Primavera temprana: los primeros destellos de la estación en España

**Primavera Temprana**

Hoy recordé lo especial que fue este comienzo de primavera. La pequeña Lucía, una niña de cuatro años, observaba curiosa al “recién llegado” en su barrio. Era un anciano de pelo cano, sentado en un banco del parque. En su mano sostenía un bastón, apoyándose en él como si fuera un mago de cuento.

Lucía no pudo contenerse y preguntó:

Abuelo, ¿eres un mago?

Al recibir una negativa, su carita se ensombreció un poco.

Entonces, ¿para qué tienes el bastón? siguió indagando.

Me ayuda a caminar, para moverme con más facilidad respondió Javier Montero, presentándose cortésmente.

¿Eres muy viejo, entonces? preguntó la niña, sin filtro.

Para ti, quizás sí. Para mí, no tanto. Solo que me rompí la pierna hace poco, por una mala caída. Así que, por ahora, necesito el bastón.

En ese momento, salió la abuela de Lucía, Rosa Martínez, tomó su mano y la llevó hacia el parque. Saludó con una sonrisa al nuevo vecino, pero la verdadera amistad surgió entre Javier y la niña. Lucía siempre llegaba antes, esperando a su abuela, y aprovechaba para contarle todas las novedades: el tiempo, lo que Rosa había cocinado, o que su amiga del colegio había estado enferma la semana pasada.

Javier, por su parte, nunca dejaba de obsequiar a su pequeña amiga con un buen chocolate. Lo que más le sorprendía era que Lucía, tras dar las gracias, lo partía justo por la mitad, guardando una parte envuelta en el papel en el bolsillo de su chaqueta.

¿No te gustó? ¿Por qué no te lo comes entero? preguntaba Javier, intrigado.

Está riquísimo, pero quiero compartirlo con mi abuela respondía la niña con naturalidad.

El gesto lo conmovió tanto que, la siguiente vez, le dio dos chocolates. Pero, de nuevo, Lucía guardó una mitad.

¿Y ahora para quién es? preguntó Javier, maravillado por su generosidad.

Ahora puedo darle a mamá y a papá. Aunque ellos pueden comprar los suyos, les encanta que les regalen algo explicó con seriedad.

Entiendo. Tienes una familia muy unida comentó Javier. Eres afortunada, niña. Y tienes un corazón noble.

Mi abuela también. Porque ella quiere mucho a todos empezó a decir, pero Rosa ya salía del portal y extendía su mano.

Ah, Javier, gracias por los dulces, pero a Lucía y a mí no nos conviene comer tantos. Perdona

Entonces, ¿qué puedo ofrecerles? preguntó él, desconcertado.

No hace falta, tenemos de todo en casa respondió Rosa con dulzura.

No, no puedo quedarme así. Me encanta agasajaros insistió Javier. Además, quiero ser un buen vecino.

Bueno, podemos cambiar los dulces por frutos secos. Pero solo en casa, con las manos limpias propuso Rosa, mirando a ambos.

Lucía y Javier asintieron, y desde entonces, Rosa encontraba nueces o avellanas en los bolsillos de su nieta.

Ay, mi ardillita. ¿Sabes que esto ahora es un lujo, y que el abuelo necesita medicinas? le susurró.

No es tan viejo, y ya casi está bien de la pierna defendió Lucía. Dice que en invierno quiere esquiar otra vez.

¿Esquiar? dudó Rosa. Bueno, pues me alegro.

¿Y a mí me compras unos esquís, abu? pidió Lucía. Javier me va a enseñar.

En sus paseos por el parque, Rosa empezó a ver a su vecino caminando con energía, ya sin bastón.

¡Abuelo, espera! gritaba Lucía, corriendo hacia él con entusiasmo.

Pues esperadme a mí también reía Rosa, apurando el paso.

Así empezaron a pasear los tres juntos. Para Rosa, era un ejercicio reconfortante; para Lucía, un juego divertido. La niña bailaba, se subía a los bancos y luego volvía al lado de los mayores, marcando el ritmo:

¡Uno, dos, tres, cuatro! ¡Paso firme, mira al frente!

Tras los paseos, Rosa y Javier se sentaban en el banco mientras Lucía jugaba con sus amigas, aunque nunca se iba sin sus frutos secos.

La estás malcriando decía Rosa, avergonzada. Guardemos esto para ocasiones especiales.

Javier le confesó que enviudó hacía cinco años y que acababa de mudarse a un piso más pequeño, dejando otro a su hijo.

Me gusta aquí. No soy muy sociable, pero los buenos vecinos son una bendición.

Dos días después, llamaron a su puerta. Era Lucía y Rosa, con una bandeja de empanadas.

Hoy nos toca a nosotras dijo Rosa.

¿Tienes tetera? preguntó Lucía.

¡Claro que sí, qué alegría! Javier les abrió la puerta.

El té fue cálido y agradable. Lucía admiró la biblioteca y los cuadros de Javier, mientras él le explicaba cada detalle con paciencia.

Mis nietos viven lejos, ya son universitarios. Los echo de menos confesó Javier. Pero tu abuela es joven todavía.

Solo llevo dos años jubilada, y con Lucía no hay tiempo para aburrirse sonrió Rosa. Además, mi hija espera otro bebé. Tenemos suerte de vivir cerca.

El verano pasó entre risas. En invierno, como prometió, Rosa compró esquís a Lucía, y los tres empezaron a entrenar en el parque.

Javier y Rosa se hicieron tan cercanos que ya no paseaban separados. Lucía, que no iba a la guardería, pasaba casi todo el tiempo con su abuela. Pero un día, Javier viajó a Madrid para visitar a su familia.

Lucía lo extrañaba y preguntaba cuándo volvería.

Se quedará un mes. Pero somos sus amigos, y cuidamos de su casa explicó Rosa. Ella también notaba su ausencia.

A la semana, salieron al parque y vieron el banco vacío. Pero al octavo día, Javier ya estaba allí.

No te esperábamos tan pronto dijo Rosa, sorprendida.

Madrid es ruidosa, y mis hijos están ocupados. Prefiero estar aquí, con vosotras confesó Javier. Ya sois como mi familia.

Abuelo, ¿qué les regalaste a tus nietos? ¿Chocolate? preguntó Lucía.

Los adultos rieron.

No, cariño. A ellos les di dinero. Ya son mayores explicó Javier.

Me alegro de que hayas vuelto dijo Rosa. Es como si todo estuviera en su lugar.

Lucía lo abrazó, conmovida.

Hoy hay tortitas con muchos rellenos. Vamos a casa invitó Rosa. Y cuéntanos de Madrid.

¿Madrid? Prefiero estar aquí dijo Javier, tomando del brazo a Rosa y de la mano a Lucía, mientras la primera lluvia de primavera caía suavemente.

¿Por qué hace tanto calor hoy? preguntó Javier.

¡Porque ya viene la primavera! gritó Lucía. Pronto es el Día de la Mujer, y abu va a preparar una fiesta. ¡Y tú vendrás!

Os quiero mucho, mis queridas vecinas susurró Javier, subiendo las escaleras.

Después de las tortitas, llegaron los regalos: una colorida muñeca de madera para Lucía y un broche de plata para Rosa. Volvieron al parque, donde la nieve derretida dejaba ver los caminos. Lucía saltaba entre los ad

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