Primera impresión

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—Mamá, te presento a Natalia —dijo Javier con un ligero rubor, señalando a la chica que acababa de llegar con él a altas horas de la noche.

—Buenas noches —respondió Carmen, mirando a la inesperada visita con desaprobación—. Qué momento tan oportuno para presentaciones. Cinco minutos para la medianoche…

—Le dije a Javi que era tarde —se apresuró a responder la joven—, pero ¿él escucha? ¡Es tan terco!

«Qué habilidosa —pensó Carmen—. Se justifica ella y lo deja mal a él. No me cae bien.»

—Bueno, pasen —invitó la madre, y sin añadir ni una palabra más, se dirigió a su habitación.

¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Echar a su único hijo en plena noche? ¡Y por culpa de una chica desconocida! ¿Quieren vivir juntos? Pues adelante. Una madre está para proteger a su hijo y abrirle los ojos. Y ella, Carmen, lo haría rápido. Hasta que Javier despachara a su novia sin remordimientos. ¡Incluso se alegraría de haberse librado de ella!

Toda la noche Carmen estuvo despierta, maquinando cómo sacar a Natalia del piso.

No, no estaba en contra de que Javier se casara. El chico ya tenía 30, era hora de formar una familia.

¿Pero con esta?

Primero, era mucho más joven. Eso solo significaba inmadurez.

¿Qué clase de esposa sería? ¿O madre? ¿O ama de casa?

Segundo, su actitud lo decía todo: aparecer en una casa ajena de madrugada, ¡sin siquiera disculparse! Encima, culpó a su propio hijo sin razón…

¡Y encima se quedó a dormir!

¿Era la primera vez que hacía algo así, o era lo normal para ella?

Y tercero. ¡Simplemente no le cayó bien a Carmen!

Y si a ella no le gustaba, a Javier tampoco le duraría el gusto.

¿Para qué perder el tiempo?

No hizo falta ejecutar el plan.

Natalia misma le dio suficientes razones para poner las cosas en su sitio.

La primera señal llegó por la mañana.

Natalia entró a la ducha y tardó casi una hora en salir.

Javier pasó todo ese tiempo dando vueltas por la casa, impaciente y enojado.

—Hijo, ¿qué pasa? —preguntó Carmen con dulzura—. La chica se arregla, quiere gustarte…

—¡Que tengo que ir a trabajar!

—Pues llama a la puerta, explícale que no está sola en casa —sugirió la madre.

—No puedo —respondió Javier—. Ya hablaré con ella luego. Tú, mamá, ¿no llegarás tarde?

—¿Yo? No. Hace rato que estoy lista. Mira, he hecho torrijas. Siéntate a desayunar.

—¡No me he lavado la cara!

—No pasa nada, luego lo harás. Pero ahora, aprovecha el tiempo y come bien. Tienes todo el día por delante.

Javier se sentó a la mesa.

En ese momento, Natalia salió del baño con una toalla en la cabeza.

¡Era la viva imagen del encanto!

—¡Por fin! —exclamó Javier y corrió hacia el espejo empañado…

Se lavó a toda prisa, se afeitó de un tirón, engulló la torrija más pequeña y, al salir disparado, gritó:

—¡Hasta esta noche! Espero que os llevéis bien.

—¡Javier! —lo llamó Natalia—. ¿Hoy no íbamos a buscar mis cosas?

—Esta noche. ¡No te aburras! —contestó su voz desde el rellano.

Carmen se levantó, cerró la puerta tras él, se giró hacia Natalia y preguntó sin rodeos:

—¿No te da vergüenza?

—No —sonrió la chica—, ¿debería?

—¡Javier llegará tarde por tu culpa!

—No llegará. Seguro que coge un taxi. No se preocupe, todo irá bien.

—En cualquier caso, recuerda: no estás sola. Si quieres ducharte una hora por la mañana, levántate antes. Por suerte, hoy no trabajo.

