Primavera temprana
Begoña, una niña de cuatro años, observa al «nuevo vecino» que acaba de aparecer en el patio de su edificio en la zona de la Plaza de la Luna, en Madrid. Es un anciano de cabellos canosos que está sentado en una banca. En su mano lleva un bastón, que apoya como si fuera el cetro de un mago de cuentos.
¿Abuelo, usted es mago? le pregunta la pequeña.
Al recibir una respuesta negativa, Begoña se entristece un poco.
Entonces, ¿para qué necesita el bastón? prosigue.
Lo utilizo para caminar, me ayuda a moverme con más facilidad le explica Donato Pérez, el nuevo vecino, y se presenta.
¿Quiere decir que es muy mayor? vuelve a preguntar la curiosa Begoña.
Según tus medidas, sí, pero en mis propios términos todavía no. Hace poco me rompí la pierna al caer. Por eso ahora uso el bastón.
En ese momento sale la abuela de Begoña, la señora Mercedes Fernández, y tomando a la niña de la mano la lleva al parque. Mercedes saluda al nuevo vecino, quien le devuelve la sonrisa. Sin embargo, la verdadera amistad del hombre de sesenta y dos años se forma con Begoña. La niña, mientras espera a su abuela, sale al patio un poco antes y le cuenta a su nuevo amigo todas las novedades: el tiempo, lo que la abuela ha preparado para comer, y la enfermedad de su compañera de clase de la semana pasada…
Donato siempre le ofrece a su pequeña vecina una deliciosa bola de chocolate. Cada vez, ella la agradece, la desenvuelve, muerde exactamente la mitad y guarda la otra parte cuidadosamente envuelta en el bolsillo de su chaqueta.
¿Por qué no la comes toda? ¿No te ha gustado? pregunta Donato.
Está riquísima, pero tengo que compartirla con la abuela responde la niña.
Conmovido, Donato la próxima vez lleva dos bombones. Begoña vuelve a morder solo la mitad y guarda el resto.
¿Y ahora a quién le guardas? indaga Donato, sorprendido por la tacañería del niño.
Ahora puedo dárselos a mamá y papá. Aunque ellos pueden comprarse lo que quieran, les alegra que les ofrezcan algo explica Begoña.
Ya entiendo. Debe de ser una familia muy unida comenta el vecino. Tienes suerte, niña, y un corazón generoso.
Y también el de mi abuela, porque ella quiere mucho a todo el mundo empieza a decir Begoña, pero Mercedes ya ha salido del portal y le extiende la mano a su nieta.
Gracias, Donato, por los dulces. Pero ni la nieta ni yo debemos comer azúcar, perdón…
Entonces, ¿qué puedo hacer? ¿Qué les puedo ofrecer? pregunta.
En casa tenemos de todo, gracias, no necesitamos nada sonríe Mercedes.
No puedo quedarme con eso, me gustaría consentiros. Además, estoy fortaleciendo la buena vecindad responde Donato con una sonrisa.
Entonces pasemos a las nueces. Las comeremos solo en casa, con las manos limpias. ¿De acuerdo? dice Mercedes, dirigiéndose tanto a la nieta como al vecino.
Begoña y Donato asienten y, poco después, Mercedes descubre en los bolsillos de su nieta varios frutos secos: avellanas y nueces.
¡Vaya, mi ardillita! Lleva nueces. ¿Sabes que hoy son un lujo y que el abuelo necesita medicinas porque cojea?
No es un abuelo viejo ni cojo. Su pierna está mejorando, y para el invierno quiere volver a esquiar interviene Begoña, defendiendo a su amigo.
¿Volver a esquiar? se muestra escéptica la abuela. Pues entonces bien hecho.
¿Me compras unos esquís, por favor? pide Begoña. Así podré deslizarme con Donato, que promete enseñarme.
Mientras pasean por el parque, Mercedes ve al vecino caminando ya sin bastón, firme por la alameda.
¡Abuelo, yo también voy contigo! corre Begoña, al alcance de Donato, con paso enérgico.
Espera a que nos alcancemos llama Mercedes, siguiendo a su nieta.
Los tres empiezan a caminar juntos; pronto a Mercedes le agrada ese trote y para Begoña se vuelve un juego alegre. Su energía es envidiable: corre, baila sobre el sendero, sube a la banca para encontrarse con la abuela y el vecino, y luego vuelve a su lado, dirigiendo la marcha:
¡Uno, dos, tres, cuatro! Paso firme, mira delante.
Al terminar la caminata, la abuela y el vecino se sientan en la banca del patio mientras Begoña juega con sus compañeras, siempre tomando alguna nuez de Donato antes de despedirse.
