“Esta puerta no es para ti”: una historia de amor, traición y herencia
Carmen ya se disponía a acostarse cuando un golpe inesperado resonó en la puerta. Con desgana, se envolvió en su bata y entreabrió la entrada. Allí estaba él—su exmarido, Javier.
—¿Tú?—exhaló con sorpresa, entrecerrando los ojos—. ¿Qué quieres?
—Necesito hablar contigo. ¿Puedo pasar?—dijo con una sonrisa falsa—. Al fin y al cabo, no soy un desconocido aquí.
Carmen cedió con reticencia. Javier entró, avanzó hasta el salón y se sentó en el sofá, escrutando el lugar.
—Veo que nada ha cambiado—murmuró—. Ni una reforma, ni un toque de calidez. Como si el tiempo se hubiera detenido.
—A mí me basta. ¿Has venido a inspeccionar? ¿O acaso a patrocinar pintura y yeso?
Hacía tiempo que no temía ser directa con él. Antes, aguantaba, suavizaba los conflictos, callaba ante sus puyas. Pero ahora… ¿para qué? Eran extraños, cuando no enemigos. Y su hija, Lucía, ya era adulta—vivía su vida y apenas hablaba con ellos.
—Huele bien—cambió de tema de repente Javier—. ¿Preparando la cena? ¿Me invitas?
Carmen esbozó una sonrisa fría. Sabía que hacía unos meses se había separado de su nueva esposa—esa tal Claudia, por la que había abandonado a su familia año y medio atrás.
Aquella noche aún la atormentaba. Javier llegó del trabajo, empezó a empacar en silencio.
—Se acabó, me voy—soltó—. Llevo tiempo acostándome con otra. Lo sabías, solo fingías no verlo. Estoy harto.
Carmen se quedó petrificada, incrédula. Pero lo sabía. Claudia, la becaria de veinte años de su oficina, le había embaucado. Su mejor amiga, que trabajaba en la misma empresa, se lo había contado todo. Pero Carmen, ahogando su orgullo, decidió no destruir la familia por un capricho. Pensó que se le pasaría. No se le pasó.
Javier se fue, alquiló un piso y solicitó el divorcio. Como “hombre honorable”, renunció a su parte del piso compartido.
—Quédate aquí con Lucía. No quiero nada—dijo entonces.
Carmen lloró noches enteras. Intentó convencerle de volver. Pero él fue frío y arrogante.
—Por fin estoy enamorado—respondía—. Esto es real. Lo nuestro era vacío.
En esos días oscuros, solo su suegra, Pilar, la apoyó. Ya estaba enferma, y Carmen la cuidó como pudo: médicos, casa, farmacias. Javier apenas aparecía—tenía “su nueva vida”.
Pilar se puso de su lado. Decepcionada de su hijo, no quería verle. Y luego, murió. Carmen estuvo allí hasta el último suspiro, organizó el funeral. Javier solo apareció para el adiós.
Dos semanas después, supo del testamento. Su madre había dejado el piso… no a él, sino a Carmen.
—¡Te ganaste su confianza! ¡Servil, hipócrita! ¡Actriz!—gritó Javier.
Carmen guardó silencio. La decisión fue de Pilar. Ella no pidió ni exigió nada. Solo estuvo ahí. Y ahora, el resultado.
—¿Por qué has venido?—volvió al presente, viendo a Javier revolver en sus recuerdos, sentado en su salón.
—A hablar—respondió él, jovial—. De propiedades.
Todo quedó claro. Ni disculpas, ni remordimientos, ni preguntas por Lucía. Solo metros cuadrados y su comodidad. Siempre lo mismo: él primero.
—Te dije que podías vivir en el piso de Pilar todo el tiempo que necesitaras. No pienso venderlo.
—¡No me sirve!—frunció el ceño—. No quiero vivir como un invitado. Necesito un hogar propio.
—Pues cómpralo. Nadie te lo impide—respondió Carmen con calma.
—Lo haré—sonrió con sorna—. Pero primero vendemos—Venderemos este piso y lo repartiremos a medias.
Carmen alzó la mirada con lentitud:
—No será posible, Javier. Este piso es mío. Por donación. Desde hace dos años.
Javier se puso en pie de un salto.
—¿Qué? ¿Una donación? ¡Lo has planeado todo! ¡Eres… tú…!
—Solo soy una mujer que cansó de ser tu segunda opción—lo interrumpió Carmen—. Te fuiste, así que vete. Y no vuelvas. No intentes chantajes ni presiones. Soy libre. Y seré feliz. Sin ti.
Javier se detuvo en el pasillo, se volvió con una sonrisa torcida:
—Pero alguna vez me amaste… Me cantabas esas canciones…
Carmen cerró la puerta tras él y susurró:
—Entonces no sabía lo que era el amor de verdad. Pero ahora lo aprenderé. Todo está por venir.
Y por primera vez en mucho tiempo, respiró aliviada.