—No volverá a pasar —dijo Natalia con sencillez—. Perdóneme.

Carmen se quedó desconcertada. Esperaba una pelea. Pero esto…

—Vale —murmuró molesta y se dirigió al baño.

Lo primero que vio fue un tubo de pasta de dientes nuevo, abierto, junto al viejo, que aún tenía.

—Natalia, ¿por qué abriste una pasta nueva?

—Me gusta más esta…

—Supongo que traerás la tuya, ¿y tu champú también?

—Claro, Carmen…

—¡Y tus toallas!

—Las traeré.

Por más que Carmen intentó provocar un conflicto, Natalia no le dio pie. Asentía, aceptaba todo y “aprendía” sus futuras obligaciones.

Finalmente, Carmen se cansó de buscar excusas y decidió ir al grano.

—¿Para qué viniste aquí?

—Javier y yo nos queremos…

—¡Cómo no vas a quererlo! Lo que no entiendo es qué ve él en ti.

—No se lo he preguntado…

—¿Y tus padres?

—Mi madre es costurera. Trabaja en una fábrica.

—¿Y tu padre?

—Nunca lo he conocido.

—Ah. Creció sin padre. ¿Y cómo piensas ser una buena esposa para mi hijo?

—Haré lo posible…

—Da igual lo que hagas, chiquilla. No te logrará nada. Mi hijo no te quiere. ¡Solo se lo parece! ¡Yo lo conozco! Y nunca se casará contigo. ¿Para qué? Ya te tiene sin compromiso.

—Él me quiere —tembló la voz de Natalia—. Estoy segura.

—Te equivocas. ¿Crees que eres la primera?

—No lo creo… Pero no importa…

—¿No importa? ¡En una semana se aburrirá de ti! No estás a su altura. ¡Inteligencia! ¿Sabes lo que es eso?

—Lo sé. Pero aquí no viene al caso.

—¿Por qué no?

—Tengo carrera universitaria.

—¿Y qué? En fin, chiquilla, mejor vete a casa. Aquí no pintas nada. Llevo medio día intentándotelo decir, pero no lo entiendes.

—De acuerdo, me iré. ¿Y qué le dirá a Javier? No le hará gracia.

—¡Eso no es asunto tuyo! Vete y no vuelvas. Aquí no te queremos.

Carmen hablaba y se sorprendía a sí misma. ¿Qué le pasaba? Nunca en su vida había dicho ni la mitad de lo que le soltó a Natalia. Las palabras ácidas le brotaban sin control.

¿Y Natalia?

La joven la miraba y lo entendía todo.

¡Su madre simplemente tenía celos! Llevaban menos de un día conociéndose y ya la odiaba. Y esto solo era el principio…

La puerta se abrió: Javier volvió antes de lo esperado.

—¿Tan pronto? —preguntó Carmen, contrariada. Estaba segura de que Natalia se habría ido antes.

—¡Me dejaron salir! —exclamó él, feliz—. Les dije que tenía un asunto familiar. ¿Lo oyes, Natalia? ¡Familiar!

—¿Qué asunto? —gruñó Carmen.

—¡Vamos a registrar el matrimonio y luego a buscar tus cosas! ¡Nati, prepárate!

—¿Registrar? ¿Ya? —Carmen miró a Natalia con recelo—. Pensé que solo iban a vivir juntos.

—Nada de eso. No lo entendiste, mamá. Y no hay tiempo que perder.

—¿Por qué?

—¿Natalia no te lo dijo? Creí que, como buenas chicas, ya habríais hablado de todo.

—Hablamos —respondió Natalia. (Carmen sintió un escalofrío: ahora se quejaría de ella…) ——Simplemente no llegamos a lo más importante —añadió Natalia con una sonrisa cálida mientras tomaba la mano de Javier, y Carmen sintió que el suelo se le movía bajo los pies.

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