Los mimáis demasiado se sonroja Mercedes. Guardemos esa costumbre para las fiestas, por favor.
Donato comparte con Mercedes que quedó viudo hace cinco años y que ahora ha decidido dividir su piso de tres habitaciones en dos: una vivienda unifamiliar donde se ha mudado y un segundo apartamento para la familia de su hijo.
Me gusta esta vida. No soy muy sociable, pero los vecinos son necesarios, sobre todo en los asuntos cotidianos.
Dos días después, la puerta de Donato se abre y aparecen Begoña y Mercedes con una bandeja de tartas.
Queremos invitarte anuncia Mercedes.
¿Tenéis la tetera? pregunta Begoña.
Por supuesto, ¡qué alegría! exclama Donato abriendo la puerta de par en par.
A la taza de té les acompaña una cálida atmósfera. Begoña explora la biblioteca y la colección de cuadros de Donato, mientras Mercedes observa la felicidad de su nieta y la paciencia con la que el vecino le explica cada obra.
Mis nietos están lejos, ya en la universidad, los echo de menos comenta Donato. ¡Y tu abuela sigue joven de corazón!
Le entrega a la niña un lápiz y papel.
Llevo dos años de jubilación y no hay tiempo para aburrirse dice Mercedes, señalando a su nieta. Además, mi hija espera al segundo hijo. Qué suerte que vivimos en edificios contiguos, así todo está más cerca.
Todo el verano los vecinos se reúnen, y en invierno Mercedes, tal como había prometido, compra a Begoña unos esquís. Los tres entrenan en la pista de esquí del parque, recién acondicionada para la nieve.
Donato y Mercedes se vuelven inseparables; ahora solo salen juntos. Begoña, que no asiste a la guardería, pasa la mayor parte del tiempo con su abuela, por lo que los tres se encuentran día a día. Un día Donato tiene que viajar a la capital para visitar a su familia.
Begoña extraña al vecino y pregunta a su abuela cuándo volverá.
Se ha ido por un mes, dijo que estará allí un buen tiempo, y nosotros cuidamos su piso como amigos explica Mercedes. Tanto ella como Begoña disfrutan de la compañía de Donato, de sus visitas, de su sonrisa y de su buen humor. Él les ayuda arreglando enchufes, cambiando bombillas y demás.
Una semana después ya sienten su ausencia; miran la banca vacía donde solía esperar.
Al octavo día, Mercedes sale del portal y ve a Donato en su sitio habitual.
¡Hola, querido vecino! exclama sorprendida. No esperábamos que volvieras tan pronto. ¿No dijiste que te quedarías largo tiempo?
Ya, el ajetreo de la capital me cansó. Todos están en el trabajo, ¿para qué esperar hasta la noche? Me acordé de vosotros y vine sin pensarlo responde, mirando a Begoña. Me habéis hecho sentir como familia.
Abuelito, ¿qué les diste a tus nietos? ¿Caramelos? pregunta Begoña.
Los adultos sueltan una carcajada.
No, querida los caramelos también son malos. Ya son adultos, les di dinero para que estudien y se formen confiesa Donato.
Me alegra que hayas vuelto rápido, como si nunca te hubieras ido. Todos estamos aquí sonríe Mercedes.
Begoña abraza a Donato, conmoviendo al anciano hasta la lágrima.
Hoy tenemos muchas tortitas con distintos rellenos. No son peor que los pasteles, son suaves y ligeras. Vamos a tomarnos un té y cuéntanos cómo está Madrid invita Mercedes.
¿Qué pasa por Madrid? Es una ciudad preciosa, todo está bien. Traje algunos regalitos dice Donato, tomando de la mano a Mercedes y a Begoña, mientras empieza a llover la primera lluvia de primavera. La calidez inesperada se siente en el aire.
¿Por qué hoy hace tanto calor? pregunta Donato mirando a Mercedes.
Porque la primavera se acerca responde la niña. Pronto será el Día de la Mujer y la abuela pondrá la mesa y llamará a los invitados, incluido tú, abuelo.
Qué cariño les tengo, mis queridas vecinas dice Donato mientras sube las escaleras.
Tras la merienda, Donato entrega recuerdos: a Begoña una auténtica matriosca de madera pintada con colores vivos, y a Mercedes un broche de plata. Los tres salen de nuevo a la calle y siguen la conocida ruta del parque, que Donato llama el camino trillado. La nieve se vuelve gris, absorbe el agua y los senderos quedan descubiertos. Begoña salta sobre los adoquines que se secan y disfruta del aire tibio:
¡Abuela, abuelo, atrapadme! Uno, dos, tres, cuatro. Paso firme, mira al frente.






