**Diario de un hombre cansado**
*¿Qué estás haciendo? ¿Adónde vas? ¿Y quién preparará la comida? ¡Alguien tiene que hacerlo!* gritó el hombre, furioso, al ver lo que Antonia hacía después de discutir con su madre.
Antonia miró por la ventana. Nubes grises, aunque ya era primavera. En su pequeño pueblo del norte de España, casi nunca hacía sol. Quizá por eso la gente parecía siempre hosca y fría.
Ella misma notaba que ya no sonreía, y el ceño fruncido le añadía diez años a su rostro.
¡Mamá! Voy a dar una vuelta anunció su hija, Lucía.
Ajá asintió Antonia.
¿Qué es eso de “ajá”? Dame dinero.
¿Ahora los paseos no son gratis? suspiró la mujer.
¡Mamá! ¿Por qué siempre preguntas? se quejó la joven. ¡Venga, rápido! ¿Tan poco es esto?
Te alcanzará para un helado.
Tacaña murmuró Lucía, pero su madre ya no la escuchó. La puerta se cerró de golpe.
*No me lo creo* meneó la cabeza Antonia, recordando lo dulce que era Lucía antes de la adolescencia.
Toni, ¡me rugen las tripas! ¿Cuánto falta? gritó su marido, Tomás.
Cómetelo tú respondió ella, dejando el plato en la mesa.
¿No me lo traes?
Antonia casi tira la olla. *¿En qué mundo vive?*
Se come en la cocina, Tomás. Si quieres, comes; si no, allá tú dijo, sentándose sola.
Quince minutos después, Tomás entró.
Está frío ¡qué asco!
Lo dejé más tiempo.
¡Te lo pedí! Ni una pizca de amor, ni de cuidado. ¡Sabes que estoy viendo el fútbol! se quejó, devorando el pollo. No está bueno.
Antonia solo puso los ojos en blanco. El fútbol lo había cambiado. Apuestas, camisetas, entradas caras cuando de joven ni siquiera le interesaba el deporte.
Sin sentarse, Tomás agarró una lata de cerveza, unas patatas “del mercadillo” y volvió al televisor. Y Toni se quedó limpiando los platos.
*Para qué me esfuerzo. Nadie lo valora.*
Llegaba agotada del hospital, donde trabajaba como enfermera jefe. Pacientes estresados, familias exigentes y en casa, otra jornada. Cocinar, limpiar, servir.
¿Queda más? Tomás rebuscó en la nevera. ¿Por qué no hay?
¡Te lo has bebido todo! ¿También tengo que comprarlo yo? ¡Ten un poco de vergüenza! explotó Antonia.
Menuda exagerada refunfuñó él, cerrando la puerta con furia para ir a reponer “las reservas” antes del siguiente partido.
Antonia decidió acostarse, pero no podía dormir. ¿Dónde estaría Lucía? Ya era de noche. No se atrevía a llamarla; su hija siempre le gritaba:
¡Me avergüenzas delante de mis amigos! ¡Deja de molestarme!
Así que dejó de hacerlo. Lucía tenía 18, no quería estudiar ni trabajar. “Necesita tiempo para encontrarse a sí misma”, se repetía.
Cuando por fin se dormía, los gritos de Tomás la despertaron. Había marcado gol. Luego llegó el vecino, Pepe, y luego la novia de Pepe. Los tres “animaban” al equipo. Más tarde, Lucía volvió, golpeó los platos y se fue a su cuarto. Cuando por fin hubo silencio, el gato maulló pidiendo comida.
¡¿Nadie más en esta casa puede darle de comer?! gritó Antonia, con migraña y sin dormir.
Pero Lucía llevaba auriculares y Tomás roncaba frente al televisor, una lata en la mano.
*Estoy harta ¡Estoy hasta el moño!*
Al día siguiente, la despertó su suegra.
Antonia, cariño, ¿te acuerdas de que hay que plantar el huerto? Y hay que ir al pueblo a arreglar cosas.
Sí, me acuerdo suspiró.
Pues mañana vamos.
Su único domingo libre lo pasó trabajando en la casa rural, bajo las órdenes de su suegra.
¡Así no se barre! ¡Hay que agarrar la escoba de otra manera! criticaba ella desde el banco.
Casi tengo cincuenta años, Vera, puedo hacerlo sola se atrevió a contestar Antonia.
Y Tomás
¿Dónde está Tomás? ¿Por qué no vino él? ¿Por qué no trajo a su madre? ¿Por qué viajamos tres horas en autobús? ¡Y usted solo habla de él!
Él está cansado.
¿Y yo no?
Entonces estalló. Antonia se arrepintió al instante. Vera era una mujer de lengua afilada y muy de “su verdad”. Pero su verdad solo incluía a Tomás. Toda la vida lo había consentido, mientras Antonia era la sirvienta que aguantaba por caridad.
Volvieron en extremos opuestos del autobús. Al día siguiente, Vera se quejó con su hijo, y él estalló.
¿Cómo te atreves a contestarle a mi madre? rugió Tomás. Si no fuera por ella
¿Qué? cruzó los brazos Antonia. Ya no podía más.
¡Tú estarías en un ambulatorio! sacó su mejor carta, recordando que Vera la había colocado en el hospital comarcal. Mejor sueldo, pero a cambio de nervios y canas.
¿Adónde vas?
Tomás se quedó helado al ver lo que hizo Antonia.
*Nunca lo habría imaginado.*
**Lección del día:** Hay un límite para todo. Incluso para la paciencia.





