El aire en la cocina vibraba como una cuerda tensa aquella tarde. Andrés abrió la nevera, sacó una botella de horchata y, evitando la mirada de Marta, murmuró:
—Lucía me ha dicho que te niegas a poner dinero para el restaurante.
Ella contuvo la respiración.
—¿Negarme? ¿Eso es lo que ha contado? —Se levantó de la silla, conteniendo las manos temblorosas—. ¿Acaso he rechazado algo? Ni siquiera estaba al corriente hasta que llamó para soltarme el hecho consumado.
Él se volvió frunciendo el ceño.
—Vamos, no es para ella. Mamá solo cumple setenta años una vez.
—¿Y te parece bien que decida por nosotros? ¡Cuatrocientos euros, Andrés! —Marta apretó los puños bajo la mesa—. ¿Es normal esto?
Andrés encogió los hombros.
—Es nuestra madre. Lucía ha hecho un esfuerzo organizándolo todo.
—¡Claro, un esfuerzo… con nuestra cuenta! —Ella resopló—. Qué cómodo ser generosa con dinero ajeno. ¿Hablamos de las veces que te pidió para el coche? ¿Te ha devuelto algo?
Él apartó la vista, sirviéndose un vaso.
—No dramatices. Solo quería ayudar.
—¿Ayudar a quién? ¿A mamá o a su ego? —Marta bajó la voz al oír ruido en el cuarto del niño—. Cada mes es lo mismo: préstamos, favores, y después desaparece como si nada.
La discusión se estancó. Andrés murmuró algo ininteligible y se marchó, dejándola con la garganta cerrada y la certeza de que algo se había roto.
***
Al día siguiente, la llamada de Lucía llegó con falsa dulzura:
—Martita, ¿me prestarías tu tarjeta un par de días? Es para un proyecto con mi vecina…
—¿Mi tarjeta? —La voz de Marta se volvió glacial—. No.
—¡Pero si te lo devolveré todo! ¿Desconfías de mí?
—Basta, Lucía. Adiós.
Colgó sintiendo alivio y rabia. Esa noche, cuando Andrés llegó del trabajo, el reproche fue inmediato:
—¿Cómo pudiste negarle ayuda? ¡Es familia!
—¿Familia? —Marta rio sin humor—. ¿Acaso pedir mi tarjera sin consultar es de familia?
***
La reunión familiar en casa de la abuela Pilar fue el escenario elegido. Entre platos de paella y risas forzadas, Lucía alardeaba de su «tienda online». Marta esperó el silencio perfecto.
—Dime, Lucía —interrumpió con calma calculada—, ¿también financiarás tu proyecto con tarjetas ajenas?
Los cubiertos dejaron de sonar.
—¿Qué insinúas? —La sonrisa de Lucía tembló.
—Que pediste mi tarjeta. Y que aún debes los trescientos euros del taller.
Los primos intercambiaron miradas. Lucía se levantó, derramando la sangría.
—¡Siempre envidiaste mi iniciativa!
—¿Envidiar que explotas a la familia? —Marta sostuvo su mirada—. Basta de mentiras.
Andrés intentó intervenir, pero ella alzó la mano.
—No más excusas.
Lucía huyó lloriqueando. Andrés la siguió, evitando los ojos de Marta. Esa noche, él no regresó. El mensaje en su móvil rezaba: «Necesito espacio».
Sentada en el sofá, Marta sabía que había ganado… pero el sabor era amargo. La verdad, al fin expuesta, había dejado cicatrices en lugar de alivio.