«¡Qué descarada! Tú no tienes hijos, y yo soy madre!» — Cómo mi cuñada hizo un escándalo en mi fiesta de cumpleaños para no devolver la deuda

**Diario personal – 30 de mayo**

Hoy cumplí treinta y cinco años. Había planeado una celebración sencilla, sin demasiado alboroto. Pero la vida, como siempre, tiene su manera de convertir cualquier fecha en un drama. Un mes antes del evento, recibí una llamada de Lucía —la hermana de mi marido—, con quien nunca he tenido buena relación.

—¿Dónde piensas celebrar tu cumpleaños? —preguntó, como si ya estuviera preparando las maletas.

—Aún no lo he decidido —contesté, incómoda. Era pronto para hablar de eso, sobre todo conociendo sus mañas.

—Ah, entonces tienes dinero. Préstame mil euros a mí y a Sergio. Lo necesitamos urgentemente, te lo devolveremos en dos semanas —suplicó con esa voz lastimera que siempre me pone los pelos de punta.

No me gusta prestar dinero, menos aún a gente como Lucía. Desde que la conozco, siempre ha tenido algún pretexto: los niños, el piso, algún electrodoméstico roto. Siempre me he negado, con educación pero firmeza. Hasta ahora.

—Los niños están enfermos, necesitan medicinas —dijo, rematando con el argumento clave.

Cedí. Le transferí el dinero. Pasaron dos semanas, luego un mes… silencio. Decidí recordárselo en mi cumpleaños.

Celebramos en un pequeño restaurante de Madrid. Los invitados reían, brindaban… pero yo no podía relajarme. Lucía y su marido llegaron puntuales, charlando y comiendo como si nada hubiera pasado.

—Le presté mil euros a tu hermana para medicinas. Prometió devolverlos en quince días —le susurré a mi marido, notando mi tensión.

—No lo hará —respondió, sin inmutarse—. A mí me debe quinientos desde hace años. Ya la conozco.

Aun así, quise hablar con ella.

—Lucía, gracias por venir. Quería comentarte algo… —empecé, con cuidado.

—¡Todo está delicioso! —me interrumpió, besándome en la mejilla—. ¿Me pasas la receta de la ensalada?

—Es por lo otro. Hace un mes me pediste dinero…

Ella se echó a reír:

—¿Mil euros? ¿Cuándo fue eso? Tú nunca me prestas. ¿Te lo has inventado?

—Te hice una transferencia. Puedo enseñarte el comprobante —dije, sintiendo cómo me ardía la cara.

Lucía palideció, pero se recuperó rápido.

—Ah, sí… Lo había olvidado. No guardo recuerdos inútiles —murmuró, cruzando los brazos.

—Prometiste devolverlo. Ya ha pasado un mes…

Entonces estalló.

—¡¿No tienes vergüenza?! —gritó, llamando la atención de todos—. ¡Mis hijos estaban enfermos y tú me exiges dinero! Claro, tú no lo entiendes, ¡no tienes hijos!

Me quedé helada. Ella siguió atacando.

—¡Además, te compramos un regalo! Lo dejamos en casa, pero costó mil euros. Así que estamos en paz. ¡No pensé que serías tan tacaña!

—Nadie me ha dado ningún regalo —murmuré, aturdida.

—¡Se nos olvidó! Pero existe —rugió—. ¡Sergio, vámonos! ¡Aquí no nos respetan!

Su marido terminó su filete, se limpió la boca con la manga y la siguió en silencio.

Mi suegra, Carmen, me tomó del brazo y me apartó.

—Tú tienes la culpa por prestarle. Yo nunca le doy dinero a mi hija. Y si lo hago, sé que no lo veré de vuelta. Tus mil euros se convirtieron en el collar que llevaba hoy.

Se me cortó la respiración.

—Y no te compraron ningún regalo. Da gracias de que no pagaste con tu salud. Tómalo como lección —dijo, guiñándome un ojo.

Lucía dejó de hablarnos. Ocho meses después, me llamó ofendida porque no la felicité.

—Creí que al menos me haríais un ingreso —reprochó.

—¿No te llegó nada? —respondió mi marido—. Revisa octubre del año pasado. Mil euros.

—¡Qué gracioso! —bufó antes de colgar.

No volvimos a hablar. Nos vimos cinco años después, en el funeral de Carmen. Vendimos su piso, repartimos el dinero… y desde entonces, ninguno ha vuelto a llamar. Y, la verdad, se respira mejor así.

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«¡Qué descarada! Tú no tienes hijos, y yo soy madre!» — Cómo mi cuñada hizo un escándalo en mi fiesta de cumpleaños para no devolver la deuda