Preparaba la cena para toda la familia, ¡y los amigos de mi hija se lo comieron todo!
Mi hija Lucía es el alma de la fiesta. Su alegría y generosidad atraen a los amigos como un imán. En nuestra casa de Valencia siempre hay compañeros suyos de todas las edades, no solo de su clase. Me encanta que sea tan sociable, pero últimamente la situación se ha descontrolado, y estoy al borde del desespero.
Todo empezó cuando Lucía comenzó a traer amigos a casa. Hace frío en invierno, y no me importa que jueguen bajo techo. Al principio, les ofrecía té con galletas, regulaba la música y organizaba juegos. Hasta me conmovía ver lo hospitalaria que era. Pero ahora trae a chicos que ni conozco. Y su comportamiento me deja helada.
Hace poco, llegué del trabajo y encontré en la cocina a dos adolescentes desconocidos. Estaban comiendo la paella que había preparado para dos días, directamente de la cazuela. ¡No quedó ni un grano de arroz! Dejaron los platos sucios en el fregadero y se marcharon sin despedirse. Me hirvió la sangre. No había cena para nosotros, y estaba demasiado agotada para cocinar de nuevo.
Intenté explicarle a Lucía que no puede traer extraños ni darles nuestra comida. Galletas, caramelos, vale. Pero lo del frigorífico es para nuestra familia. Ella estalló, me acusó de ser una tacaña y se encerró en su habitación, dando un portazo que hizo temblar los cristales. Se negó a hablarme. Me sentí culpable, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Cocé patatas, preparé unas croquetas y llamé a todos a cenar. Lucía se negó, como si yo fuera su enemiga. Por la mañana, antes de irme al trabajo, le advertí: «Hay comida para dos días. Vuelvo tarde, no voy a cocinar». Pero cuando regresé pasadas las once, mi marido, Álvaro, estaba friendo patatas en la cocina vacía. Los amigos de Lucía habían arrasado otra vez. Ella, otra vez encerrada, sin dar explicaciones.
Estoy desesperada. ¿Cómo llegar a ella? No escucha, solo suelta acusaciones absurdas: «¡Eres egoísta! No te gusta que tenga amigos!». ¿Será la adolescencia? ¿O hemos fallado en su educación? No sé qué hacer. Me parte el alma: quiero que mi hija sea feliz, pero no puedo permitir este desorden.
No soy avara, pero nuestro presupuesto está al límite. Nos dejamos la piel trabajando para mantener a la familia. Preparo platos con cariño para los míos, y al final acabo alimentando a desconocidos. Mi madre dice: «¡Es hora de aplicar mano dura!». Pero yo no creo en los castigos físicos. Quiero resolver esto con diálogo, pero ¿cómo? Lucía no colabora, y siento que pierdo conexión con mi propia hija.
¿Qué haríais vosotros? ¿Cómo hacerle entender que sus actos nos perjudican, sin herirla? ¿Cómo poner límites para que nuestra casa no se convierta en un comedor social? ¿Habéis pasado por algo parecido? Necesito consejos… estoy al límite.