**Irse o quedarse**
María abrió la puerta y se sorprendió al ver a su hija Lucía acompañada de un chico desconocido, que le sonreía amablemente.
—Hola, mamá, te presento a Raúl— dijo Lucía rápidamente, empujándolo hacia adelante—. Decidí que ya era hora de que os conocierais. ¿Papá no está en casa? Pasa, Raúl, no te cortes, mis padres son geniales.
—Buenas tardes— saludó él con timidez, entrando en la sala.
María le sonrió para animarlo y asintió.
—Mamá, perdona que lleguemos sin avisar, pero solo tomaremos un té y luego iremos al cine— explicó Lucía, hablando sin parar.
Raúl se comportaba con educación, sonriendo con modestia pero participando en la conversación.
—Mamá, ¿dónde está papá? Quería que conociera a Raúl.
—¿Dónde va a estar? En el garaje, como siempre. Dijo que tenía que aspirar y lavar el coche por dentro. Ya sabes que no quiere llevar el coche al lavadero; todo lo hace él— respondió María.
Poco después, Lucía y Raúl se despidieron, y él agradeció con cortesía antes de marcharse.
—Qué educado y bien criado— pensó María mientras cerraba la puerta.
Lucía estaba en segundo año de universidad, ya era una mujer. María casi no se había dado cuenta de cómo había crecido. Ahora su hija le hacía preguntas sobre la vida, buscando consejos: cómo actuar, qué decisión tomar, esperando que su madre le diera alguna orientación.
A veces, María le aconsejaba, pero en otras ocasiones respondía:
—Hija, no tengo una respuesta concreta para eso, y nunca la tendré. No hay decisiones perfectas. A veces la vida nos pone trampas, como queriendo enseñarnos que todo tiene su momento.
Cada uno tiene su propio destino, y la vida actúa a su manera. María, después de más de veinte años de matrimonio, siempre había estado en una encrucijada. Recordaba perfectamente cuando su amiga Julia le presentó a Javier.
—María, este es Javier, amigo de mi Dani— dijo Julia, acercando a un chico alto y delgado que parecía incómodo y algo perdido—. Trabaja con mi novio, que llevaba tiempo insistiendo en presentarle a alguna amiga. Bueno, allá vosotros— añadió con una sonrisa antes de perderse entre la multitud de bailarines.
La fiesta universitaria estaba en su apogeo. María y Julia estudiaban juntas, y la graduación se acercaba. Julia y Dani planeaban casarse en dos meses. Javier parecía fuera de lugar entre los estudiantes, tímido y torpe, como si no supiera qué hacer con su altura. Miraba alrededor, observando el bullicio juvenil.
—Javier, ¿estás estudiando algo?— preguntó María, rompiendo el hielo.
—No, llevo tres años trabajando como conductor. Antes estuve en el ejército.
—Qué raro— pensó María—, ha hecho la mili y sigue siendo tan delgado. Normalmente los chicos vuelven más fuertes. Tenía el ejemplo de su hermano mayor.
—Dani y yo coincidimos en el servicio y desde entonces somos amigos. Después nos colocamos juntos. Yo solo estudié hasta el instituto. ¿Vosotras estudiáis aquí?
Le sonrió con una sonrisa juvenil y encantadora que la hizo corresponder, aunque no quería darle falsas esperanzas. No le gustaba. Así fue su primer encuentro. Si alguien le hubiera dicho entonces que sería su futuro marido, se habría reído.
Pero como dicen, no se puede huir del destino. La vida sería aburrida si supiéramos de antemano dónde y con quién estaríamos al año siguiente. Cada vez que Javier la invitaba a salir, María pensaba que sería la última vez. Pero el tiempo pasaba, y ella no encontraba el valor para rechazarlo. Por un lado, le daba pena aquel chico humilde y bueno; por otro, no había ningún otro hombre en su vida que le interesara de verdad.
—María, ¿cómo van las cosas con Javier?— preguntaba Julia.
—Normal, ni yo misma lo entiendo— respondía con indiferencia.
Hasta fueron padrinos en la boda de Julia y Dani. María ya se había graduado y tenía trabajo. Seguían saliendo, y aunque al principio lo hacía por costumbre, poco a poco entendió que Javier era sincero. Decidió pedirle consejo a su madre.
—Mamá, ya conoces a Javier. No sé qué hacer. Habla de casarse, y yo no sé qué responder. Solo sé que es trabajador, cariñoso y responsable, aunque no es culto ni le gusta leer.
—Hija, no le des tantas vueltas. ¿Qué más da que no lea libros? Es fiel y te mira con adoración— decía su madre—. Con el tiempo, esas diferencias no importarán.
Llegó el día en que Javier, nervioso y ruborizado, le pidió matrimonio, sin estar seguro de su respuesta.
—María, esto es para ti— dijo, sacando un anillo de su bolsillo—. Quiero que seas mi esposa. ¿Aceptas?
María observó el anillo en silencio, pero al fin sonrió y dijo:
—Acepto. ¿Y los flores?— tomó el anillo y se lo puso.
—¡Se me olvidaron! Para mí lo importante era el anillo y tu respuesta. Te prometo que te traeré flores.
Más tarde, María reflexionaba:
—Es raro que al final me casara con Javier. Es un chico normal al que nunca tomé en serio.
Quizá influyó que todas sus amigas ya se habían casado, y a ella no le gustaba la idea de quedarse sola. Aunque era guapa—un poco rellena, pero eso no le restaba atractivo—, no se sentía segura de sí misma.
Con el tiempo, formaron una familia. Como todas, acumularon rutinas, parientes y problemas, que Javier siempre resolvía. Pero cuanta más vida compartían, más notaba María el abismo que los separaba.
En la cena solo hablaban de asuntos domésticos. A ella no le interesaba comentar películas o exposiciones con él. Ni siquiera coincidían en qué programa ver o qué hacer los fines de semana. María llevaba la voz cantante, y él asentía.
—Javier, deja de ver dibujos animados, no eres un niño— le decía, y él solo sonreía.
—¿Acaso los dibujos son solo para niños?
María pensaba que le faltaba educación y refinamiento. Le enseñaba cómo comportarse en sociedad, cómo usar los cubiertos, temiendo que hiciera el ridículo cuando los invitaban a alguna parte.
Todo cambió cuando tuvo que ir sola a una cena de gala en su trabajo, donde le entregarían un premio por su desempeño.
Javier estaba enfermo, con fiebre y dolor de garganta.
—María, lo siento, ve tú sola. No me encuentro bien— dijo, sabiendo que ella podría cancelar por su culpa.
—Está bien, Javier. No me quedaré hasta tarde— prometió ella.
Sentada en el banquete, de pronto pensó:
—Menos mal que Javier no vino. Estoy contenta. No tendré que estar tensa, esperando que diga algo inapropiado y tenga que avergonzarme por él. Tal vez debería cambiar algo.
Regresó temprano, y Javier se alegró. Decidió hablar con él cuando se recuperara. Pero dos días después, descubrió que estaba embarazada.
—Va a tener un bebé— le dijo la doctora—. ¿Quiere seguir adelante?
—Sí, claro— respondió María, aunque estaba confundida; no lo había planeado.
Al decírselo a Javier, él se emocionó muchísimo.
—María, ¡qué alegría! Te cuidaré y protegeré más que nunca— ya la consentía en exceso.
Los años pasaron, y su hija creció. María sabía que un niño debía crecer en una familia completa, pero a la vez deseaba irse. Aplazó el divorcio. Luc