¿Qué opinan? Llegaron los parientes de mi suegra dos semanas antes de Pascua y parece que no piensan irse.

Pues, ¿qué os parece? Llegaron los parientes de mi suegra, Carmen Martínez, dos semanas antes de Semana Santa, y por lo visto, no tienen ninguna intención de irse.

Yo, Sofía, ya no sé si reír o llorar. Estos invitados son todo un regalito, y parece que han decidido convertir nuestra casa en su hotel personal. Y Carmen, en lugar de ponerles límites, no hace más que asentir y servirles empanadas. Ni hablar de mi marido, Javier, que finge que esto no es asunto suyo. Así que he decidido contároslo, porque me muero de curiosidad por saber quién perderá la paciencia antes, ¿yo o ellos?

Todo empezó una mañana cuando me desperté por el ruido en la cocina. Pensé: “¿Habrá decidido Javier hacerme un desayuno sorpresa?” ¡Ja, claro! Entro y me encuentro con toda una comitiva: la tía Rosario, su marido Antonio y su hija Lucía, venidos de un pueblecito perdido donde, según sus historias, la vida es más aburrida que en nuestro frigorífico. Vinieron “para Semana Santa”, pero al parecer creen que las fiestas empiezan quince días antes. Carmen, radiante como un sol, ya cocinaba un cocido para ellos. “Sofi, ¡son familia! —me dice—. ¡Hay que recibirlos como se merecen!” Miro las maletas en el pasillo y me doy cuenta: esto va para largo.

La tía Rosario habla más fuerte que una megafonía. Nada más entrar, se puso a quejarse de que en su pueblo todo es carísimo y que aquí somos unos privilegiados. Y acto seguido, empezó a inspeccionar la casa. “Ay, Sofía, ¿por qué tienes las cortinas tan polvorientas? ¿Y esto del sofá, qué mancha es esta?” —pregunta mientras rebusca en el armario como si fuera a evaluar mi forma de doblar la ropa. Apreté los dientes y me callé, pero dentro estaba que echaba chispas. Antonio, su marido, es todo lo contrario: callado como una tumba. Se pasa el día en el salón, viendo la tele y pidiendo que le pongamos “el canal de la pesca”. Y Lucía, su hija de veinte años, vive pegada al móvil pero se zampa la mitad de la comida. Una vez entré en la cocina y se estaba terminando mi yogur favorito. “¡Ay, pensé que era de todos!” —dijo. ¡Claro, de todos… menos de ti, Lu!

Carmen, en vez de insinuarles que ya es hora de marcharse, no hace más que sacar más platos. Cada día cocina como si fuera Navidad: cocido, tortilla, croquetas, churros… Y ellos, obviamente, encantados. “Carmen, ¡eres nuestra santa de la cocina!” —arrulla la tía Rosario mientras repite plato. Intenté hablar con mi suegra: “Carmen, ¿no crees que los estás mimando demasiado?” Pero solo levantó las manos: “Sofía, ¿cómo puedes? ¡Es la familia! ¡Vienen una vez cada siglo!” Sí, y parece que planean quedarse otro siglo más.

Javier, mi marido, es el campeón de la neutralidad. Le digo: “Javi, habla con tu madre, que les diga que es hora de irse”. Y él: “Sofi, aguanta, son invitados”. ¿Invitados? ¡Esto parece un albergue! Ahora hasta voy al baño con horario porque Lucía se pasa horas haciéndose selfies. Y ayer la tía Rosaria se ofreció a “ayudar a limpiar” y me dejó mi sartén favorita hecha un desastre. “¡Pensé que así quedaría mejor!” —dijo. Mejor para el cubo de la basura, sí.

Lo más gracioso es que hasta hacen planes. La tía Rosario anunció que quiere quedarse hasta las fiestas de mayo para “ver cómo hacemos la barbacoa”. Antonio sueña con ir a pescar con Javier, y Lucía pide que la llevemos al centro comercial porque en su pueblo “no hay ropa decente”. Yo me pregunto: ¿algún día se irán? Y lo más importante: ¿cómo voy a aguantar hasta entonces sin volverme loca?

Ya empiezo a idear planes para echarlos. ¿Decir que haremos obras? ¿O que nos vamos de vacaciones? Pero Carmen parece encantada con esta invasión. Ayer propuso organizar una gran cena de Pascua e invitar a los vecinos. “¡Que vean lo unidos que somos!” —dijo. Unidos, sí… pero yo ya me siento como una extraña en mi propia casa.

Lo único que me salva es el humor. Por las noches, cuando todos duermen, me tomo un té y me imagino escribiendo un libro titulado *Cómo sobrevivir a una invasión familiar*. Tendría capítulos sobre esconder comida, sonreír cuando dan ganas de gritar y no estrangular a la suegra por su hospitalidad. En serio, sé que esto es temporal. Se irán, y la casa volverá a ser nuestra. Pero de momento, solo cuento los días hasta Semana Santa y rezo para que la tía Rosario no decida quedarse hasta el verano.

¿Alguien más tiene familiares así? ¿Cómo los soportáis? Porque yo estoy al límite, pero no pienso rendirme. Quizá para Pascua me convierta en una maestra zen. O al menos aprenderé a esconder los yogures donde Lucía no los encuentre.

Al final, esto me enseña algo: la familia es como el tiempo. A veces trae tormentas, pero siempre, tarde o temprano, vuelve a brillar el sol. Lo importante es no perder la paciencia… y tener un buen escondite para los yogures.

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MagistrUm
¿Qué opinan? Llegaron los parientes de mi suegra dos semanas antes de Pascua y parece que no piensan irse.