que no durará Sí, la herencia será mía. El apartamento, los ahorros Todo**.
Elena se quedó inmóvil. Así que así era. Ya planeaba su futuro sin ella, repartiendo lo que ella había ganado con sudor.
Por la mañana, Pablo anunció que se iba a una cabaña con un amigo. **«Necesito aire»**, dijo. Elena asintió en silencio. Dentro de ella, un plan frío y preciso tomaba forma.
En cuanto él se fue, llamó a Katia.
**Ven, necesitamos hablar**.
Katia llegó en una hora. Al saber la noticia, lloró, pero se contuvo.
**¿Qué puedo hacer?**
**Necesito hacer testamento. Todo será tuyo**.
**¿Y el tío Pablo?**
**Ya está repartiendo mi patrimonio** respondió Elena con amargura.
Ese mismo día fueron al notario. Todo quedaría en manos de Katia. Luego, Elena solicitó el divorcio en línea. Sin divisiones, sin peleas. Solo el fin de una farsa.
Al regresar, sintió un alivio enorme, como si soltara un peso que llevaba años cargando. Esa noche hasta cocinó y vio su serie favorita.
Pablo volvió tres días después, renovado. Una notificación del divorcio apareció en su teléfono. Al principio pensó que era spam.
**¡Elena! ¿Qué es esto?** gritó al entrar.
Silencio. Revisó el portal: solicitud de divorcio, presentada por Elena. Estado: en trámite.
**¿Qué broma es esta?** murmuró, bebiendo una cerveza.
Llamó a Elena. No respondió. Otro mensaje aclaró que no habría división de bienes, pues no eran gananciales.
**¿Cómo que no?** sintió pánico.
Abrió el armario: la mitad de las cosas de Elena habían desaparecido. Su cosmética, las fotos de sus padres. Trató de llamarla sin éxito.
Cerca de la medianoche, una llave giró en la cerradura.
**¡Al fin! ¿Dónde estabas? ¿Qué pasa con el divorcio?**
Elena entró calmada.
**Me mudé con Katia. Vine por lo que faltaba**.
**¿Por qué? ¡Estás enferma, necesitas cuidado!**
**¿En serio?** lo miró fijamente. **¿Antes o después de decirle a tu amante que pronto moriré y heredarás todo?**
Pablo palideció.
**¿De qué hablas?**
**Te escuché en el balcón**.
Él balbuceó excusas, pero ella cortó:
**Por eso el divorcio. El apartamento es mío, lo compré antes de casarnos. No pierdes nada, porque nunca tuviste nada**.
Pablo se aferró al marco de la puerta, como si el suelo desapareciera.
**¡¿Divorcio?! ¡Tienes etapa 4! ¿Y el apartamento? ¡No lo heredaré!**
Elena lo miró con tristeza y alivio.
**Al fin hablas con sinceridad. Nunca me hablaste de amor como ahora del apartCon una última mirada fría, Elena cerró la puerta tras de sí para siempre, dejando atrás no solo a Pablo, sino también el peso de una vida que ya no era la suya.